Treinta y seis.

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En todo el tiempo que llevaba trabajando en la policía, nunca antes habían convocado al teniente Scraggs a una reunión secreta con el capitán Rockwell. Nadie había tenido ese honor, pero había algo sorprendente: las reuniones secretas con el capitán debían ser justo eso, secretas. Sin embargo, la nota en su escritorio no era excesivamente discreta.

REÚNETE CONMIGO EN EL VESTIDOR

A LAS 16.00 HORAS. NO SE LO DIGAS A NADIE.

Y allí estaba, sentado en el vestuario del sótano de la comisaría. Años antes aquello había sido un gimnasio, pero lo habían cerrado por razones desconocidas. Algo había ocurrido allí abajo, aunque nadie (excepto el capitán) lo sabía. La policía tenía tantos secretos como los propios criminales.

Scraggs llevaba un minuto esperando cuando escuchó al capitán Rockwell bajando las escaleras al vestuario. Eran las 16.01 horas. El capitán llegaba un minuto tarde, pero él no iba a quejarse. ¡Le admiraba!

Rockwell abrió la puerta en silencio y dio un vistazo.

—¿Estás solo? —murmuró.

—Sí, señor —contestó Scraggs.

—¿Sabe alguien que estás aquí?

—No, señor.

—Bien. —El capitán entró sigilosamente y cerró la puerta sin hacer ruido—. Siéntate, Scrubb.

—Es Scraggs, señor.

—Lo que sea. Siéntate.

El teniente se sentó en el largo banco de madera que había a lo largo de la pared. Detrás de él tenía una fila de armarios vacíos; enfrente, otro banco. El lugar estaba descuidado y olía a sudor. El capitán se sentó y se inclinó de manera que su cara quedara a unos centímetros de la de Scraggs.

—Necesito que hagas algo por mí —medio gruñó, medio murmuró.

—No hay problema, capitán. Cuénteme de qué se trata.

—Es el agente Jensen. He pinchado su teléfono móvil y, tras escuchar sus llamadas, tengo la sensación de que está buscando algo mucho más grande de lo que cuenta.

—¿Le ha preguntado a Somers? He oído que se llevan muy bien.

—¡Estupideces! —Rockwell levantó la voz—. Somers no se lleva bien con nadie. Ya lo sabes.

—¿Y qué quiere que haga, capitán?

—Quiero que sigas al agente Jensen —susurró Rockwell—. Intenta que no se lo huela.

Rockwell puso una mano en el hombro de Scraggs, mirándolo a los ojos para mostrar que hablaba en serio. Scraggs asintió a la orden de Rockwell.

—¿Tiene alguna pista, capitán? ¿Por dónde empiezo?

—Comienza en la cafetería Olé Au Lait.

—¿Por qué? ¿Qué hay allí?

—Si vas esta tarde, a las ocho, encontrarás a Jensen y a Somers. Han quedado en reunirse allí para que Jensen le cuente al otro qué descubrió en una visita a la biblioteca.

Scraggs no estaba seguro de que lo estuviera comprendiendo correctamente.

—Nunca podré estar lo bastante cerca de ellos para escuchar sin que me descubran —señaló.

—No quiero que lo hagas. Sólo quiero que sigas a Jensen en cuanto se largue. Y que me cuentes dónde va.

—Muy bien, capitán. ¿Eso es todo?

—No. Si Jensen te da esquinazo, quiero que encuentres a Somers y lo sigas a él. Creo que esos dos payasos saben más de la cuenta.

—¿Como qué? ¿O no debería preguntar?

El capitán parecía estar planteándose si Scraggs necesitaba algo más, pero era lo bastante inteligente para dejar las preguntas al teniente.

—Esta mañana, Jensen visitó la biblioteca. Después llamó a Somers con su teléfono móvil y dijo que había encontrado una pista importante. Ésta podría ser la clave para todos los asesinatos recientes. Necesito saber qué descubrió Jensen, antes de que alguien más lo sepa. Es posible que pusiera su vida, y la de Somers, en peligro.

—¿Estamos hablando de Kid Bourbon, capitán?

—Podría ser... —asintió Rockwell—. Pero recibimos miles de llamadas peregrinas sobre Kid Bourbon.

—Lo sé. Dicen que lo ven en la ciudad al menos una vez al día.

El capitán se levantó para marcharse.

—Hoy a ese hijo de puta lo han visto más de cien personas.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora