Veintiuno

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Sánchez no se alegró de ver a Jessica en el Tapioca por segunda vez ese día. Había sido bastante borde y, luego, después de no hacerle ni caso, a él, su salvador, se había marchado con Jefe. Así que le sorprendió que la chica se presentara de mejor humor. Mukka estaba sirviendo a los escasos clientes, mientras Sánchez descansaba su trasero tomando la mejor cerveza.

Jessica se dirigió hacia él. Iba vestida con el mismo traje ninja con que la había visto antes. Casualmente, era la misma ropa que llevaba la noche de autos, cinco años antes. Tal vez no tenía más ropa... Le constaba que esas prendas habían quedado acribilladas a balazos, pero Audrey, la cuñada de Sánchez, las había cosido.

—Bueno, Sánchez... —dijo Jessica, sentándose junto a él en la barra—. ¿Vas a invitarme a una copa y a decirme quién diablos crees que soy?

Aunque odiaba admitirlo, a Sánchez le encantó comprobar que de golpe la chica se interesaba por él. Había pensado en ella tantas veces... Además de ser la mujer más hermosa que había visto en su vida, también era la más interesante. Efectivamente, la había conocido durante cinco años; sin embargo, no sabía casi nada sobre ella. Hasta ahora, había estado en coma, excepto las primeras dos horas.

—Mukka, sirve una bebida a la dama.

—Claro, jefe. ¿Qué va a ser, señorita?

—Un Bloody Mary.

—Ahora mismo.

Sánchez contempló a Jessica mientras esperaba a que Mukka le sirviera su bebida. Al final, tras un minuto tintineando botellas, Mukka puso el cóctel frente a ella.

—¿Tiene hielo? —preguntó la chica, sabiendo la respuesta.

—¿Me has visto ponerlo? —fue la respuesta sarcástica de Mukka.

—Pon hielo en la bebida de la dama, ¿quieres? —bramó Sánchez.

Mukka obedeció, no sin antes gruñir su rebeldía.

—Lo siento, Jessica —comentó Sánchez, esbozando su mejor sonrisa.

A su parecer, sólo había una forma de empezar la conversación y era hablar con sinceridad. Respiró hondo antes de soltar lo primero que le vino a la cabeza.

—Dime, ¿cómo puede ser que te conozca desde hace cinco años y no sepa nada de ti?

—¡Dios santo! No perdamos el tiempo hablando de tonterías, ¿vale?

Sánchez pensó que aquello sería duro, pero no iba a renunciar tan fácilmente.

—Muy bien —dijo sin alterarse—, pero a los dos nos beneficia. Quiero escuchar lo que sepas sobre mi hermano y su esposa.

—No los conozco —dijo Jessica, confundida—. ¿Me equivoco?

—Seguro que los conociste. Te han estado cuidando durante estos cinco años, después de que yo te salvara la vida.

—¡Chorradas! ¿Tú me salvaste la vida?

A Sánchez le decepcionó que Jessica no creyera que él le había salvado la vida, como si fuera algo imposible. Sin embargo, se tragó su orgullo y continuó con firmeza:

—No son chorradas. Hace cinco años te dispararon y te dejaron frente a este bar. Yo te llevé a casa de mi hermano. Su esposa, Audrey, que era enfermera, te cuidó hasta sanarte. Estos últimos cinco años has estado en coma, y ella y mi hermano te han mantenido viva.

Jessica parecía un poco suspicaz, lo cual era comprensible. Le tomaría tiempo ganar su confianza, pero persistiría.

—¿Por qué no me llevaste a un hospital, como haría una persona normal? —La chica lo observó para verificar si su respuesta era sincera.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora