Veinte

17 4 0
                                    


Shamrock House, apartamento seis. En realidad, Jefe no esperaba encontrar allí a Dante y a Kacy. O al menos, no con vida. Podían ser imbéciles, pero incluso si eran tan obtusos para quedarse en su apartamento, a esas alturas Elvis ya los habría matado.

Jefe no estaba seguro de dónde encajaba Elvis. Podía estar trabajando para Santino, o tal vez Sánchez lo había contratado para encontrar la piedra. En ese caso, el camarero se habría movido con rapidez. Si Elvis había encontrado a Dante y a Kacy, podía llevarle ventaja en la carrera por el Ojo de la Luna. Por supuesto, era posible que ni siquiera buscara la piedra. Le irritaba tener tantas dudas...

En el vestíbulo de Shamrock House lo recibió un viejo recepcionista sentado tras un mostrador con paneles de madera medio descompuestos. No trató de captar la atención del visitante, así que Jefe ignoró su presencia. Como si hubieran alcanzado una comprensión mutua, Jefe pasó más allá del mostrador e, ignorando el destartalado ascensor, continuó por las escaleras de madera húmeda hacia los apartamentos. No sabía dónde iba a encontrar el apartamento número seis, pero como el edificio era muy angosto, quizá no estaba en el primer piso.

Al final, el apartamento que buscaba resultó hallarse en el tercer piso. Jefe llegó lamentando no haber preguntado al viejo de la recepción. La puerta número seis quedaba al final de un pasillo frío y húmedo forrado con una alfombra pegajosa de color verde. En otro tiempo, ésta debía de haber sido de color crema, pero ahora estaba toda podrida.

Cuando Jefe por fin llegó a la puerta con un oxidado número 6 atornillado, comprobó que llevaba el arma. Siempre que planeaba matar a alguien, seguía la misma rutina, como si fuera un ritual imprescindible. Pero era puro instinto, así que nunca iba a olvidarse. Respiró hondo, cuadró los hombros y llamó tres veces a la puerta.

—¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

Ninguna respuesta. Llamó otra vez. De nuevo no hubo respuesta, pero ahora tenía una horrible sensación. Se sentía extrañamente observado... Un vistazo al oscuro pasillo le confirmó que estaba solo... En fin, no era el momento de paranoiarse. Debía pasar a la acción. ¡PUM!

Tiró la puerta de una sola patada. Fue tan fácil que casi se saltaron las bisagras. Jefe sabía que era fuerte, pero la facilidad con que se abrió la puerta le indicó que el cerrojo ya estaba jodido. La puerta en sí parecía podrida, debido a la humedad. Sin embargo, Jefe dejó de preocuparse por el estado de la puerta. Su prioridad era averiguar si alguien se escondía. Sacó el arma, listo para la acción, y saltó al apartamento como si fuera un policía de la tele, revisando ambos lados mientras avanzaba.

No había mucho que ver. Era un apartamento de una sola habitación con una cama de matrimonio cubierta con una colcha de color carmesí, un sillón que miraba hacia un pequeño televisor y un lavabo sucio con un espejo lleno de orín arriba. El tapiz estaba en un estado incluso peor que el del pasillo y el conjunto apestaba, como si alguien hubiera olvidado un bistec debajo de la cama.

Jefe estaba a punto de guardar su arma cuando notó una mancha de sangre en el edredón de la cama. La miró con detenimiento. La sangre aún no se había hundido en la colcha, sino que formaba un charco sobre la cama. Era sangre fresca... De pronto, una gota aterrizó desde el techo en medio del charco. Jefe levantó la mirada muy lentamente. Primero se movieron sus ojos, seguidos por su cabeza. Sólo entonces vio a un cadáver pegado al techo. Era su sangre lo que goteaba en la cama.

El hombre había sido literalmente pegado al techo con cuchillos pequeños. Unos atravesaban sus manos; otros, sus pies y su pecho. Otros cruzaban sus ojos y la entrepierna. Era imposible identificar al muerto. Su piel estaba barnizada con sangre, y su ropa, reducida a harapos. Parecía haber sido atacado por una manada de bestias salvajes antes de que alguien lo colgara para secarse. El cazador de recompensas había visto cientos de cadáveres en su vida, pero nunca uno tan castigado.

—¡Demonios! Amigo, ¿cómo te llamas? —preguntó en voz alta.

El muerto no contestó al instante, pero entonces, mientras Jefe lo tocaba con la punta del arma, la respuesta llegó de forma rotunda. La cadena de oro que llevaba al cuello aterrizó en la cama. Jefe quedó horrorizado, pero una vez recuperada la compostura, la recogió. Era una cadena bastante gruesa con un pesado medallón de oro, con las siglas de «los que se hacen cargo del negocio». Elvis Presley hizo que grabaran ese acrónimo en sus gafas de sol. Era la señal del Rey. Así que no habría premio por adivinar quién era el muerto.

—Así que eres Elvis, ¿eh? ¿Qué coño te ha pasado? ¿Has visto al Diablo?

El cuerpo no contestó, lo cual no era sorprendente. Jefe pasó los siguientes minutos rebuscando en el apartamento sin encontrar nada. Cuando el peso de Elvis por fin aflojó todos los cuchillos y el cuerpo se estrelló en la cama que había debajo, decidió abandonar el apartamento. Bajó a gran velocidad las escaleras, intentando no llamar la atención. El anciano de la recepción ni siquiera levantó la vista cuando Jefe pasó a su lado. Tal vez sabía que no debía fijarse en todo el mundo. No tenía sentido poder identificar a un criminal y que luego éste sintiera la necesidad de matarlo.

Fuera, aliviado de respirar aire puro, Jefe suspiró varias veces antes de dirigirse a su coche. Ahora recuperar el Ojo de la Luna iba a ser más complicado. Necesitaba una nueva pista.

¿Quién había matado a Elvis? ¿Y dónde estaba el Ojo de la Luna? ¿Lo tenía Dante? ¿Dónde podía encontrarlo?

Tales preguntas cruzaron su mente. Ni siquiera reparó en su viejo Cadillac amarillo, aparcado en la acera, cuando pasó hacia su flamante Porsche plateado.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora