Capitulo 14

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Anastasia nunca antes había sido tan feliz. Christian la amaba. Siempre la había amado. Todas sus dudas habían desaparecido bajo el rostro del amor. Incluso sus dudas acerca de su apartamento se habían aclarado. Christian había admitido por fin que era dueño del apartamento. Lo ha comprado cuando aún vivía con sus padres y los precios de las viviendas eran bajos.

No lo había pagado al contado por supuesto, sino que había pagado una entrada y el resto lo había solucionado con un crédito. Entonces lo había alquilado a un ejecutivo americano, hasta hacía dos meses en que había terminado el contrato y Christian había decidido pintarlo y cambiar el mobiliario. Pero, aunque le gustaba mucho, tenía idea de alquilarlo nuevamente.

No era un palacio para orgías, le había explicado a Anastasia, aunque lo pareciera en cierto modo. Era grande, lujoso... Y tenía un cuarto de baño suntuoso también.

Anastasia, sumergida en la lujosa bañera del ático de Christian, reflexionaba acerca de todo aquello.

¿Qué importaba si había llevado allí a Leila?

Y si había algo que reprochar a la nueva relación que tenía con Christian, era que no hubiera sido así antes, cuando ella lo trataba tan desconsideradamente. Sentía algo de culpa por ello, y quería enmendarlo con todo tipo de atenciones y mimos, por tantos años de desdén que había soportado.

Se levantó de la bañera, se secó y se puso crema en el cuerpo antes de echar mano a su kimono rojo y blanco. Christian había insistido en que lo llevara al apartamento aquella noche.
Le gustaba. Y también le gustaba que llevara el pelo recogido, con rizos que le cayeran desordenadamente alrededor de la cara... Así que decidió que se peinaría así. Luego se maquilló como aquel día que la había llevado a las carreras.

Se miró los pezones erguidos en el espejo. Antes hubiera pensado que era el lugar, tan sugerente, o el alcohol el que la excitaba. Pero ahora sabía que era el amor.

Amaba a Christian como no había amado a nadie en su vida. En cuerpo y alma. Era un hombre honesto, amable, bueno. Pero además era atractivo, sexy...

Se puso colorada al pensarlo. ¡Qué maestría la suya cuando estaba excitado! Pero esa tarde era ella quien iba a demostrarle su maestría. Y él se dejaría amar y excitar. Se dejaría hacer el amor.

¿Christian, dónde estás? —preguntó un poco nerviosa, saliendo del baño.

Aquí —respondió él desde el salón.

Estaba a oscuras. Las únicas luces eran las que entraban por la ventana.
Anastasia respiró hondo y atravesó la mullida alfombra blanca.

El salón estaba decorado en blanco también. Tenía un sofá grande y dos sofás de dos plazas. Desde el ventanal se veía el puerto, y en el fondo, la ciudad. Pero lo que más destacaba en aquel paisaje era el puente sobre aquel cielo de una noche clara; sobre él, una fila de coches atravesaban la ciudad de un lado a otro, como un regimiento de frenéticas luciérnagas.

Te gusta mirar las luces, ¿no? —le preguntó ella al acercarse a él.

Christian tenía las piernas extendidas, y los brazos apoyados en el respaldo del sofá. Llevaba unos vaqueros y una camiseta blanca que marcaba sus músculos. Anastasia todavía no podía comprender cómo no había dado cuenta antes del hermoso cuerpo que tenía él.

Anastasia lo miró. Los ojos de Christian brillaban intensamente. ¡Ella quería tanto que la deseara!

Se acercó a él y se deslizó entre sus muslos. Luego se inclinó y le acarició el pecho.

Secreto de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora