Epílogo

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Erik, mi madre y los trillizos volvieron en coche después de bajar del avión. Pero Thiara, Arthur, Ethan y yo, fuimos en autobús.

Sí... Ethan había venido con nosotros. Fue mi madre quien se lo propuso y ella misma habló con sus padres. Ellos alucinaron, la verdad.

Flashback

Erik no me dejó pagar mi propia hamburguesa. Le repetí una y mil veces que no me gustaba que me invitasen, pero hizo oídos sordos y me pagó la cena.

—¿Dónde te irás este verano? —me preguntó mientras que yo le daba un mordisco a la deliciosa carne de pollo rebozada.

—Pues... —respondí después de tragar el trozo—. Volveré a Alabama. Eso lo primero.

—Sí... Eso lo sé —dijo mostrándome una sonrisa algo desganada—. Me refiero si irás de viaje a algún sitio.

—No tengo ni idea —dije ignorando la idea de que Ethan y yo no volveríamos a vernos hasta el próximo curso.

Nuestra relación empezó con mal pie. No nos soportábamos el uno al otro, o al menos yo no le soportaba a él. Nos perseguíamos como el gato y el ratón, todo el rato. Pero en el último mes, hubo un cambio muy drástico en su actitud conmigo. Y supongo que mi vulnerabilidad por lo ocurrido con Jacob, también tuvo que ver en que poco a poco nos llevásemos mejor.

Lo que nunca me habría esperado, es lo a gusto que me encontraba con él. Y por su parte, parecía sentirse igual que yo. Solo esperaba que todo esto no fuese parte del hechizo y que cuando todo se acabase, no desapareciera la verdadera magia.

La cena se hizo bastante amena y divertida. Incluso bromeamos sobre Jacob y no hubo nada de tensión entre nosotros. Todo iba sobre ruedas. Además, después de cenar dimos un pequeño paseo cerca de las calles que conectaban con la universidad. No conocíamos casi nada de este lugar, así que no nos queríamos arriesgar para perdernos; Ethan vivía al otro lado de la ciudad.

—¡Ethan, mira! —exclamé señalando a una esquina donde había un pequeño cachorro entre dos cubos de basura.

—No creo que nos dejen meterlo en la universidad —respondió cuando nos agachamos para ver al pobre animal.

El pequeño nos observó con ojos tristes. Estaba llorando y tiritando. Por lo poco que sabía de razas, tenía pinta de ser un boxer. Era marrón, con una mancha blanca y larga en su pecho. Sus ojos eran oscuros y tenían dos manchas negras al rededor que se juntaban con su pequeño hocico.

—Oh Ethan, no podemos dejarlo aquí —dije apenada. El pobre animal ya me dejaba acariciarle—. ¿Qué hacemos?

—¿Llamamos a la perrera?

—No. No podemos dejarle ahí. Apenas les tienen dos semanas cuidándolos.

—Ahora que lo pienso... Hay una asociación de recogida de animales cerca de aquí.

—Bien, quédate aquí —dije mientras me incorporaba—. Iré a mi cuarto a por una toalla y le llevaremos a ese sitio.

—De acuerdo —respondió con una sonrisa.

Le devolví la sonrisa, y después de darle un beso en la mejilla, me dirigí a por esa toalla. Podía ser una tía dura, pero en cuanto a animales abandonados, era la persona más sensible y vulnerable del mundo.

Fue cuestión de quince minutos llegar al local. Por suerte, aún quedaba media hora para que cerrasen. El chico nos recibió con una emoción increíble. Me pregunté si siempre era así, o solo cuando alguien llegaba con un animal abandonado. Ethan y yo nos miramos mutuamente y sonreímos, alegres y satisfechos por lo que habíamos hecho. Él me cogió de la mano, y mi corazón se puso a mil por hora. El chico dejó al cachorro en una pequeña camita que acababa de sacar, incluyendo un par de juguetes, y dos cuencos con agua y comida. Obviamente, el chiquitín hizo caso omiso de los juguetes, y se tragó los dos cuencos como si no hubiese un mañana.

¿Y Si Mi Poder Fuera El Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora