Treinta y cuatro

10 1 0
                                    


—¡Peto! ¡Despierta! Soy yo, Kyle. ¿Estás bien?

—¿Qué ocurre? ¡Ay! Mi cabeza...

¿Dónde diablos estaba? Lo único que veía era la cara de Kyle en medio de un cielo blanco. Se sentía como si estuviera recostado en algo pastoso. ¿Cómo había llegado allí?

—Te golpearon en el primer asalto, justo como planeamos —dijo Kyle, sonriéndole—. Pero te salió mal y no pareció real. Al menos pudiste pegarle un par de veces antes de caer.

—¿Qué?

—Vamos, Peto, no te hagas el tonto. El combate ha terminado. Ahora nadie nos está mirando.

—Kyle, ¿dónde estoy?

—Estamos fuera, con los médicos.

Peto volvió la cabeza a la izquierda. Un médico con un estetoscopio al cuello le sonreía desde la ambulancia estacionada a unos metros. Peto sentía el peso de su cuerpo y no estaba seguro de poder moverse. Podía, pero no se sentía con ánimo de moverse. Además, no recordaba cómo había llegado allí.

—¿Es ésa la carpa de boxeo? —preguntó.

—Sí. Vámonos —apremió Kyle—. Hemos quedado con Rodeo Rex para tomar algo. Es un tipo agradable.

—¿Agradable? ¡Casi me mata!

Hasta ese momento, Kyle no se había dado cuenta de que el novicio podía estar gravemente herido.

—Pero ¿no estabas perdiendo a propósito?

—¡No! ¿Te lo ha parecido? ¡El tío casi me arranca la cabeza de los hombros! —De pronto le preocupó lo siguiente—: ¿Me falta algún diente?

Kyle estaba dispuesto a pasar por alto las maldiciones mientras Peto recuperara la compostura.

—No. Al parecer, Rex suavizó el golpe para no romperte ningún diente. Un detalle de su parte, ¿no crees?

—¡Ah, bueno! Entonces págale una bebida. Joder...

Ahí terminó toda amnistía respecto a las maldiciones. Kyle había aguantado lo justo.

—Peto, ¿puedes dejar de meterte con ese hombre? Es innecesario.

—Muy bien. Deja que Rodeo Rex te golpee a ti en la cabeza. A ver cómo te sienta, inútil...

Peto se sentó y miró, desafiante, al otro monje. Pero la brusquedad del movimiento hizo que se mareara y pasó varios segundos abriendo y cerrando los ojos. Kyle, aunque comprensivo hacia la paliza que acababa de recibir Peto, no estaba impresionado por la agresividad de su amigo.

—¡Cálmate! —le ordenó.

—¿No parezco calmado?

—No.

—Supongamos que lo estoy. ¿De acuerdo?

—Está bien.

Kyle ayudó al novicio a incorporarse. Cuando la cabeza de Peto se aclaró lo suficiente, se dirigieron a una carpa grande donde servían cervezas. Se merecían un vaso de agua.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora