Capitulo 10

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¡Oh, no! Hoy no podría hacer nada que necesitara tanta energía como ir a las carreras —dijo Carla, cuando asomó la cabeza, sobre las diez de la mañana—. Estoy cansadísima. Pero ustedes, si quieren vayan sin mi.

Cuando Anastasia quiso convencerla, Carla insistió:

Yo estaré bien aquí sola. Miraré un poco de televisión, y luego me echaré la siesta después de comer. ¿A qué hora creen que están de vuelta?

La última carrera es a las cuatro y media, pero yo siempre me suelo marchar antes. Para más seguridad, pongamos que estaremos en casa sobre las seis —dijo Christian—. ¿Le gustaría que saliéramos a cenar fuera esta noche, Carla?

—No, esta noche, no. Gracias, Christian. Pero te diré lo que me gustaría.

—Sus deseos son órdenes —dijo Christian.

Que pidamos comida a algún restaurante chino. Me da igual cualquier plato. Me gusta toda la comida china.

— ¡Hecho! Traeremos una selección de platos.

Carla sonrió.

—Es una buena idea.

Christian se quedó conforme, si bien no había pensado ir a las carreras ese día. Los resultados del último sábado le habían aconsejado un descanso en su sistema. Sólo funcionaba bien con caballos que iban a la cabeza, y después de la última temporada de carreras de la primavera parecían haberlos retirado por un tiempo.

Pero le gustaba la idea de llevar a Anastasia a las carreras, pensó mientras se vestía. Habitualmente veía a hombres de negocios del brazo de chicas guapas, la mayoría de ellas amantes, suponía él. No tenían aspecto de esposas, con esas figuras de modelos y esas caras maquilladas perfectamente.

Más de una vez se había imaginado a Anastasia como su amante. Había fantaseado con hacerse rico y comprarla con el poder de su dinero. La falta de deseo por parte de ella no importaba en aquel sueño. Ella haría lo que él quisiera simplemente porque él pagaría cantidades exorbitantes por ella. La vestiría con ropa de diseño y le haría regalos caros, y la llenaría de lujosas joyas.

Desgraciadamente, en realidad, Anastasia no se dejaba impresionar por el dinero, ni por la ropa de diseño, ni por las joyas. Era una chica que solía vestir la mayoría de las veces con vaqueros o pantalones cortos, y no usaba más adorno que un reloj de pulsera deportivo con el que se cronometraba cuando salía a correr. Tenía dos trajes andróginos con los que iba a trabajar, uno azul marino y otro negro, que solía conjuntar con blusas baratas y camisetas. Así que no era de extrañar que se hubiera sorprendido al verla con algo más femenino la noche anterior.

De todos modos, la situación real de ese momento le daba cierta libertad para comprarle cosas, aunque ya no tenía que comprar su deseo. Increíblemente, ya lo tenía.

Aquella idea lo llenó de euforia. Ya no había nada que no se atreviera a hacer, ni que no pudiera hacer.

Excepto ganarse su amor.

Esa mañana, en un momento, él habría jurado que Anastasia había estado a punto de decirle que lo amaba. Él había presentido que ella había sentido algo mágico entre ellos. Pero, por supuesto, eso sólo había ocurrido por su parte.

«Todo lo que ella quiere de ti es sexo», se dijo. Él llevaría el mismo camino que los otros. Iría al cubo de basura una vez que lo hubiera usado.

Christian se puso rígido y se reprochó:

No voy a escucharte hoy. Eres destructivo, y me deprimes. Y no voy a escucharte.

Secreto de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora