—No, ninguna de las dos cosas. De todos modos, todavía no te he devuelto el dinero del último billete a Edimburgo.
Era cierto, pensó él. Y era la única razón por la que había permanecido en su trabajo y en el mismo lugar tanto tiempo. Sin duda alguna, una vez que hubiera pagado su deuda, volvería a emprender una nueva aventura, como escalar el Himalaya o bajar esquiando las montañas de Saint Moritz.
—No, mamá está mejor. Y hay bastantes posibilidades de que el cáncer no reaparezca.
—Entonces, ¿cuál es el problema? No comprendo.
—Viene de visita aquí, unos quince días. Llega en avión el sábado por la tarde, dentro de una semana. Sus hermanos y hermanas le han comprado un billete de ida y vuelta a Sydney.
—Bueno, ¿qué problema hay? Debería hacerte ilusión. ¡Oh! Comprendo... quieres que se quede aquí. No hay problema, Anastasia. No me importa. Apenas voy a estar aquí esos días, de todos modos, y hay dos camas en tu cuarto, ¿no?
—Ése es el problema —murmuró ella.
Christian pestañeó sin comprender.
—Las camas en tu habitación, ¿son un problema?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque mi madre no espera que yo ocupe una de ellas, por eso.
— Anastasia, estoy perdido completamente.
Ella suspiró.
—Así es, Christian. Mamá piensa que estamos casados y lógicamente supone que dormimos juntos. Y, por supuesto, se imagina que tú estás por aquí más de lo que acostumbras a estar últimamente. ¡Quién sabe en qué andarás! Si no fuera porque te conozco, pensaría que me estás evitando.
—Ella... piensa que... estamos... casados —repitió él lentamente, mirándola con interés,
—No me mires así, Christian. No quise molestarte, sinceramente. Pero cuando estuve con ella en mayo parecía tan enferma... Intenta comprender... ¡Pensé que se iba a morir! Y siempre supe que ella hubiera deseado verme sentar la cabeza, preferentemente contigo. Así que le dije lo que pensé que la haría feliz. Le dije que estábamos comprometidos y que nos íbamos a casar. Luego, cuando volví, no tuve más remedio que seguir con la mentira. Así que elegí algunas fotos de la boda de Michelle y le dije que era nuestra boda.
Christian negaba con la cabeza, incapaz de creer lo que estaba escuchando.
—¡Cómo se te ha ocurrido semejante cosa! ¡Ni siquiera ibas de blanco ese día!
—Mi traje de madrina era rosa pálido y podía pasar perfectamente por un traje de novia. Además, mi madre seguramente se imaginó que yo no iba a tener una boda tradicional, con un gran vestido blanco. Y tú podrías haber pasado por el novio con tu atuendo de padrino. Afortunadamente, como era la boda de tu hermana, estaba toda tu familia. Y además, nos hicieron un montón de fotos juntos. Mamá me dijo que estabas muy bien, por cierto. ¡Oh!, ¿y recuerdas esas sábanas grandes que envió y que te regalé? Eran... su regalo de boda...
Christian apretó el vaso que tenía en la mano. Le indignaba que ella hubiera mentido sin ni siquiera consultárselo. Y, por supuesto, ella no había pensado en la posibilidad de ser descubierta. Había pensado que su pobre madre se iría del mundo antes de que su mentira fuera descubierta.
Siempre era así con Anastasia. Nunca pensaba en las consecuencias de lo que hacía. Simplemente, se metía en cualquier lío sin preocuparse de que otros pudieran verse afectados.
Y eso se había hecho más que evidente cuando a los diecisiete años le había pedido que la liberase de su virginidad. No por motivos románticos, no. Simplemente por curiosidad. Porque ella estaba cansada de ser la única chica virgen del grupo. Cansada de tener que justificar su falta de admiradores. Pero eso no tenía nada que ver con la virginidad. Lo que pasaba era que los chicos estaban acostumbrados a tratarla como a uno de los suyos, y no como un objeto de deseo masculino.
Él había sido el único que había tenido fantasías con ella. Lo que ella no sabía entonces, cuando le había pedido aquel favor, era que él también era virgen. Era embarazoso, realmente, ser un chico virgen a los dieciocho años. Sus amigos solían mofarse de él por ello.
Se acordó del lío que había supuesto «liberar a Anastasia de su virginidad»; y de liberarse de la suya propia.
Se había puesto tan nervioso... Estaba aterrado. Tenía miedo de hacerle daño y de apresurarse demasiado, miedo de no ponerse bien el maldito preservativo.
El acto en sí había sido un auténtico desastre, confirmándose todos sus temores. Al final, la había lastimado y había sido muy rápido. Y en cuanto al maldito preservativo... No sabía cómo había logrado ponerlo en su posición; sin duda, había ocurrido más, por casualidad que por otra cosa.
Lo que debería haber sido el momento más maravilloso de su vida, se había transformado en el episodio más humillante y embarazoso de su existencia.
Aún hoy, recordaba los gestos de Anastasia durante los diez segundos que había durado el evento. Al dolor le había seguido un rato de frustración. Luego había desembocado en algo aún peor: Anastasia se había sentido aliviada cuando el acto había llegado a su apresurada culminación, sin que ella experimentara ni un sólo momento de placer.
Después, extrañamente, ella se había quedado en silencio, y él había huido a su casa, completamente acomplejado.
Lo único bueno de aquella experiencia había sido el mantener a Anastasia alejada del sexo durante unos pocos años. Probablemente, habría llegado a la conclusión de que no valía la pena, hasta que un macho, profesor de un curso de artes marciales en el que se había matriculado durante su último año de universidad, había tomado la apatía de Anastasia como un desafío y se había dispuesto a demostrarle que el sexo no era lo que ella había experimentado aquella noche.
Al parecer, había resultado ser un amante estupendo, con un cuerpo envidiable y una técnica difícil de superar.
Desde aquel momento, ella se había sentido atraída no sólo por los placeres de la carne, sino por ese tipo de machos. Después del Señor Cinturón Negro, ella había llegado a creer que la excitación y la satisfacción iban aparejadas a los cuerpos musculosos.
Christian siempre había deseado demostrarle que ya no era el chico inexperto de dieciocho años, pero ella jamás le había dado la oportunidad. Se había quedado con aquella imagen tan negativa de él.
Christian había creído que finalmente había aceptado que ella pensara eso de él, pero ahora se daba cuenta de que no era así.
En ese momento, él la deseaba más que nunca y no podía soportar la idea de compartir un solo segundo la misma cama que ella sin tocarla.
Y eso sería, seguramente, lo que ella esperaría de él con esa farsa de matrimonio. Ella esperaría que él le permitiera meterse en su cama todas las noches que durase la visita de su madre y, seguramente, esperaba que él no le tocase un pelo.
Era una suposición que no entraba en sus cálculos. No lo haría. Él era un hombre, no un ratón, y era hora de que Anastasia se diera cuenta.
Christian dejó el vaso en una mesa y se puso de pie.
—No, Anastasia. No —dijo con gesto imperturbable.
Y se dirigió hacia el corredor en dirección a su habitación.

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Secreto de Amor
FanfictionHistoria adapta con los personajes de Cincuenta Sombras de Grey, historia original de Beremeo :3