Su psicóloga era algo estúpida y muy aburrida. Con el cabello blanco y los ojos marrones, casi negros. Su mano se movía con agilidad sobre la vieja libreta de diagnósticos, qué más bien parecía un cuaderno sin importancia en donde escribía toda clase de chucherías. Alíz creía que ocupaba mucho tiempo escribiendo y no prestando atención a lo que verdaderamente importaba; la salud de su única paciente.
-Supongo que ya estás lista, ¿No?.- inquirió algo molesta.
La mujer le miró de soslayo.- ¿A que se refiere, señorita Lassare?.
-A que llevo más de veinte minutos sentada en ésta maldita silla y lo único que has hecho es escribir quien sabe que clase de cosas en una tonta y fea libreta.- la vio fruncir el entrecejo, y qué arrugas se formaban ahí.
Ella abrió la boca para protestar, pero la interrumpió enseguida.
-No, cierra la boca. Soy tu única paciente, tu única responsbilidad, no tienes hijos y tu marido te dejó. Si no fuera por la fortuna que te estoy pagando estarías viviendo en la mismísima miseria, lo único que haces es escribir y mascar chicle.- ella se removió inquieta-. Y ni hablar de tus horribles pláticas de una hora por teléfono con Virginia, esa mujer, si tuviera bolas, ya las tendría en el piso. Deja de acosar a George...- su voz sonaba cada vez más molesta.-... Ya superalo, ¿Quieres? Te dejó y no fuiste, ni serás lo suficiente para él.- quizá el ser sincera era una de las peculiaridades que poseía Alíz-. Además, ni hablar del horrible dolor de culo que termino teniendo al salir de aquí, porqué ni para instalar un asiento decente tienes valor.
Salió de la habitación; con la furia a flor de piel, logró sacar uno de sus cigarros del bolsillo y encenderlo con ayuda de su cajita de fósforos. Se relajó, sólo un poco.
Necesitaba quitarse el olor a hospital de encima, y no había nada mejor que un dulce cigarro.
Su teléfono vibrando con desesperación en su bolsillo trasero. Lo sujetó entre sus dedos.
Era su amante.
Solía ser muy insistente. Pero le agradaba su compañía. Sus ojos azules como el mar le transmitían paz y tranquilidad, y un amor verdadero que nadie podría igualar.
Alíz se sentía incómoda por la insistencia de la chica; Victoria. Pero su necesidad de amor no le permitirá salir de aquella cálida prisión de pasión y lujuria pura. En la prisión de su alfa.
Mientras tanto, su mente se mantenía alerta a que cualquier enfermera o paciente se dirigiera hacia ella y le condenara la muerte por estar fumando dentro de un hospital.
El pasillo apestaba a alfa y feromonas de preocupación. Sólo quería llegar a casa y revolcarse sobre la cálida y olorosa ropa de su dulce alfa.
La llamada duró dos minutos, y en cada segundo Victoria se encargaba de recordarle cuanto la extrañaba.
Llegó fuera, y la lluvia le golpeó el rostro con fuerza, quitó su sombrero y lo sustituyó por el gorro de su abrigo. Corrió por la vereda hasta la parada de autobús, donde logró protegerse de la lluvia.
Se aferraba a su abrigo con fuerza y su cigarro yacía empapado a un lado de sus zapatos. Temblaba de pies a cabeza, se dejó caer sobre el banco de metal frío.
El rugir de un auto frente a ella la sobresaltó.
La chica se quedó perpleja mientras sus miradas se encontraban. Aquella frágil mujer de ojos luminosos sabía cómo enloquecerla, incluso si no lo estaba intentando.
-¿Que haces aquí muriendo de frío? Anda ven, te llevo.- estaba perpleja, sin habla, completamente muda.
¿Cómo se supone que le debería contestar a la chica que la traía loca desde hace meses?.
-Yo--sí... Quiero decir, supongo--digo si puedes... Tú.- idiota, idiota, idiota-. Si no tienes problemas en hacerlo...
-Estaría complacida en llevarte, anda, ven conmigo.
Y le obedeció, aunque su subcontinente le repitiera a gritos que no lo hiciera. Alíz era bastante terca.
-¿Hace cuánto estabas ahí?.
-Yo...
-¿Tienes frío? ¿Quieres que encienda la calefacción?.
-Yo--yo...
-Mierda, estás empapada.
El auto tenía aroma a alfa y perfume caro, funció en ceño, se suponía que la chica era beta.
-¿Te encuentras bien?.
No sabía que decir, estaba muda y la chica llenandola de preguntas no ayudaba en nada.
Entonces, sólo dijo lo primero que cruzó su mente.
-No sabía que tenías auto.
Ridículo, sí. Pero al menos no había balbuceado al decirlo. Bueno, no mucho.
-Oh, no es mío. Es de mi novio.- su sonrisa era cálida, sincera.
Y aquello le rompió el corazón.
El señor corazón ya está listo para su próxima ruptura.
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Victoria
General FictionLas historias de amor siempre se basan en una relación socialmente favorable, chico y chica. Pero esto... Esto no es una historia normal. Ni siquiera puede llamarse ser una historia de amor. Esta es la cruda realidad, en donde el amor nos lastima y...