Capítulo 23

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Tengo que apurarme. Tengo que apurarme. Maldito Alexander. Maldito hijo de puta. Algún día me iré de aquí. Si no necesitara tanto el trabajo ya lo hubiera mandado al demonio desde el primer día.

Ya lo odio. Lo odio.

Cree que porque tiene un mejor puesto que yo puede tratarme como si yo fuera una piedra, una piedra que claro, no siente y no se cansa.

-¡Ya voy!-Le grito perdiendo el control de mis acciones.

-No vuelva a gritarme, Woodley, recuerde que soy su jefe-Me repite.

Todos los días me lo dice.

¡Idiota!

Aprieto la mandíbula con fuerza mientras me pego las carpetas al pecho para evitar que se me caigan los papeles, las carpetas y el café.

-Dejelo en mi escritorio, necesito que los ordene y los acomode en los archiveros de ahí-Dice quitándome su mugroso café la de mano.

-¿No podría ayudarme?-Le pregunto enfadada cuando por su culpa, una carpeta esta por caerse del bulto.

-Nop-

-¡Se me van a caer!-Chillo cuando siento como de a poco las carpetas y todos los papeles se deslizan por mi pecho a mis piernas.

Camino de prisa hasta llegar a su enorme escritorio.

-No puedo creerlo, mujer, eres más torpe que las mismísima Georga-

Pobre señora, porque siempre tiene que burlarse de ella...

-Por lo menos Georga tiene más cerebro que usted-Digo.

-Esta a punto de perder su trabajo, Woodley, así que mejor guarde silencio y recoja los papeles que ha tirado-

Me quedo muy callada.

No puedo perder este trabajo. Este no.

En las últimas tres semanas, he perdidos cinco trabajos. Para mi desgracia, en la empresa en la que trabajaba antes de irme de regreso a Chicago, ya tenían todos los puestos ocupados incluyendo el que yo ocupaba... Esa fue mi perdición, pero por lo menos me quedé con mi departamento.

Siento mi celular vibrar, pero lo ignoro por completo. No debo de contestar, mucho menos frente al gruñón de Alexander.

Recojo los papeles del suelo y de la entrada de su oficina, luego en la esquina de su escritorio me pongo a ordenarlos evitando hacer mucho ruido para que el señorito no se vaya a desesperar.

Alexander es mi jefe, pero su jefe es muy amigo del viejo buena onda que me contrato cuando recién llegue a Nueva York, él muy amable viejo, me recomendó con esta empresa, y como la última secretaria de Alexander renunció, el puesto estaba disponible, y ahora estoy yo aquí, soportando al idiota todos los días. 

Es un hombre de treinta y cinco años, tal vez menos, alto y cabello castaño. Es guapo, medianamente guapo, pero ese poco atractivo que tiene se le desaparece cuando tienes que trabajar para él y soportar sus tantos días de malos tiempos.

Mientras acomodo los papeles, recuerdo mi última conversación con Allen...

Jamás deja de llamar o de mandarme mensajes. Intenta solucionar todo con un "buenos días, mi amor, ¿dormiste bien?", o con un "¿Cómo estuvo tu día preciosa? Descansa". Aún duele su hermoso recuerdo, pero no voy a ignorar ni olvidar las nuevas noticias de Chicago, todas con el nombre de mi marido de encabezado y fotos de él con mujeres.

Ese hombre no entiende.

Por lo menos a mí ya me dejaron de mencionar en las notas. Ahora yo no aparezco en nada, es como si todo mi historial hubiese sido borrado.

Te odio... Con amor IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora