Epílogo

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-Papá...¡papá! - Sacudo un poco la cabeza, devolviendo mi mente al mundo y mi atención a mi hijo, que sacude un folio frente a mis ojos. - ¡Mira lo que he terminado! 

Aprovechando que todos sus compañeros se han ido ya al sonar la campana, lo siento en una de mis rodillas, dejando que me explique. Normalmente volvemos a casa nada mas terminar el colegio, pero es época de evaluaciones y he tenido que quedarme un rato a poner las notas. No me gusta llevarme el trabajo a casa, así que Rafa se ha quedado aquí conmigo.

 Hicimos un trato. Aunque todos sus compañeros de clase saben que soy su padre y que él es mi hijo, en clase me trata siempre como un profesor y yo solo como a un alumno mas. Pero ahora el horario lectivo ha acabado y me da igual que todavía estemos en la clase. 

- Mira, sois papá Alec y tu. - Observo el dibujo con media sonrisa. Esta claro que el arte no es lo suyo...al menos no la pintura. Aunque aun así puedo reconocernos un poco en los monigotes. - Y este de aquí soy yo, y aquí esta Max. ¿Crees que podremos ir a buscarlo hoy? - Sonrío al ver esa mirada esperanzada. No es mi hijo biológico, pero desde luego ha aprendido de mi esa mirada que parece la de un perrito abandonado bajo la lluvia. Le doy un beso en la frente, encantado de poder complacerle. - Quien sabe... quizá cuando lleguemos a casa ya está allí con papá.

Da un salto de mi pierna con un grito de emoción y poco tiempo tarda en aparecer con su chaqueta y la mía. Guardo la carpeta con las notas y los apuntes sobre cada alumno en el cajón y echo la llave antes de ponerme el abrigo y ayudar a Rafael con el suyo. A sus seis años se hace cada vez mas independiente, pero nunca nos niega algo de ayuda y eso nos sienta bien. Alec a veces se pone melodramático pensando que los siguientes doce años pasarán igual de rápidos que estos últimos cuatro y cualquier día Rafa se nos irá de casa. Sin embargo muchas veces es el propio Rafael quien consigue calmarlo con su afectuosa forma de ser. Un par de abrazos y Alec se da cuenta de que Rafa será siempre nuestro niño, por muchos años que pasen.

En el ascensor de camino a casa bajo la mirada a mi dedo anular, dándole un par de vueltas al dorado anillo de casado. Nos llevó tres años, dos meses y veintiún días decidirnos, pero al final el mismo mes que nos casamos terminamos tirando la pared que dividía ambos apartamentos, quedándonos con uno mucho mas espacioso. Rafael consiguió su propio cuarto de juegos y yo mi tan ansiado vestidor... por mi parte... bueno. Construí para Alec una pequeña biblioteca con una estantería para mi, repleta de VOGUE's... tampoco es de extrañar, ¿no? Sigo comprándola fielmente cada mes, pese a las quejas de Alec. La que yo compro conserva incluso el plástico y la que él trae es la pobre maltratada que se lee media docena de veces y acaba en recortes para los collages del colegio o en la basura.

Alec por su parte remodeló su sueño de saltar al New York Times. No dejó la revista, pues con el tiempo se ha vuelto su hogar, pero si empezó a escribir algunas obras para el pequeño Broadway. Nuevos guiones, retos que le dan vida al asunto. Son versos nuevos que escribir, historias que nunca han sido contadas... ¿quien sabe cual será la próxima gran obra de los escenarios? La cuestión es que Alec descubrió que se sentía mucho mas feliz trabajando en una de esas pequeñas obras de poco renombre que en el gran periódico que llevaba persiguiendo toda la vida.

Abro la puerta de entrada y Rafael enseguida me deja su abrigo en la mano, echando a correr al salón. Niego con la cabeza pero dada su emoción hoy lo dejo pasar y le cuelgo yo el abrigo y la bufanda. 

Camino hasta el interior de la casa, viendo a Alec sentado en el sofá, con Rafa atosigándolo a preguntas a un lado y con el pequeño Max acurrucado a su otro costado, tapado hasta la cintura con una manta. Como Rafael al principio, Max también está siendo un poco tímido, aunque tenemos la esperanza de que poco a poco vaya abriéndose con nosotros.

Lo conocimos hace tres meses y medio en el orfanato del barrio. Se había perdido en una de las salidas a Central Park y tanto Rafael como nosotros nos encariñamos con el pequeño. Conseguimos llevarlo de nuevo al orfanato y a partir de ahí fue cuestión de tiempo que acabáramos adoptándolo. Solo tiene tres años, pero sus enormes ojos color verde son muy expresivos. Alec dice que su cabello parece tan loco y desordenado como el mío, pese a ser de un precioso color dorado.

Me inclino sobre el sofá, dándole un suave beso en los labios a mi marido y pasando una mano entre los cabellos de Max, sonriéndole con ternura. -¿Cómo estás, Max?¿Te gusta tu nueva casa? - asiente, todavía medio encogido bajo la manta. Rafael parece ansioso por enseñarle todos sus juguetes. Pese a la diferencia de edad, esta muy orgulloso de poder tener un hermano con quien jugar... y se ha propuesto de un modo muy responsable convertirse en un hermano mayor ejemplar.

-Todavía no le he enseñado su cuarto...Rafa, ¿quieres hacerlo tu? - Sonrío al escuchar a Alec. Por supuesto que el ojiazul estaba completamente enterado de que Rafael quería ser quien enseñara su cuarto a Max. Ha estado ayudándonos todos los días a remodelarlo, tanto con la pintura como con los adornos hasta que lo hemos hecho perfectamente a la medida del rubio.

Ayudo a Max a ponerse sus zapatillas antes de bajarlo del sofá y dejar que se vaya de la mano de Rafael por el pasillo. Le sonrío a Alec y tiro de su mano para levantarlo, dándole un suave beso antes de echar a andar tras los chicos, procurando no hacer ruido para que no noten nuestra presencia. 

Me apoyo en el marco de la puerta, dejando que Alec apoye su espalda en mi pecho, rodeando su cintura con mis brazos al tiempo que beso su sien, observando como Max alucina ante cada cosa que Rafa le enseña, desde los peluches de su cama en forma de toda clase de animales hasta el baúl lleno de juguetes que tiene a un lado del armario. Muchos de ellos son juguetes que el propio Rafael decidió darnos para que pudiese jugar su hermano, pese a que en ningún momento le pedimos ninguno. - ¿Te das cuenta? Diez minutos juntos y ya se adoran... - Le doy un beso casto en el cuello, dejando mi barbilla reposar en su hombro sin quitar ojo de encima a los niños.

Ojalá el resto de mi vida fuese tan perfecta como los últimos cuatro años.

Deseo ver crecer a mis niños sanos y felices y al mismo tiempo que no crezcan nunca. Quiero verlos jugar juntos con el tren de madera sobre las vías circulares de la habitación. Traer a casa a sus primeras novias. Jugar a hacer castillos en la playa hasta que la arena les salga por las orejas. Ir a la universidad. Sus ojos brillando de alegría al ver que hay helado de postre. El día que sean ellos quienes disfruten viendo a sus propios hijos. Pero sobretodo soy feliz de saber que disfrutaré todos y cada uno de esos momentos al lado de la persona a la que amo y a su vez también me ama.

Sabía desde hace quince años que deseaba un hombre como Alexander Lightwood en mi vida... y ahora que tengo al propio Alexander Lightwood-Bane entre mis brazos sé que no me equivocaba. 

My trick to win - MALEC -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora