Capítulo 30: "Veo en ti la luz"

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Narra Leonardo:

(Cinco días después)

Cualquier persona normal estaría feliz de que las vacaciones de invierno hubiesen iniciado, yo no lo estaba.

Desde aquella tarde no había vuelto a ver a Annika. Y su ausencia... me estaba matando.

-Hijo, ¿qué te sucede? - escuché preguntar a papá, y levanté la mirada para encontrarlo sentado junto a mamá en el sofá.

- Es... nada. - mentí.

- ¿Es un chica, cierto? - preguntó mamá con una sonrisa pícara y sonreí como un estúpido. - ¡Oh por Dios! Nuestro niño está enamorado. - gritó eufórica.

- Invítala a cenar esta noche. - sugirió papá. - Queremos conocerla.

- Ella no quiere verme...

- ¿Le hiciste algo malo? - preguntó papá.

- No que yo sepa. - respondí.

Y era cierto. Yo no recordaba haberle hecho nada malo. Al contrario, había dejado a un lado mi vergüenza y le había preguntado si quería ser mi princesa. Pero ella no me había respondido, había salido corriendo con Nash, quién resultó ser su primo, y me había gritado que no quería que le hablara ni la siguiera. Me había pedido que la dejaran en paz.

- Entonces, no te rindas. Ve a su casa, habla con ella y dile todo lo que sientes. - sonrió mamá. - Invítala a cenar, yo prepararé la mejor cena, digna de un cuento de hadas.

Un cuento de hadas...

- Eso haré. - exclamé levantándome de un salto, iré a su casa, y haré que me escuche.

- Ese es mi hijo. Sigue mis concejos, eso es lo que hace un Jones. Así conquisté a tu madre. - murmuró y mamá rió ruborizándose.

Subí a mi habitación en busca de mi chaqueta y tomé las llaves de mi auto de encima de la mesita de noche. Apenas me despedí de mis padres, y conduje hasta llegar a la casa de la que en un momento había sido mi enemiga.

Bajé a paso rápido y... me detuve analizando la situación. Una genial idea cruzó por mi mente, y corrí hacia el auto nuevamente. Aceleré a toda prisa, moviéndome rápidamente por las calles de Levonville, y no me detuve hasta estar frente a una floristería.

- ¡Quiero un ramo de flores de todos colores y de todas clases! - exclamé apenas entré por la puerta.

La ancianita detrás del mostrador sonrió y se fue a no sé dónde. Esperé impaciente, hasta que quince minutos después, la mujer volvió a aparecer. En sus manos cargaba un enorme ramo de flores de todos los colores: rosa, azul, rojo, amarillo, violeta...

- Gracias, es usted muy amable. - respondí tomando el ramo de flores y dejando un billete de cincuenta dólares sobre el mostrador. - Quédese con el cambio.

(...)

Toqué la puerta tres veces y acomodé mi chaqueta para verme presentable, y respiré profundamente.

Abrieron la puerta, y para mi desgracia, la puerta la abrió el señor Scott. Estuve tentado a dar media vuelta, lanzar el ramo de flores y correr por mi vida. Sin embargo, tragué fuerte y sonreí nervioso. Debía hacer un esfuerzo, ella lo merecía. ¿Qué tan malo podía ser? El sujeto pelirrojo de mirada ruda, era mi jefe, el padre de mi amada, y coleccionaba escopetas. Nada más...

- ¿Qué quieres, niño? - gruñó.

Reí nerviosamente. - Hola, señor Scott... - sentí una gota de sudor resbalar por mi frente. - ¿Se encuentra la zanahoria con patas, digo, mi peor pesadilla, digo... Annika?

Señorita DisneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora