31 de Diciembre, 1989.
Esa mañana se despertó con la angustia alojada en pecho. Su omega gemía con impaciencia; le molestaba. Le dolía el cuello y los muslos, tanto, que ni siquiera tuvo las fuerzas suficientes para ponerse de pie.
Le ardía el pecho, la dejaba casi sin aire. Y gruñó cuando Gentrits se adentró a la habitación, con un maletín de emergencia en la mano.
-Cariño, es bueno verte despierta.- se removió impaciente.
Algo andaba mal. Algo definitivamente no estaba bien.
-Victoria...
Gentrits gruñó.- Esa hija de puta no volverá a ponerte un dedo encima.
-No, no, no...- gimió, le ardía la garganta-. Ella... No está bien. Gentrits, es mi alfa, tengo que...
-No, ni lo pienses, si quieres salir de ésta habitación lo harás sobre mi cadáver.
No sabía cómo, no sabía de que manera, no tenía ni la menor idea de como había reunido las fuerzas suficientes para lanzarse fuera de la cama y gruñirle a Gentrits antes de salir disparada fuera del departamento.
-¡Mierda, Alíz!.
Sus piernas se movían de tal manera que le ardían los muslos. Aquél sentimiento de angustia la agobiaba, la dejaba vacía por dentro.
Victoria no tenía otro lugar donde ir que no fuera su propio piso. Gimió llena de frustración, le ardía la mordida, le ardía el pecho y los muslos.
Corrió por los enormes pasillos, subió escaleras y tropezó con sus vecinos, disculpandose cada vez que los pasaba a llevar.
-Victoria, amor...-susurró para sí misma, teniendo la esperanza de que su alfa también lo sintiera.- Ya voy, cielo.
Llegó hasta el departamento de la chica, se arregló la bata de seda que caía por sus hombros, antes de abrir la puerta. Era costumbre de Victoria no cerrar la puerta principal con llave. Le había regañado un millón de veces por eso, ahora lo agradecía.
Abrió cada puerta, gritó su nombre con desesperación. Y cuando llegó hasta la habitación principal aquél aroma cálido y dulzón le golpeó con fuerza. Su olor era tan denso que lo saboreó en la lengua al inhalar, le hacía temblar las piernas, hacía gemir a su omega, hacía que sus muslos se empaparan de apoco.
Abrió la puerta, y la vio. Completamente desnuda sobre la cama desecha, respirando con pesadez a través de una tela rasgada. No tuvo que acercarse demasiado para darse cuenta de que era una de sus camisetas.
-Victoria...- arrastró su nombre en un susurro lento y cálido.
Ella volteó a verla enseguida.
Se está controlando, pensó.
Vio más que deseo en sus ojos, vio hambre, pasión, lujuria. Vio a su alfa en celo.
Ella le recorrió con la mirada, y cuando se topó con la tela que cubría sus muslos ensangrentados; gimió. Y Alíz podía sentir como su lobo interno encogía las orejas.
-Victoria... amor, estoy aquí.- se acercó con cuidado. Los ojos amarillentos de la chica le miraban atentamente. Y los cerró cuando le acarició la mejilla con cuidado.- ¿Estás bien?.
La vio parpadear, abrir la boca para hablar, pero lo único que salió de su garganta fue un gruñido gutural.
Ya no es Victoria, ya no.
No sabía que hacer, que decir. Y sólo optó por alejarse un poco y desprenderse de su bata y camiseta. La oyó cambiar un gruñido por un casi inaudible gemido.
-Yo... yo hice, hice esto.- su voz era impresionantemente ronca, y le hacía vibrar la espina dorsal-. Soy un monstruo.
-No, amor. No lo eres.- Victoria le acarició el pecho con cuidado.
Sus ojos se cerraron por si solos cuando se acercó para morderle el cuello. Gimió su nombre y la alfa de ella se desesperó.
Mordió, lamió y volvió a abrir la marca en el cuello. Por inercia, Alíz se dejó caer de espaldas, con Victoria sobre ella.
-No volveré a hacerte daño, lo prometo. Ya no más, eres mi omega, ya no te hago daño.- sus manos se deslizaron hasta el interior de sus muslos.
-V-victoria.
-Ya no lo hago.
Oh alfa, sonríe, estoy aquí.
Le acarició el cabello, los hombros y la espalda desnuda. Ella seguía olfateando su cuello, lamiendo la marca, besándola. Con cuidado, Victoria desprendió las vendas de ambas clavículas, el pecho le tembló.
-Yo hice esto.- acarició la herdia con la yema de sus dedos. Alíz podría sentir su aroma en el paladar.
-Ya, shh. Está bien...
-Tú... me llamaste monstruo, me siento un monstruo.- gruñó. Tan fuerte que la omega de Alíz quiso correr hasta el baño y encerrarse ahí por el resto del día.
-Amor, se que estás ahí.- murmuró, tratando de encontrarla. Aún sabiendo que su alfa estaba perdida en una bruma de celo. Sus ojos amarillentos no le quitaban la mirada de encima.- No te controles, no quiero que lo hagas.
Y eso bastó para que Victoria gruñera y se lanzara sobre el cuerpo de su omega.
Oh, y como extrañaba esa sensación en la boca de su estómago.
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Victoria
General FictionLas historias de amor siempre se basan en una relación socialmente favorable, chico y chica. Pero esto... Esto no es una historia normal. Ni siquiera puede llamarse ser una historia de amor. Esta es la cruda realidad, en donde el amor nos lastima y...