Capitulo 1

9.6K 476 11
                                        


Christian... —dijo Anastasia con aquel tono persua­sivo que él conocía tan bien—. Yo... umm... bueno, tengo un pequeño problema, y temo que necesito tu ayuda.

El estómago de Christian se contrajo. Se estaba sir­viendo una copa.

Entonces se dio la vuelta lenta­mente con el vaso de whisky y la botella en la mano. Acababa de llegar a casa después de un terrible sá­bado en las carreras de Randwick, y no estaba de hu­mor para uno de los «pequeños problemas» de Anastasia.

Un sinfín de posibilidades pasaron por su mente. Le habría dado una paliza a un pobre tipo por to­carle o pellizcarle el trasero; Anastasia tenía uno de esos traseros irresistibles para los hombres.

O habría donado el dinero para los gastos de la casa a una noble causa. Nuevamente.

O... « ¡Oh, no! ¡Seguro que ha traído a casa a un perro o un gato abandonado que encontró en la ca­lle!», pensó él.

Eso era algo bastante normal en ella, aun sa­biendo que el contrato de arrendamiento no permitía tener animales domésticos en el piso. Y siempre le tocaba a él llevar al maldito animal a la Protectora de Animales, después de lo cual Anastasia lo miraba con tanto resentimiento como si él mismo hubiera asesi­nado al animal.

Miró alrededor. Sintió alivio al comprobar que Anastasia no escondía ningún animal en el espacioso salón. Además, Anastasia no se pondría nerviosa por una cosa así, pensó él. En ese caso se mostraría de­safiante y rebelde.

Y estaba nerviosa. Más nerviosa que nunca.

Christian volvió a sentir un nudo en el estómago.

¡Dios! ¡Esperaba que no estuviera embarazada del último novio que tenía, y quisiera que él, su mejor amigo y compañero de piso, le pagase el aborto!

¡Oh, no! ¡Eso no! ¡Cualquier cosa menos eso!

—¡Por el amor de Dios, Anastasia! ¿Qué has hecho ahora? —le preguntó Christian con desesperación, fijando sus ojos grises en la mujer a la que había amado y odiado a la vez durante los últimos veintio­cho años.

No, no habían sido veintiocho años, se corrigió con acritud. Veintitrés. La había conocido el primer día de clase en el jardín de infancia, cuando él tenía cinco años.

Él llevaba llorando toda la mañana en un rincón de la clase, y ella, una niña de escasos cuatro años, con grandes ojos azules y una coleta con un lazo rojo, se había acercado a él, con gesto increíble­mente seguro, y lo había consolado. Le había rode­ado sus temblorosos hombros, y le había dicho que no se preocupara, que ella lo protegería. Ella no te­nía miedo en el jardín de infancia, porque su mamá era profesora en esa escuela y llevaba trabajando siglos allí.

Esa pequeña diablilla, que entonces se había disfrazado hábilmente de ángel de la guarda, le había indicado incluso dónde estaban los servicios, algo que para él había cobrado gran importancia en aquel momento.

Desde entonces se había transformado en su de­voto esclavo. Y lo seguía siendo. ¡Y ella lo sabía!

Christian miró a Anastasia. Sabía que no debía hacerle caso. Pero él era débil con ella, porque sabía que siempre lo terminaba convenciendo con aquella ino­cente mirada.

No es nada malo, Christian, de verdad —le dijo.

—¿Y peligroso? —contestó él secamente.

De pequeña siempre había sido un torbellino, y una aventurera sin igual; siempre estaba tratando de trepar al árbol más alto, siempre tenía que jugar a los deportes que jugaban los chicos y terminar siendo la mejor de todos. Siempre había corrido más rápido, había saltado más alto y tirado más lejos que nin­guno de sus compañeros.

Secreto de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora