Capitulo 10

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—Está claro que te han ayudado a vestirte —se burló Jacob mientras nos encaminábamos hacia un restaurante de comida rápida cerca de mi residencia.

Él llevaba puesto algo muy sencillo. Chaqueta vaquera, camiseta negra y vaqueros desgastados con unas Vans. Todo lo contrario a como yo iba. Claro que, no me puse un vestido corto de color salmón y con un escote que me asustaba, por mi propia voluntad.

Thiara era la culpable de todo. Maldita romántica cursi. "No te pongas esa sudadera, iréis a un restaurante formal" o "quítate ahora mismo esas zapatillas blancas llenas de suciedad". Menos mal que me dejó no ponerme tacones. ¿Qué se pensaba? Jacob no es que tuviese complejo de jugador de baloncesto precisamente.

Por favor, deja de meterte con su altura.

Cállate, conciencia mía. Por favor.

A extranjis de la pelirroja endemoniada, cogí un pañuelo negro antes de salir para taparme el escote. No me quería arriesgar a que Jacob pensase que mis ojos estaban en mis pechos. Así que con mi chaqueta de cuero —la cual, nadie, nunca jamás, por el bien de sus descendientes, podía tocar ni dar el cambiazo en su muy preciada vida— y con el pañuelo, estaba segura de que no se vería nada que no quisiera.

—Tengo una hermanastra obsesionada con vestir bien. —respondí mientras él me guiaba hacia una mesa. Por dios, aquel lugar estaba lleno. Me indicó que me quedase guardando el sitio, mientras él iba a pedir la comida— Una hamburguesa de pollo, con queso y lechuga, pero sin cebolla.

—Muy bien señorita —dijo él, inclinando un poco la cabeza y dirigiéndose a las pantallas.

Observé cómo se paraba en la cola, y en ese momento, Ethan apareció en mi campo de visión.

Ya me empezaba a oler a chamusquina.

Me fijé en su atuendo. Por el uniforme de color verde, un micrófono agarrado a su oreja y una gorra muy hortera, deduje que trabajaba aquí.

Va a pensar que le estás siguiendo.

Ni de coña. Sabe que he quedado con Jacob.

No tuve tiempo de disimular que me lo había quedado mirando; cuando quise darme cuenta, se estaba acercando a mí. Pero el cubo de basura estaba justo detrás, y era ahí a donde se dirigía. Aunque se me quedó mirando, no me dijo nada. Simplemente tiró la basura de un par de bandejas y se alejó con una sonrisa la cual me dio muy mala espina.

Jacob llegó con la comida y me dispuse a comer. Aunque antes de dar el primer mordisco, me di cuenta de un pequeño detalle. Los vasos no estaban rellenos. Miré a Jacob enarcando una ceja y me respondió con una sonrisa y un gesto que me dejaba claro que era yo quien tendría que ir a rellenar los vasos.

Resoplé agarrando los dos vasos y me dirigí a la máquina de los refrescos refunfuñando. Y para mi malísima suerte, Ethan estaba ahí haciendo a saber qué con la estúpida maquina a la cual ya tenía un desprecio gigante.

—Al final tendré que pedir una orden de alejamiento —se burló cuando notó mi presencia, porque ni si quiera se molestó en mirarme.

—¿Tengo que recordarte que has sido tú quien se ha acoplado a mi grupo de amigos? —él se encogió de hombros y continuó centrado en la máquina—. O tal vez el hechizo haya funcionado de manera diferente contigo —murmuré, deseando que no me hubiese escuchado. Pero un niño que se encontraba a mi lado si me escucho, y sin dejar de mirarme, se fue alejando lentamente, agarrando su vaso como si de un momento a otro alguien fuese a robárselo.

Aproveché la situación, y con la mano que tenía libre, hice un gesto con mis dedos como si tuviese magia en ellos. Eso hizo que el niño saliera corriendo hacia la salida. Sonreí maléficamente, hasta que me di cuenta de que Ethan me miraba como si de una loca salida del psiquiátrico se tratase.

—No sé ni qué has dicho, ni qué tendrá tu cara que asusta y a la vez atrae a tanta gente —dijo señalándome con la herramienta que sostenía en su mano—. Y prefiero no saberlo. Ahora vuelve con tu novio, y espera a que termine de arreglar esto.

—No es mi novio señor sabelotodo, y lo sabes —protesté antes de volver a mi sitio, donde Jacob jugueteaba con una patata—. No hay bebida.

—¿Cómo que no hay?

—La máquina está rota.

—¿Y te has tirado...? —echó un ojo a su reloj y volvió a mirarme— ¿Diez minutos para comprobarlo?

—Me entretuve asustando a un niño —me encogí de hombros, pero enseguida me entró el pánico y me llevé una patata a la boca con la intención de disimular.

—¿Que has hecho qué? —me preguntó de nuevo, inclinándose sobre la mesa con un gesto divertido.

—¿Qué he hecho? —qué genia eres disimulando.

—Eh... Nada, mejor dejémoslo —rio. Por lo menos le había hecho gracia la situación—. Está siendo divertido.

[...]

—Y cuando me dijo eso, me atraganté con la patata —acabé por decir, provocando que Thiara y Jocelyn, al otro lado de la pantalla, estallaran en carcajadas.

—Y bueno querida —dijo Thiara cuando recuperó la compostura— ¿Vais a quedar más veces o no?

—Puede que sí.

—Ya empezamos —bufó Jocelyn, llevándose la mano a la frente—. Thiara, para que te quede más clara mi frustración. Cuando tuvo la primera cita con Arthur, me dijo exactamente las mismas palabras.

—Oye, acabamos juntos.

—Gracias por tu apunte Jocelyn —sonrió la pelirroja, casi pisando mis palabras—. Deja que ahora me encargue yo.

—¡Vale, pero no pienses que vas a sustituirme! —exclamó Joce.

—Tranquila querida mejor amiga —respondí por mi hermanastra—. Eso no pasará ni en un millón de años.

—Eso es obvio —bufó Thiara—. En un millón de años, estaremos muertas.

Miré a Thiara incrédula y pude asegurar que Jocelyn tenía la misma cara que yo. Mi hermanastra se encogió de hombros y se dispuso a meterse en la cama para dormir. Mi amiga y yo nos miramos conteniendo la risa. Thiara no era muy avispada en cuanto a la hora de usar expresiones.

Jocelyn y yo hablamos durante un rato más, hasta que mi hermanastra me avisó de que ya iba a dormir. —No puede haber ni una gota de luz para que doña tiquismiquis duerma bien—. Nos dimos las buenas noches, apagué el ordenador y con el pijama ya puesto, me acurruqué en la cama hasta quedarme dormida.

¿Y Si Mi Poder Fuera El Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora