Por suerte no hay tanta gente en la calle cuando salgo y me acerco al auto que me espera junto a la acera. Es un coche negro y viejito, pero no tan antiguo como el pequeño Cooper que yo solía usar. No logro ver nada a través de la ventanilla pero, cuando abro la puerta y me siento como copiloto, observo con más determinación al chico que me espera tras el volante.
Definitivamente reconozco su cara y recuerdo cruzármelo por la escuela un par de veces. Aunque nunca antes hemos hablado, Yaín me saluda —un tanto nervioso— y vuelve a arrancar el motor.
—Hola —musita, simplemente, antes de darme un rápido vistazo—. Te ves muy bonita.
—Gracias, Yaín —el auto arranca de un tirón y me obliga a aplastarme contra el respaldo mientras él arruga el rostro en medio de un resoplido—. Tú... tú también te ves bien.
Yaín suelta un insulto entre dientes y entonces el auto acelera sin problemas. En realidad sólo lleva el típico traje que cualquier muchacho llevará esta noche, pero de un color azul oscuro. Sin embargo, con algo había que romper el hielo. Y, aunque no me encante cómo luzca, él tampoco pareció muy convincente cuando me elogió.
Todo parece ir tranquilo hasta que en un instante de nuestro silencioso e incómodo recorrido, Yaín se mira en el espejo retrovisor y se arregla un corto mechón de pelo que se salió de su peinado hacia atrás bañado en gel.
—Así que... ¿es tu auto? —comento.
—Sí —responde, tan veloz que parece que ha gritado—. Bueno... de mi mamá. Pero me lo ha dejado toda la noche.
Se voltea un segundo hacia mí y el entusiasmo y el orgullo que hay en su expresión me obligan a fingir una sonrisa.
—Qué... genial.
—Así que puedo traerte de regreso si quieres —añade cuando un semáforo se tiñe de verde y volvemos a andar—. Claro, a menos que le tengas miedo a que esté un poco borracho.
Entonces comienza a reír, demasiado fuerte, y yo tengo ganas de llamar a Ebby y preguntarle a quién diablos le ha pedido que me acompañe. Yaín se ve un poco nervioso y dubitativo con sus palabras, y me da la sensación de que se esfuerza por caerme bien. Sin embargo, sigo fingiendo una suave risita y me recuerdo que, si tengo algún problema con la elección de mi amiga, debo tragármelo porque fue mi culpa no mover un dedo para conseguir mi propio acompañante.
Cuando llegamos a la cuadra del instituto, él intenta encontrar un sitio donde estacionar entre tantos autos y yo me quedo fascinada mientras observo por la ventanilla: han colgado muchísimas luces pequeñas por todo el frente del colegio, rodeando las grandes columnas y bordeando la primera fila de ventanas. También hay un cartel enorme con el mismo diseño que tenían los panfletos que Mia repartía, con unas bellísimas letras en cursiva que dan la bienvenida al baile de graduación de los estudiantes de último año.
—Creo que aquí cabemos...
Logramos aparcar bastante lejos de la entrada, pero aún así es un buen lugar comparado a otros. Cuando salgo del auto de Yaín y él se acerca a mi lado, noto que queda prácticamente a mi misma altura. Me observo los zapatos, pensando que quizás hubiera sido buena idea usar unos más bajos.
—Este... —vacila él, y entonces dobla en brazo y lo levanta— ¿Vamos?
Meto mi mano por debajo de su codo y envuelvo su antebrazo antes de que comencemos a caminar hasta la entrada. Ver a todas las parejas llegar tan bien arregladas bajo las estrellas y las luces de la escuela me produce un escalofrío agradable.
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Hawa: Debemos salir a flote | #2 |
FantasyCOMPLETA - PRONTO EN LIBRERÍAS. Tras los intensos acontecimientos que han ocurrido últimamente, Audrey recibe la noticia de que deberá asistir al Gremio de los Ignisios para aprender a controlarse y a dominar sus inestables poderes... aunque quizás...