Capítulo VII

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30 de Diciembre, 1989.

Todo parecía ser una completa mentira.

Victoria le había advertido no abrir la puerta a nadie; le desobedeció. Y frente a ella, la sublime precencia de Elizabeth se encontraba.

La miraba fijo, con su labio inferior entre los dientes y los ojos rojos. Aquello no era por haber estado llorando, no.

-Alíz...- arrastró las palabras.

Parecía casi irreal, hace una semana le había mandado a la mismísima mierda. Y ahora estaba aquí, frente a ella, y las malditas mariposas no desaparecían.

-V-vete.- murmuró, ella no se inmutó-. Vete...

-No, he venido por lo que me pertenece.

Alíz miró hacia ambos lados, dio vueltas en círculos, examinó detalladamente el departamento.

-Mmmh, no. Aquí definitivamente no hay nada que te pertenezca, así que, si me haces el honor de largarte ahora mismo estaría bastante feliz.- su psicóloga le había dicho que la mejor manera de dañar el ego de las personas era sin duda alguna la ignorancia y el sarcasmo.

-Cariño, no estás entendiendo.- dio un paso adelante, ella retrocedió dos-. Vengo por ti.

-Es una pena que no sea un paquete de entrega.

Elizabeth se acercó, sujetando su cintura con fuerza y dando vuelta para dejarla completamente acorralada contra la pared.

Su respiración se volvió errática; pesada. Sus brazos eran fuertes y el aroma a cigarrillos y cacao la hizo tener un mareo.

-Ven conmigo, ella no lo sabrá.- Alíz negó con la cabeza, ladeando su cuello, dejando ver a la perfección la amarillenta marca en la base de éste.

-Ella, efectivamente, lo sabrá.

Elizabeth pegó sus labios al cuello pálido de la castaña; dio un respingo.

-Yo podría cambiar eso.

Aquello era imposible. Ambas lo tenían perfectamente claro, ella no podía hacer eso.

-No hay lazo entre una beta y una omega.

Elizabeth se separó de su cuello, sus ojos estaban amarillos y respiraba pesadamente.

-Yo te amo...

Sus palabras salieron en un hilo de voz, tan débil que Alíz podía jurar romperlo con un simple cuchillito de plástico.

-Los lazos no dependen del amor, no cambian si no se aman, el efecto es el mismo...

-He dejado a mi novio.- Alíz dejó de hablar enseguida al momento que la interrumpió-. Por ti...

No iba a llamar a Victoria en ese momento, no iba a hacerlo. No ahora.

-Yo no dejaré a Victoria por ti, no soy tonta.- la retó, ella entorno los ojos y torció el gesto con una sonrisa burlona.

-No te estoy pidiendo que lo hagas, ella sola podría hacerlo.

¿A que se refería? Victoria no sería capaz de engañarla, de romper el lazo, cuando apenas ni cumplían una semana.

Su sonrisa abarcaba gran parte de su rostro, su aspecto era casi terrorífico.

-Cállate, tu no sabes nada...

-Oh, claro que se.- la atrajo hacia ella con más fuerza-. Victoria podría estar revolcándose con su linda secretaria ahora mismo, en aquella lujosa oficina, con enormes ventanas y...

Calló al momento en que una pequeña, pero fuerte mano le golpeó el rostro, haciendo que sus manos soltaran el agarre en su cintura.- Cierra... la puta boca.

Retrocedió hasta la puerta, abriéndola y haciéndose un lado, indicó el pasillo.- Retírate, por favor. Es la última vez que te lo pido.

Elizabeth la examinó atentamente antes de caminar por su lado hasta el amplio pasillo.- Bien, me iré. Pero recuerda, no seré un hombro para que llores de tus traumas.

Le cerró la puerta de un portazo y corrió hasta su habitación, tratando rotundamente no sentir una pizca de tristeza. Victoria podría sentirlo también.

Rompió a llorar al momento en que se abrazó con fuerza a la camiseta que su alfa utilizaba para dormir. Olía a yogurt de arándanos, olía a ella, a hogar.

La noche calló, y con ella su tristeza.

Aún así, luego de tantas lágrimas. Su alfa no llegó para consolarla.

Y se durmió aferrada a su camiseta, porqué era lo único que olía a ella, que le recordaba lo que era sentirse entre sus brazos.

VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora