Capítulo VII

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Victoria suspiró cuando salió de la ducha completamente empapada, Alíz dormía boca abajo sobre la cama. Sonrió, ella era verdaderamente una obra de arte, y estaba tan feliz de tenerla a su lado. Era su flor.

Victoria había considerado a Alíz como un humano equivalente a una flor. De hecho, si no supiera de donde viniese, habría considerado que en realidad nació como una bonita flor en el jardín.

Cuando acabó de alistarse, que solo se basó en secar el cabello y ponerse una cómoda camiseta de algodón; se subió sobre la espalda de su omega, con cuidado de no hacerle daño.

Alíz despertó, deseando imaginar que aquello pegado a su cuello no era la cálida lengua de Victoria.

-Mmmh...

Le estaba succionando la mordedura, su omega gimió.

-Eres hermosa, divina.- dio una última lamida antes de separarse.

Bajó la sábana azul hasta su espalda baja, dejando al descubierto su tersa y pálida piel. La acarició.

-Tienes una espalda magnífica.- recorrió sus costados con cuidado.

-¿Que tiene de magnífica?.

-Comienza siendo ancha.- le acarició desde los hombros hasta los omoplatos-. Y disminuye convirtiéndose en una autopista.

-Anda, ya... Yo creo que es muy...

-¿Femenina?.- Alíz soltó una dulce risita, Victoria sonrió, inevitablemente-. Venga, es mejor que todas aquellas espaldas que se cargan las otras omegas.

-Victoria...

-¿Que hay de tu estómago?.

-¿Esto será costumbre de cada mañana?.

La ignoró.- Tu estómago es perfecto...

-Yo creo que está un poco gordo.

-Gordo mis pelotas inexistentes.- rió-. Es perfecto, me encantó besarle.

-¿A sí?.- inquirió risueña.

-Volteate.

Victoria alzó sus caderas para darle espacio a la chica. Ella quedó boca arriba, con su cabello callendo como cascadas sobre sus pechos.

-Eres hermosa.- acarició su rostro-. Me encantan tus ojos, y tu cabello.

-El tuyo es mucho más lindo.- lo acarició-. Una completa cascada de plumas y dorado como el oro.

Sonrió, y se estiró hacia delante atrapando sus labios en un beso cálido y dulce.- Eres deliciosa.- suspiró sobre su boca, ambas pieles rozándose-. Yo podría hacerte el amor todos los días, todas las horas, cada noche y no me cansaría de ti. De tu deliciosa piel.

-Vamos a hacerlo ahora entonces.- susurró, y armándose de valor besó la fogosa boca de Victoria.

Le comió la boca, se comieron la boca. El tiempo estaba pasando, y no lo querían desperdiciar.

-Deseo perderme en tu delirio.

Soltó un quejido al escuchar a Victoria. Se retorció impaciente cuando era la necesidad de satisfacción lo que comenzaba a decretar.

Era otra ella; aquella omega que despreció desde hace tiempo, repudió y hasta controló. Pero de repente, ya no. Con Victoria era todo tan distinto. Tenía el poder de tenerla a sus pies cuando quisiera.

Envolvió sus brazos alrededor del cuello de su alfa, ella gimió cuando le acarició la nuca.

-Mierda.

Había dejado de ser fría y gruñona, con ella era completamente diferente. Era mansa y todo se transformaba en menestres; exigencias. Y eran suaves, tranquilizadoras, y las llegaba a entender, llegaba a saber como aquietarlas.

Pudo haberse ahogado con el primer gemido de placer; hundiendo la cabeza sobre la almohada, perdida en aquella atmósfera de lujuria. Se podía sentir el calor entre ambos cuerpos con cada caricia, cada toque. Con cada espasmo de placer.

Aquella mañana desayunaron un poco más tarde.

Y a Alíz no le molestó.

Milagrosamente.

VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora