Esa tarde cuando llegó a su casa no fue recibida como siempre. En vez de encontrarse con alguna de las mucamas recogiendo su abrigo y ofreciéndole algo de beber, se topó con un par de maletas.
Subió corriendo al segundo piso con el presentimiento de que algo malo estaba sucediendo. Y en efecto así era.
Su madre y su padre intercambiaban gritos en la habitación principal.
-¡Tus amenazas me tienen sin cuidado! Dudo mucho que el juez te otorgue la custodia cuando alegue adulterio.- vociferaba la mujer mientras doblaba un costoso abrigo como si fuera un trapo y lo metía en una maleta abierta sobre la cama.
-Tus acusaciones son infundadas. Eres una loca paranoica.- ahora era el turno del señor Ayala.
-No me quieras hacer pasar por loca Alberto. Quizás sea joven, pero no soy estúpida.
-Por supuesto que no eres estúpida, lo planeaste todo muy bien para casarte conmigo y luego quedarte con mi dinero.
Una sonora bofetada fue la respuesta de su mujer.
Natasha estaba preocupada, sabía que la situación tenía que estar bastante complicada como para que su madre se rebajase a alzar la voz.
En ese instante entró a la habitación para pedir una explicación.
-¿Qué está pasando?- preguntó cuando sus padres, sorprendidos por su presencia, voltearon a verla.
-Lo que sucede Natasha es que tu padre y yo vamos a divorciarnos. Por favor ve a tu habitación y empaca tus maletas, sólo lo indispensable.
La pelirroja no se sorprendió ni nada por el estilo. Últimamente las cosas no habían estado muy bien en su hogar y las peleas entre sus padres se habían vuelto más constantes.
Sin embargo, cuando la realidad de los sucesos la invadió sintió incertidumbre: ¿Qué sería de ella fuera de su hogar?
Adoraba esa casa y todas las comodidades que en ella tenía y a pesar de las discusiones su familia siempre le había proporcionado estabilidad.
-No digas sandeces. Si tú quieres irte, adelante, la puerta está abierta. Pero a mi hija no te la llevas.- señaló prontamente y de forma exaltada el señor Ayala.
-Te recuerdo que también es mi hija y que no voy a permitir que continúe viviendo bajo este techo sometida a tu abandono y mal ejemplo.- puntualizó la mujer mientras observaba a su marido de forma retadora.- No te quedes hay parada Natasha, ve y empaca tus cosas.- su mirada sólo se posó un segundo en la joven.
-¡La niña no se va para ninguna parte!
Natasha, quien hasta ahora se había mantenido apartada de la conversación, explotó en un repentino ataque de histeria.
-¿Cómo se atreven a decidir por mí? Los problemas entre ustedes, son de ustedes. Yo no tengo porque terminar envuelta.- sus gritos retumbaron entre las paredes de la habitación.- No me voy a ir contigo mamá, pero tampoco me voy a quedar con mi padre. ¡Estoy harta de ustedes dos!
Dio media vuelta e ignorando los gritos de su padre salió de la habitación dando un portazo.
Bajo las escaleras con prisa y salió de la mansión sin detenerse a tomar su cartera.
En las calles llovía incesantemente mientras la joven corría lo más rápido que sus piernas le daban. Iba dando tumbos gracias al suelo empapado e ignoró la inquisidora mirada de algunas personas que la veían al pasar.
Cuando comenzó a faltarle el aire y sus piernas a temblar, se vio obligada a detenerse. Estaba cerca del parque central de la ciudad. Comenzaba a oscurecer y no tenía dinero ni su celular.
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Mariposas Negras
Ficção AdolescenteDiego Cohen es un joven apuesto y de carácter fuerte que tiene una vida perfecta, hasta que su padre lo obliga a pasar sus vacaciones de verano en el viejo lago dónde solía ir con su familia. Allí conoce a Luna, una chica completamente distinta a él...