Dieciséis

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Sánchez no sabía nada de Elvis, y aunque era comprensible que no tuviera noticias durante varios días, tal vez incluso semanas, al cabo de veinticuatro horas ya estaba ansioso. Por nada del mundo pediría al asesino más temido de Santa Mondega que abandonara el trabajo. Al menos eso pensaba cuando encargó a Elvis la poco envidiable tarea de vengarlo en su nombre.

Entonces algo hizo cambiar de idea a Sánchez. Tuvo una visita inesperada en su bar. Era media tarde cuando entró. No la había visto por algún tiempo, pero ahí estaba de nuevo. Sánchez no pudo estar más sorprendido.

Jessica apareció en el Tapioca como si nada le preocupara. Era evidente que no había presenciado el asesinato de su hermano y su cuñada. De hecho, parecía muy tranquila.

—Un café, por favor —murmuró mientras tomaba asiento en la barra.

A Sánchez le pareció que no lo había reconocido, lo cual le desilusionó.

—Hola, Jessica —dijo.

Ella levantó la mirada, sobresaltada.

—¿Me conoces? —preguntó, incapaz de ocultar su sorpresa.

—Sí. ¿Sabes quién soy?

—No. ¿Te he visto antes? No me suenas...

Ella miró a su alrededor. Si había estado antes en el Tapioca, no lo recordaba.

—Sí, estuviste aquí hace cinco años. ¿No te acuerdas?

—Tengo mala memoria. Pero es posible que la recupere.

Sánchez no supo qué pensar. ¿Le estaba diciendo la verdad? ¿Realmente no lo recordaba? ¿Tenía amnesia? Sólo había una forma de averiguarlo.

—¿Qué has estado haciendo estos últimos cinco años?

Ella lo miró, suspicaz.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque recuerdo lo que sucedió la última vez que te vi. Causaste sensación.

—Suele pasarme...

A Sánchez le sorprendió el repentino cambio de personalidad. Jessica pasó de estar asustada a mostrarse arrogante.

—¡Ah! Muy bien... ¿Cómo quieres el café? —le preguntó.

—Gratis.

—¿Perdona?

—No me importa cómo sea el café mientras no tenga que pagarlo.

Sánchez odiaba a la gente que trataba de embaucarlo con bebidas gratuitas, pero estaba sorprendido de ver a Jessica despierta, y anhelaba averiguar qué le estaba ocurriendo y qué sabía de la muerte de su hermano y su cuñada. Así que le sirvió a regañadientes una taza de café de la vieja jarra llena de costras que había estado calentando durante cuatro horas.

Jessica observó la taza blanca y sucia de café y lo olió después de que Sánchez la deslizara por la barra.

—Espero que el café no sea la consumición estrella de este bar.

—Son el whisky y el tequila.

—¡Me alegra oírlo!

Sánchez estaba empezando a sentir un muy ligero desagrado hacia Jessica. Su comportamiento lo desilusionaba, ya que en los últimos cinco años había imaginado que cuando por fin recuperara la conciencia, lo vería como su salvador, un hombre en quien podía confiar. Aunque todavía no estaba preparado para renunciar a ella, su actitud no le convencía.

—Jessica, ¿qué has hecho durante este tiempo?

Ella dio un sorbo a su café.

—¿Por qué te importa tanto? ¿No puedo tomar un café sin que el camarero intente ligar conmigo? —Le dedicó una mirada desdeñosa.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora