Capitulo 8

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Anastasia no podía creer lo que estaba ocurriendo.

Christian la estaba besando y ella estaba disfrutando. No, en realidad estaba demasiado confundida como para disfrutar relajadamente.

Pero sin duda su cuerpo estaba respondiendo positivamente a la pasión de los labios de Christian y al de su cuerpo. Se estaba derritiendo en sus brazos, y estaba sintiendo la lengua de él con avidez. Incluso quería más.

Él la levantó del suelo levemente y la llevó a la sala, y se echó con ella en el sofá, sin dejar de besarla.

Anastasia estaba turbada por aquel excitante nuevo Christian. Jamás había pensado que podía sentirse así. Y mientras su mente intentaba adaptarse a esa inesperada faceta de Christian, su cuerpo seguía respondiendo con instintivo deleite. A ella siempre le habían gustado los hombres fuertes, le encantaba que ellos tomaran parte activa al hacer el amor, que la arrastrasen con la fuerza de la pasión masculina.

Él acomodó el cuerpo de ella al lado del suyo. Su boca seguía hambrienta, y la hacía perder la noción de todo. Ella deseó sentir más su contacto, y extendió la pierna derecha al lado de la de él. Y cuando una de las manos de Christian comenzó a deslizarse por aquella pierna, en lo único en lo que pudo pensar fue en la excitación que sentía.

Toda su concentración estaba en aquella mano que se movía lentamente por su muslo. Gimió suavemente cuando sus dedos finalmente llegaron al borde de sus braguitas. Separaron sus bocas y respiraron pesadamente. Entonces él hundió su cabeza en el cuello de ella, mientras seguía el movimiento con la mano.

En ese momento, él buscaba pliegues húmedos y lugares sensibles que respondieran a su tacto. Anastasia comenzó a contorsionarse placenteramente.

«Tócame aquí, y aquí, y ahí» « ¡Oh, sí, así! » pensó. « ¡Por favor, no pares!»

Pero él paró, quitó la mano, y se puso de pie después de arreglarle la ropa fríamente. Luego se arregló su desordenado pelo.

Aquí no —dijo él, mirando la cara de ella, sonrojada—. Y de este modo, no.

Se fue a la habitación principal antes de que ella fuera capaz de decir nada.

Anastasia tenía aún el corazón agitado, y el cuerpo implorante de deseo.

Lo siguió. Christian se quitó la chaqueta; luego la colgó en el ropero. No parecía afectado por lo que acababa de pasar entre ellos, como si fuera algo normal.

Pero no era normal.

Christian... Yo... —dudó ella, momentáneamente distraída al verlo desabrocharse la camisa blanca y luego quitársela.

Unos hombros anchos, bronceados... Y un pecho igual de ancho y bronceado debajo del oscuro vello.

Él caminó unos metros y tiró la camisa en un canasto de mimbre que había en un rincón. En el movimiento, Anastasia descubrió unos músculos interesantes.

— ¿Has estado haciendo pesas? —preguntó asombrada, y molesta, como si él no tuviera derecho a hacer esas cosas a sus espaldas.

Él se sonrió.

Me alegra saber que sigues teniendo tus prioridades. Sí, he hecho pesas. Y he hecho entrenamiento. Llevo mucho tiempo en ello, unos diez años.

— ¡Oh! —no pudo decir más. Sólo podía mirarlo mientras él se dirigía al cuarto de baño de su habitación.

— ¿Quieres ducharte?

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