Primera Parte: EL PRISIONERO - CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

Ana terminó de darle la sopa en la boca, y sacando un pañuelo de un bolsillo en su vestido, se arrodilló del otro lado del encadenado Lug. Tomó el vaso con agua y mojó el pañuelo en él. Con mucho cuidado, apartó los cabellos pegoteados con sangre y comenzó a limpiar la herida en la cabeza. Lug hizo una mueca de dolor, pero no se quejó.

Ana sacó un pequeño frasco de debajo de la falda de su vestido y lo abrió.

—Este ungüento ayudará a evitar que se infecte— le explicó, señalando el frasco.

—Te tomas demasiadas molestias por un loco— le respondió él.

Ella solo untó el ungüento con los dedos sobre la herida sin contestar. Luego tomó un pedazo de tela limpia que había traído y se lo enrolló en la cabeza, vendando la herida.

—¿Cómo es que sabes tanto de estas cosas? ¿Eres una Sanadora?— preguntó Lug.

—No, mi madre lo era. Yo solo sé algunas cosas que aprendí junto a ella. Era una mujer extraordinaria. Muchas veces, espiándola en secreto, vi que era capaz de hacer cosas más allá de las hierbas y los ungüentos.

—¿Cosas como qué?

—¿Esa herida que tiene en la cabeza? Ella le hubiera impuesto las manos y la hubiera cerrado.

—Parece que era una mujer muy poderosa.

—Era una Sanadora de verdad.

—¿Qué le pasó?

El rostro de Ana se ensombreció ante la pregunta. Los recuerdos de su muerte eran muy dolorosos.

—Lo siento— comenzó Lug—, no quise preguntar algo que te lastimara.

—Desafió a los sacerdotes— le dijo ella con tristeza mezclada con frustración—. Ellos la mataron. Algo así como lo que le pasa a usted.

—Lo lamento mucho— dijo Lug con sinceridad.

Ana asintió, y volvió a mojar el pañuelo para limpiar la sangre seca en el rostro y cuello de Lug.

—Ahora sí está más presentable— dijo ella satisfecha cuando terminó de limpiarlo.

—Gracias, estoy seguro de que ahora la gente sí va a creer que soy Lug— le contestó él, sarcástico.

Ella solo lo miró con sus ojos verdes, estudiándolo por un momento, tratando de decidir si creerle o no. Si aquel hombre era realmente quien decía ser... tal vez la oportunidad que había esperado por cinco largos años al fin había llegado. Quizá con su ayuda, podría escapar de los sacerdotes de una vez y para siempre. Tal vez hasta podría encontrar a su hermano.

Pero, ¿cómo iba ayudarla aquel hombre herido, encadenado y abandonado en una celda? Ni siquiera podía alimentarse por sí mismo. Dependía de ella para poder comer. Dependía de ella... No, se sacudió esos pensamientos de la cabeza, ella no podía ayudarlo.

—Mi madre me dijo que Lug pasó por Cryma hace muchos años— comentó ella.

—Es cierto, estuve aquí brevemente la primera vez— respondió Lug.

—Yo era apenas una niña. Nunca alcancé a verlo, pero recuerdo bien al hombre que Lug atacó. Se lo trajeron a mi madre desde la taberna. Estuvo inconsciente por muchas horas, y por momentos, deliraba. Mi madre dijo que no podía hacer nada por él, que solo el que lo había atacado podía curarlo.

—Su nombre era Gin— explicó Lug—. Me atacó en la taberna y yo me defendí. Como consecuencia por lo que le hice, sus amigos me ataron y me lanzaron a un pozo lodoso.

—¿Cómo escapó?

—Colib me rescató.

—¿El tabernero?— preguntó ella, sorprendida. Colib era un hombre que trataba de pasar siempre desapercibido, tratando de evitar problemas. Ana no imaginaba que el tabernero hubiera tenido las agallas para rescatar a Lug.

—Sí— confirmó Lug—. Entré en su taberna y lo vi momentos antes de que me capturaran los sacerdotes, pero no pareció reconocerme.

Ana pensó que tal vez Colib no lo había reconocido porque él no era realmente Lug, pero no dijo nada. En vez de eso ofreció:

—Colib es un cobarde, tal vez fingió no reconocerlo para no tener problemas.

—Colib es uno de los hombres más valientes de Cryma, Ana— corrigió él.

—Tal vez lo fue hace diez años, ahora es un esclavo más de los sacerdotes, cumpliendo sus reglas, dejando que ellos decidan por él.

Lug apartó la vista y suspiró. Quizá Ana tenía razón. Tal vez Colib había entregado su alma a aquellos sacerdotes, había perdido la libertad que una vez había logrado con su ayuda. Lug se dio cuenta de que si Colib no quería mezclarse con él, la única que quedaba para ayudarlo era aquella muchacha.

—Ana, tienes que ayudarme— le suplicó.

—Yo no puedo ayudarlo.

—Ana, por favor, eres mi única esperanza.

—¿Y qué quiere que haga? ¿Que convenza al Supremo de que usted es el verdadero Lug para que lo deje en libertad? ¿Cómo cree que yo voy a poder lograr eso?

—Eso no es necesario, el Supremo ya sabe que yo soy el verdadero Lug, por eso me arrojó en esta celda.

Ana entrecerró los ojos, incrédula.

—Eso no tiene sentido. Si él lo reconoció, debería presentarlo ante todo Cryma como el mesías esperado, como el salvador. Eso le haría ganar puntos con la gente de Cryma y tal vez con la de otros pueblos.

—Ana, eres una mujer inteligente, piénsalo bien. El Supremo no necesita ganar ningún punto, ya tiene a la gente a sus pies. Mi llegada solo significa el fin de esta falsa religión, el fin de todo el poder del que él goza en este momento. Yo represento lo que él más teme, el fin de su dominación. Me preguntaste por qué el Supremo me tenía tanto miedo, ahora lo sabes: mi presencia entraña su destrucción.

—¡Por el Gran Círculo!— exclamó Ana con una mano en su boca. Y luego: —Pero si eso es cierto, ¿por qué no lo mató ni bien lo reconoció?

—Porque él no es el primero en la cadena de mando, hay gente por encima de él a la que él debe obedecer, a la que él debe consultar. Mi presencia es un evento demasiado importante para que él pueda decidir por sí mismo qué hacer.

—Por eso envió al mensajero— entendió Ana.

—Exacto.

—Pero, ¿qué puedo hacer yo? Yo no puedo ayudarlo. No tengo ningún poder aquí, ni siquiera pude lograr que le sacaran los grilletes para que pudiera comer por sí mismo.

—Si el Supremo me reconoció, significa que ya me lo había encontrado antes, cuando estuve en el Círculo hace diez años. Necesito saber quién es para saber a quién me enfrento.

Ana pensó un momento.

—Tengo acceso a su habitación, la limpio a diario, puedo buscar entre sus cosas, tal vez haya algo que revele su identidad— ofreció.

—Eso sería excelente— sonrió él.

Ana recogió la bandeja del suelo y se preparó para irse. Antes de golpear la puerta de la celda para que le abrieran, se volvió una última vez hacia Lug:

—Si lo ayudo, y logra escapar, quiero algo a cambio.

—¿Qué?

—Que me lleve con usted.

Lug asintió, aceptando el trato.    

LA PROFECÍA ROTA - Libro III de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora