Capítulo 18

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Nada más bajar del coche respiré profundamente aquel olor a campo que tanto había olvidado. La bocanada de aire abrió mis pulmones y sentí allí un ambiente más abierto y relajado que en el que hay en el internado. Miré la descolorida fachada de mi casa, pasé por la pequeña y oxidada verja y caminé por el camino de gravilla hasta la puerta. Hacía seis meses que no recorría ese mismo camino. Hacía seis meses que no abría la puerta de mi casa y me impregnaba del olor a café que mi madre siempre tiene preparado. Un olor a café mezclado con el olor de las gallinas que estaban en su pequeña granja detrás de la casa. El pastor alemán de mi padre salió corriendo ha recibirme, parecía que no se había olvidado de mi. Todo seguía como siempre, solo había una ausencia: mi abuela. Mi abuelo estaba sentado en el destartalado sofá del comedor con los ojos llorosos y una foto arrugada entre sus manos. Me acerqué a él y le di un fuerte abrazo.

-El siguiente soy yo -murmuró con apesadumbrada voz.

-No digas eso abuelo, aún eres joven. La abuela estaba muy enferma, pero tú estas bien.

-Adriana -la tosca voz de mi padre-, sube a tu habitación ha cambiarte, el funeral será dentro de poco.

Obedecí sin rechistar y subí a mi cuarto. Me hizo especial ilusión volver allí, a mis queridas cuatro paredes repletas de fotos del Internado El Roble. Creo que fue en ese momento cuando me di cuenta realmente de que había cumplido mi sueño de llegar allí. Todo seguía tal y como lo había dejado, no habían tocado nada. Solo una cosa había que antes no estaba: en mi cama habían dejado un vestido negro para el entierro. Cuando me lo puse bajé de nuevo al salón donde ya me esperaban mis padres y mi abuelo, también ataviados de luto. Mi padre se puso junto a mi abuelo y ambos salieron los primero de casa. Mi madre, con unas gafas negras que le ocupaban casi toda la cara, me agarró del brazo y les seguimos.

La iglesia estaba atestada de toda la gente del pueblo. Éramos pocos los que vivíamos allí, así que nos conocíamos todos. Tras la misa, mi padre junto con unos tíos mios que habían venido desde la ciudad, cargaron con el ataúd hasta el coche fúnebre y nos fuimos al cementerio donde le dieron sepultura. Fue en ese momento cuando más necesité tener a Laura a mi lado. Siempre imaginé que viviría las muertes de mis familiares con más edad, pero nunca creí que sería en plena adolescencia. Una vez leí que esta situación trastocaba a algunos adolescentes, pero yo no sentía para nada que me fuera a afectar. Al fin y al cabo es ley de vida: nacemos para morir. 

Enamórate como puedas (Trilogía "Como puedas" Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora