De nuevo, el mismo rincón nuboso y rosado, con las mismas columnas infinitas. Lo único que cambiaba, eran algunas voces irreconocibles que escuchaba a lo lejos. Tal vez no estaba tan inconsciente como la última vez.
—Cuánto tiempo Emery —la abuela de Arthur apareció ante mis ojos—. ¿Dónde te habías metido?
—En el mundo real, señora —respondí con retintín—. Es donde normalmente se vive.
—Déjate de sarcasmos, niña. A veces eres insoportable.
—No es mi culpa que haya trucos que se hagan realidad.
—No me meteré en esa discusión. Has hecho bien en desmayarte —le miré con total incredulidad—. No me mires así. Vengo a avisarte—-me crucé de brazos y esperé a que continuase—. Te estás equivocando.
—¿Con qué?
—Con ese chico... El de los bolos.
—¿Jacob? ¡Me hizo creer que nos seguiríamos viendo después de lo ocurrido! No lleva razón. El malo es él.
—No me refiero a eso, Eme.
Le miré intrigada, pero su silueta comenzó a desvanecerse y lo único que conseguí como respuesta, fue su mano haciendo un gesto de despedida.
¡Venga ya, dejadme inconsciente un poco más!
[...]
Un gran dolor en mi cara, fue lo primero que sentí cuando recuperé el conocimiento. Me removí en la incómoda camilla y conseguí abrir los ojos. Allí me encontré solo a la enfermera, por lo que me quedé más tranquila.
—Cada vez que te traen, hay un chico diferente detrás reclamando tu amor —dijo, mientras echaba un vistazo a mis pupilas con una luz demasiado molesta—. ¿Qué les haces?
—No les hago nada. Tal vez sea irresistible... ¡Y yo sin saberlo! —exclamé, dejando claro que no necesitaba que me examinase más—. Tengo que ir a arreglar ese asunto.
Mentí descaradamente. Sí era verdad que tenía que arreglar unos asuntos, pero no se trataba de ese chico que había enamorado. Me incorporé en la camilla y justo cuando fui a abrir la puerta, mis padres estaban al otro lado de esta con una expresión de lo más preocupante.
—Oh cariño, ¿cómo estás? —me preguntó mi madre dándome un abrazo demasiado fuerte para mi gusto—. La enfermera no dejaba que pasásemos.
—Disculpe señora, pero era por su bien —contestó la chica colocándose detrás de mí—. Emery ya está bien y ya se puede marchar.
—Muy bien —dijo Erik asomándose por el umbral. Se acercó a la enfermera y le tendió la mano—. Gracias por su ayuda.
—Oh dios mío —respondió esta cuando se fijó en él—. Usted es... Erik Wayne. El escritor de Un eco entre las montañas... ¡En persona! —apretó más su mano y este se quejó—. Oh cielos, lo siento señor, es que... yo... me compré su libro... ¡Qué digo, leí! ¡Lo devoré en... dos días!
—Tiene que ser una broma —dije resoplando. Recibí un codazo por parte de mi madre—. Sí, sí mama. Dejemos que disfrute de su momento de gloria injusta.
—No es injusta, Eme —me susurró—. Si leyeras el libro lo entenderías.
—No gracias, ya tuve bastante cuando leí sus intentos. Sigo sin entender cómo es posible que haya sacado un libro.
—Vuelvo a repetirte, que cuando lo leas, lo entenderás.
—¿Qué misterio tiene?
Mi madre ya no me respondió más. Se encogió de hombros y recibió a Erik con un beso en los labios. Dieron otra vez las gracias a la enfermera y nos marchamos.
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¿Y Si Mi Poder Fuera El Amor?
HumorOs imaginareis una historia empalagosa y de lo más cursi que hayáis leído en vuestra vida... Pero no. Se trata de que de la noche a la mañana, el poder del amor está en mis venas, literalmente. Puedo Enamorar A quien Me dé La gana. Mola eh... Pues n...