Capítulo I

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21 de Diciembre, 1989.

La mesera era bonita, más de lo normal. Con sus pestañas largas y esos hermosos ojos verdes bajo aquella jungla. Sus movimientos eran delicados, elegantes, como la pluma que se movía entre sus dedos cada vez que tomaba una nueva orden.

Llevaba observándola desde que llegó a la cafetería a un lado de la estación de tren. El tintinero a su lado estaba vacío y el sonido de una nueva máquina llegando la sobresaltó, ese era su transporte para llegar al centro de Portland.

Se levantó con cuidado de no caer, y dejó el dinero de su orden sobre la mesa. Le dio un último vistazo a la chica de hermosos ojos verdes; quien comenzaba a quitarse el delantal de su cintura. Salió de la cafetería a pasos rápidos, con la preocupación a flor de piel. No podía volver a perder el tren, ya había pospuesto su hora con la psicóloga por estar espiando a cierta chica de la cafetería.

-¡Maldición!.- exclamó al dejar caer el nuevo periódico que había conseguido aquella mañana.

No dio vuelta atrás, siguió corriendo con la mano sobre su sombrero para que no saliera volando. Llegó a tiempo y logró conseguir un asiento a un lado de la Señora Milagros, una anciana con vellos en el mentón aficionada por los felinos.

-Buenos días, Alíz.- la mujer le dedicó una sonrisa dulce.

-Buenos días, Señora Milagros.- su vista volvió al frente.

El fuerte movimiento del tren al comenzar a andar, la hizo moverse de un lado a otro; se sujetó con fuerza del borde de su asiento.

-Creo que se te calló algo.- le habló la voz más angelical que había escuchado en su vida.

Elevó la vista, y ante ella se encontraba el majestuoso contraste de unos ojos verdes y labios tentadores. Altura pequeña y pose femenina. Presencia inigualable y actitud acogedora.

El dulce olor de la chica la invadió enseguida. No era aquél típico olor de omega, era mejor, más cálido, dulce y sabroso. Olor a beta.

Jamás se había sentido tan maravillada ante la presencia de una mujer cómo ella. Era como ver toda clase de arte sobre una sola persona, en un único momento, y eso le intimidaba. Un poco...

-Creí que ya nadie compraba los periódicos en las mañanas.- se burló de ella, y su risa parecía ser la melodía más hermosa que jamás escuchó.

De pronto, su corazón latía con frenesí dentro de su pecho, sofocandola con un sentimiento desconocido. Casi ahogandola.

-Disfruto de lo clásico.- se encogió de hombros y su voz delataba el nerviosismo.

-¿Puedo sentarme a tu lado?.

Ella le sonrió, haciendo un pequeño espacio.

-Claro.

VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora