—Vale Joce, tenemos que hablar.
—Cuéntame, princesa.
Ya hacía dos semanas que las vacaciones de navidad habían acabado y las clases en la universidad habían dado su comienzo. Aproveché que era bastante temprano, para hablar urgentemente con mi amiga, sabiendo que allí ya estaría entrando la noche.
—Primero. Estoy escondida en el baño —suspiré, sentándome en el suelo apoyada contra la puerta—. Y segundo, se llama Jacob.
—Vale. Empieza por lo segundo —se rio haciéndome resoplar. Esto que me estaba pasando no era nada divertido—. Supongo que el que estés escondida en el baño, tiene que ver con ese tal Jacob así que, cuenta.
—No, no tiene nada que ver. Se llama Jacob y ha llegado este trimestre. Es demasiado guapo y lo mejor, es que Arthur se ha dado cuenta en que me he fijado en ese chico.
—Eso es. Debes darle de su propia medicina —ahora me la imaginaba alzando un puño al aire, probablemente dando a alguien sin querer—. Ups, lo siento señora.
Bingo.
—Bien, continúa —noté por su voz que iba corriendo.
—¿Qué haces corriendo?
— La señora me está persiguiendo con su bastón el alto Em. —aguante la risa para dejarle continuar hablando—. Como comprenderás... uf, no voy a... .joder, no voy a quedarme quieta... ¡MALDITA SEÑORA YA LE DIJE QUE LO SIENTO, VUELVA A SU VIDA RUTINARIA!
Después de eso, escuché un golpe con un quejido y segundos después, mi amiga refunfuñaba palabrotas que ni siquiera yo conseguía entender.
—¿Te dio fuerte? —le pregunté divertida.
—Dejemos este tema... y continúa con tu problema.
—Bien, a ver —suspiré y cuando recordé por dónde lo había dejado, comencé de nuevo—. Lo de Jacob, no está mal del todo. Lo peor es la razón por la que estoy escondida en el baño —hice una pausa por si a Joce se le ocurría decir algo, pero al ver que solo escuchaba silencio, continué—. Hay dos chicos que me llevan siguiendo desde que, sin querer, me los quedé mirando. Uno en una clase y al otro en la cafetería.
—¿Y a qué se debe que los miraras tan fijamente?
—Ya conoces mi rutinario empane, querida mejor amiga que se supone que me conoce mejor que nadie.
—Oh, ¡es verdad! —exclamó riendo como una loca— ¿Y qué de malo tiene eso? Has dado con dos chicos loquitos por tus huesos. Ojalá me pasase eso a mí.
—Ese no es el caso —resoplé—. Creo que... —aguardé un par de segundos antes de decir lo que estaba pensando—. Ayer leí un truco de magia en casa de Arthur, ¡déjame terminar! —le avisé antes de que ella pudiera pronunciar algo—. Tenía un libro de magia que le regaló su abuela. Y había una hoja rota que se salió del libro. La leí y... Creo que el hechizo se ha cumplido.
A partir de eso no escuché más que carcajadas al otro lado de la línea de llamada. Esperé algo más de dos minutos para que dejase de reír, pero parecía que no iba a pasar eso, así que colgué la llamada y salí del baño, no sin antes echar un vistazo por el pasillo.
Esos dos chicos no estaban. Caminé tranquila pero alerta por los pasillos, dirigiéndome a la siguiente clase que empezaba en...
Ya había comenzado.
Corrí como alma que lleva al diablo por los pasillos hasta llegar a la puerta de la clase de inglés, la cual abrí y atraje las treinta y pico miradas que había en el aula. Todos parecían molestos por mi interrupción, excepto Arthur, quien estaba en la última fila con la cara tapada, seguramente intentando no reírse.
—Señorita Evans —me llamó la atención el profesor—. Espero que esta vez su escusa por su tardanza sea más convincente que la última vez.
—Disculpe profesor, pero me resulta ofensivo que siga sin creerse que hay una maldita ardilla asesina en el campus —contesté, posando mi mano en mi pecho y provocando alguna que otra carcajada entre mis compañeros.
—Siéntese, y espero no tener que llamarle la atención durante la clase.
Me coloqué tiesa como un palo y caminé a paso militar hasta mi asiento, recibiendo más risas, hasta que el profesor golpeó la mesa haciendo callar a todos.
Pero algo había cambiado.
Mi asiento ya estaba ocupado.
—Arthur —él se giró para mirarme, aún con una sonrisa divertida en su rostro— ¿De quién son estas cosas?
—De un tal Ethan —respondió encogiéndose de hombros—. Ha llegado nuevo, no iba a decirle que no.
—¿Por qué de repente hay tantos alumnos nuevos a mitad de curso?
En ese momento, la puerta del aula volvió a abrirse y un chico con gafas y pelo revuelto, apareció con un libro en sus manos. El profesor cara mofeta le dedicó una sonrisa y él se apresuró hasta su asiento, donde yo estaba delante. Él solo me miró, tal vez extrañado porque estuviera frente a sus cosas donde tendrían que estar las mías. Arthur ni siquiera prestó atención. Había dejado de mirarme para atender a la clase.
—¡Evans! —me sobresalté ante la inesperada exclamación del profesor, al cual dirigí la mirada enseguida—. Busque un pupitre de una vez y póngase a copiar los dos primeros temas. En una hora y diez minutos lo quiero en mi mesa.
Resoplé y me senté en el primer pupitre que encontré libre.
¿No se supone que en la universidad los profesores casi pasan de ti? Pues aquí don mofeta, no está muy al tanto de ello.
Noté mi móvil vibrar en mi pantalón y con un excelente disimulo, comprobé el mensaje que me había llegado.
Arthur(9:43): tenemos que hablar. Espérame después de clase.
Rodé los ojos y volví a guardar el móvil. ¿Qué narices querría este ahora? Fuera como fuese, le esperaría solo para que dejase de ser tan pesado.
Sorprendentemente, terminé el castigo a tiempo, incluso me sobraron unos minutos. El profesor se quedó perplejo cuando le entregué las hojas. Seguro que tenía claro que no me daría tiempo y así tendría otra razón para otro castigo. Salí del aula, sonriente y orgullosa de mi gran logro.
Cuando ya estaba a la altura de las escaleras, unas manos se posaron en mis hombros y me hicieron girar sobre mí. Arthur estaba delante de mí, mirándome con el ceño fruncido.
—Está claro que eres la tía más empanada que he conocido nunca —se burló, cruzándose de brazos—. Se supone que me ibas a esperar al salir de clase.
—Oh, es verdad —me encogí de hombros y me apoyé en la barandilla. Él se quedó callado sin decir nada— ¿Y bien?
—Verás... —miró hacia los lados, comprobando que nadie estaba cerca de nosotros—. No te engañé con una chica.
—Oh, venga ya Arthur, no me vengas con eso...
—Déjame terminar Eme —dijo frustrado—. Sí te engañé, pero no con una chica.
—¿C-óomo?, ¿a qué te refieres? —mi boca se abrió poco a poco.
—Joder... Eme... soy gay.
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¿Y Si Mi Poder Fuera El Amor?
HumorOs imaginareis una historia empalagosa y de lo más cursi que hayáis leído en vuestra vida... Pero no. Se trata de que de la noche a la mañana, el poder del amor está en mis venas, literalmente. Puedo Enamorar A quien Me dé La gana. Mola eh... Pues n...