Capítulo III

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22 de Diciembre, 1989.

Aquella noche se refugió en los brazos de su amante, quien la consoló y la hizo sentir el cielo y las nubes.

Victoria era un espectáculo sublime; su forma de andar, de pensar, de hablar, todo en ella le resultaba encantador. La acompañaba en sus diarias aventuras, preocupada en quien le hiciera daño. Nadie sabía si se mantenía a su lado por aprecio o dinero, pero de lo que Alíz estaba segura, era que su compañía la hacía feliz, la hacía sentir en casa. Victoria era su hogar. Era su alfa.

—Lo hice todo por ti, Alíz. Dejé mis nuevos avances, mi ciudad, mi familia. Lo dejé todo, para tenerte conmigo, protejerte, cuidarte, no alejarte de mi lado. Nadie podría alejarme de tu lado.— los delicados brazos ocultos entre las sábanas se aferraban a su cintuta con fuerza, acariciando su espalda baja con ambos pulgares, inhalando su perfume desde el hueco de su cuello—. ¿Que tengo que hacer para que por fin me correspondas?.

Alíz estaba incómoda, sintiéndose prisionera del tiempo junto a su amante y admiradora. Le gustaba sentirse querida y protegida por alguien tan increíble como Victoria.

Pero se estaba condenando a sí misma como un demonio esclavo del pecado.

—Nada, no tienes que hacer nada.— murmuró incomoda—. Yo no te pedí que hicieras...

—Pero yo quería, quiero estar contigo.

Se aferró con más fuerza a su cintura, sus vientres desnudos rozaron; deliciosa y placenteramente. Se alejó, sólo un poco, no quería romper el ambiente.

Su omega gimió.

Su alfa se estremeció.

—Cambiaste.. demasiado.

—Por ti.

—Ahora no luces ni cómo eras antes.

Victoria se alejó de su cuello, la miró triste y dolorosamente. Sabía que las palabras de la chica estaban llenas de cruda verdad.

Alíz acarició el sedoso cabello rubio de la mujer frente a ella, pero alejó su mano enseguida. Sentirse prisionera entre los cálidos brazos de una mujer era una completa abominación para su confundida mente.

—Si vuelvo a ser yo misma, si vuelvo a ser cómo antes, ¿me darías una segunda oportunidad?.

—Si vuelves a ser cómo antes solo por una oportunidad. Entonces jamás volverás a ser tu misma.— habló firme, segura de sus palabras. Victoria estaba perpleja, esa mujer la enamoraba aún si no lo estaba intentando—. Además, eres una esclava del pecado y nunca podría darte una nueva oportunidad. Yo necesito un hombre, que me proteja y me haga feliz.

Ya, claro.

La chica que espiaba a la mesera de la cafetería. La chica que se acostaba con su nueva vecina.

Era idiota, ni ella misma se lo creía.

—¿Es eso, Alíz? ¿Tienes miedo de que te arrastre a mi infierno?.— inquirió, con una sonrisa socorrona formada en su rostro.

Ella desvió la mirada, nerviosa. Las manos de Victoria recorrieron su espalda desnuda con cuidado, como si se tratase de una frágil copa de vidrio.

—¿Es eso, dulce de algodón?.

Ese apodo, ese estúpido apodo que utilizaba para momentos cómo éste. Ese apodo que le resolvía el estómago, que le confundía el corazón.

—No te deseo...

Sus palabras quedaron atascadas en la garganta cuándo las manos de su amante se deslizaron hasta el interior de sus muslos. Jadeó.

—Eso no es lo que me dicen tus muslos empapados.

Se retorció, inquieta. Ella era muy insistente.

—Victoria...

Pero se volvió a entregar. Y aquella misma tarde, tocó el cielo nuevamente.

VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora