Quince

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A Jensen le sorprendió gratamente lo bien que Somers encajó su perorata. No esperaba que el agente creyera una palabra, pero no perdía nada. Si Somers le creía, entonces, maravilloso; si no, tampoco le importaba. Su única preocupación era que si mucha gente averiguaba su teoría, el pánico se adueñaría de Santa Mondega. Y Jensen no podía demostrar nada. Por eso estaba en la ciudad, para confirmar o refutar las sospechas del gobierno.

Al parecer, a Somers le interesó la historia. Jensen le contó cómo lo habían destinado a Santa Mondega para descubrir la verdad de un secreto que los gobiernos y líderes de la Iglesia habían protegido durante siglos. El misterio pasaba de una generación a la siguiente. Todos los responsables acababan dudando de su veracidad, y mandaban a sus propios investigadores a Santa Mondega para descubrir si era cierto. Algunos regresaron de una pieza y lo corroboraron. Otros desaparecieron para siempre.

El mundo fingía que Santa Mondega no existía. No salía en los mapas ni era nombrada en los noticiarios. ¿La razón? Muy sencilla. Según la leyenda, Santa Mondega era el hogar de los muertos vivientes. Jensen recordó cómo se había sentido al escucharlo por primera vez. Sus instintos le decían que no eran más que tonterías. Pero el hecho de que lo escuchara de una fuente que estaba bajo las órdenes directas del presidente de Estados Unidos significaba que al menos debía fingir que se lo tomaba en serio. Después de todo, cuando un alto funcionario del gobierno comparte con alguien una información confidencial, no conviene desecharla a la ligera. En el mejor de los casos, podría costarle el trabajo.

Somers absorbió la información de forma muy similar a como Jensen lo había hecho, lo cual le pareció admirable. Jensen vivía y moría para la actividad sobrenatural, mientras que Somers era un agente criminalista. Pero, si su teoría era cierta, todas las muertes habrían sido cometidas por el mismo asesino.

—Pensé que todo esto te sorprendería más... —Jensen comentó al inmutable Somers, quien no se movió de su escritorio.

—En realidad, hace años me contaron esta teoría. Y aunque nunca he visto una sola prueba que la respalde, tampoco he visto nada que la refute —contestó Somers.

Jensen tenía que respetar la honestidad de aquel hombre. Era interesante enterarse de que lo había oído antes. Pero, para Jensen, aquello era más un hecho que una teoría. En realidad, no era tan distinto de su compañero... En la mente de Somers, la responsabilidad de Kid Bourbon en los asesinatos también era un hecho. Por fin habían encontrado un terreno común, aparte de las películas.

—Gracias por no burlarte de mí. —Jensen suspiró—. La gente suele avergonzarme con este tema... —Somers sonrió y sacudió la cabeza—. ¿Qué te divierte tanto?

—En este trabajo, he visto todo tipo de mierda. Y las fotos de estos cadáveres confirman la posibilidad de que algo no humano esté detrás. Así que aceptaré la teoría de que Kid Bourbon es algún tipo de fantasma al que nadie puede matar. Si te mantienes en este caso conmigo, ayudándome a encontrarlo, creeré que es el mismo Diablo.

—Gracias.

—Sin embargo, hay algo más.

—¿Qué es?

—No me lo has contado todo, ¿verdad?

Jensen consideró la pregunta. Si no le había ocultado nada...

—Eso es todo, Somers. Al menos, todo lo relevante...

Somers se levantó de repente y dio la espalda a Jensen. Caminó hacia la ventana y miró entre las persianas, hacia la calle.

—El Festival Lunar acaba de empezar —dijo al cabo de un rato—. En un par de días, Santa Mondega vivirá un eclipse solar. Dos monjes acaban de llegar a la ciudad, al igual que otros dos hicieron hace cinco años. Y todos sabemos qué sucedió entonces, ¿no?

—Sí. Murió mucha gente... ¿Adónde quieres llegar?

—No me tomes por tonto... El día en que murieron esas personas a manos de Kid Bourbon fue el último eclipse. Ahora bien, fuera de Santa Mondega, ninguna otra ciudad tiene dos eclipses de sol en cinco años. No es posible. Por eso creo tu historia. Tú has venido por el eclipse. Kid Bourbon ha vuelto por el eclipse, y esos dos monjes están aquí por lo mismo.

—¿Has oído hablar del Ojo de la Luna?

Somers se dio la vuelta y miró a Jensen.

—Te refieres a la piedra azul, ¿no? Es lo que Kid Bourbon andaba buscando la última vez. Un tipo llamado Ringo la había robado a los monjes. Ellos también vinieron a buscarla y lograron recuperarla. Dicen que no puede matar a hombres santos o algo así. Pero ahora estoy adivinando, agente Jensen, que han vuelto a robar el Ojo de la Luna. Por eso tú, los monjes y Kid Bourbon habéis llegado a la ciudad... ¿Y qué tiene que ver con el eclipse?

Sus últimas palabras cayeron en un silencio cada vez más profundo, mientras Jensen reflexionaba sobre la mejor respuesta.

—Bueno... —dijo finalmente, dándose cuenta de que era cierto que no se lo había contado todo a Somers—. Tal vez quieras sentarte de nuevo. Aquí es cuando esto se vuelve realmente misterioso.

—Me quedaré de pie, gracias. Continúa.

—Tienes razón. El Ojo de la Luna ha vuelto a ser robado. Y según mi fuente en el gobierno, esa piedra tiene «poderes mágicos».

—¿«Poderes mágicos»? —Somers sonaba incrédulo.

—Sí, lo sé. Parece ridículo y, para ser justos, estos «poderes mágicos» son una de las áreas más grises en una historia llena de «poderes mágicos». Al parecer, quien tenga la piedra se vuelve inmortal, aunque no haya evidencias... —Esperó un momento, preguntándose cómo se tomaría Somers la siguiente información—. Una de las teorías es que controla la órbita de la Luna.

—Interesante... Eso tendría sentido. Con un eclipse inminente, un hombre que pudiera controlar la órbita de la Luna estaría en una posición muy poderosa.

—Cierto. Ahora piensa en esto, Somers. Si quien tiene la piedra puede impedir que la Luna mantenga su órbita sobre la Tierra durante el eclipse, y la Luna se mantiene estacionaria con relación a la Tierra, aunque girando con ella, en el punto exacto en que se le ha detenido, entonces el área de la Tierra cubierta por la oscuridad del eclipse permanecería en la oscuridad para siempre.

Somers decidió que era tiempo de volver a sentarse. Se acomodó detrás del escritorio y tomó unas de las fotos que había estado mostrando a Jensen. Las estudió detenidamente. Por su expresión, Jensen adivinó que esta vez las observaba desde una perspectiva distinta.

—Creo que ahora puedo ver lo mismo que tú, Jensen —dijo.

—¿En serio? ¿Qué crees que veo?

—Ves personas prosperando en una ciudad bañada por la oscuridad total.

—Veo muertos vivientes que caminan por ahí como personas normales —comentó Jensen, imitando al niño de la película Sexto sentido—. Saben que están muertos. Fíjate en los habitantes de Santa Mondega.

Por la mirada sorprendida de Somers, Jensen adivinó que había comprendido el asunto. No era un tipo lento.

—¡Vampiros! —gritó Somers—. La única criatura que se beneficiaría de una ciudad a oscuras es un vampiro.

—Exacto.

—¡Dios mío! ¿Por qué no lo pensé antes?

—¿Por qué hacerlo? —Jensen sonrió—. ¡Es una idea absurda!

—Lo era. Pero ahora tiene sentido. Si Kid Bourbon es un vampiro, será mejor que lo encontremos antes de que esa piedra llegue a sus manos.

El Libro Sin Nombre (actualizando) ®©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora