Acosador

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Keith volvió de nuevo.

Miró a todos lados asegurándose de que nadie lo viera. Era más por costumbre que por necesidad, sabía que no lo veía nadie.
Forzó la cerradura como todos los días.
Había aprendido a hacerlo años atrás cuándo su padre lo encerraba en el sótano cada vez que hacía algo malo.
Se escuchó un satisfactorio chasquido y giró el picaporte. La puerta se abrió con un ligero rechinido, tenía que arreglar eso.
Conocía la casa también como la suya propia. Pasó su dedo por las paredes mientras se dirigía a las escaleras.
Cada mueble, cada cuadro, cada olor eran familiares para él. Subió directamente a la habitación principal. Era grande, pintada de color azul claro, sin estúpidos pósters de mujeres desnudas, como su propio cuarto.
No le gustaban las mujeres, si era completamente sincero consigo mismo, de hecho las detestaba. No sabía muy bien porqué pero las odiaba. La única razón por la que tenía en su habitación esas imágenes era para que su padre no lo molestará más, prefería mentir a enfrentarse a él.

La cama estaba destendida y varias prendas estaban en el suelo al azar.
Esa era otra razón por las que lo amaba. Era muy riguroso con la limpieza en el resto de la casa pero en cuanto a su habitación, era un completo desastre.
Levantó una camiseta negra del suelo y se la puso después de deshacerse de la suya.
Le quedaba larga, hasta los muslos pero le encantaba sentir la tela contra su piel desnuda. Se deshizo de los pantalones y se metió a la cama cubriéndose con las sábanas.
El olor de Lance aún flotaba en la habitación, enterró su cabeza contra la almohada aspirando el olor, llenándose de él.
Su mano se dirigió a su entrepierna. Le encantaba hacer eso cada día.
Conocía a la perfección el horario de Lance, sabía que desde las dos de la tarde hasta las seis trabajaba en un restaurante, había ido algunas veces sólo para ver a Lance. Le excitaba verlo con su chaleco oscuro y la camisa blanca, con esos pantalones negros que sea ajustaban a él tan satisfactoriamente, el cabello castaño peinado hacia atrás y lo mejor de todo, el delantal blanco que usaba.
A menudo sus fantasías involucraban a Lance vestido sólo con ese delantal.

Aunque después de un tiempo dejo de ir, no porque Lance se hubiera dado cuenta de su presencia, sino porque no soportaba ver las miradas de lujuria del dueño del restaurante a Lance. Incluso una vez tuvo que ver como Shiro, como le decían al dueño, se paraba detrás de Lance y se pegaba a él porque según el delantal no estaba bien amarrado. A Lance era evidente que no le gustaba aquel trato.
Sus caricias fueron en aumento, echó la cabeza hacia atrás presa del placer, aceleró la presión en su miembro, gimió y finalmente se corrió.
Se quedó quieto un momento.
El sudor resbalaba por su frente, le encantaba realmente hacer eso.
¿Qué mejor manera de sentirse cerca de Lance que masturbarse en SU cama con SU ropa puesta?
Involucrando además el peligro de ser descubierto.
Salió de la cama y tomó las sábanas manchadas. Quizá era un pervertido pero no estaba loco. Las cambió por unas limpias y llevó las sucias abajo para lavarlas.
Lo bueno que Lance tenía una lavadora moderna o todo su teatro se iría al carajo.
Mientras esperaba que estuvieran listas se asomó por la ventana.
Le gustaba ese vecindario, allí la gente no era entrometida, se ocupaban de sus propios asuntos y les valía lo que hicieran los demás. Por eso se sentía tan seguro, además saber a que hora llegan de trabajar los vecinos o en qué momento llegaban los niños de la escuela también ayudaba bastante.
Lo sabía todo de todos.
Sabía que la vecina de la izquierda engañaba a su marido con el hijo mayor de la familia de enfrente. Sabía que la mujer tenía casi cincuenta años mientras que el muchacho tenía sólo dieciséis.
Pero para ellos eso no importaba. Y por ende a los demás tampoco.

Fue hasta el refrigerador y tomó un trago de jugo de manzana. Afortunadamente el envase era de cartón por lo que Lance no se daría cuenta.

Béberas parte de mi saliva, mi hermoso Lance.

Fue de nuevo hasta el cuarto de lavado, tomó las sábanas ya limpias y secas, las dobló y las llevó arriba para guardarlas.
Bajó para sentarse un rato en la sala cuándo escuchó un ruido extraño.
Se quedó estático al pie de las escaleras.
¿Qué había sido eso?
Los ruidos volvieron a repetirse.
Sonaba como si algo se arrastrara. O... alguien.
Unos ligeros gemidos se dejaron escuchar, seguido de una voz cansada y atormentada. No entendía que decía pero no evitó que sintiera escalofríos.
Una parte de él le dijo que quizá se trataba de la vecina y sus escandalosos gritos cada vez que tenía sexo con el muchacho de enfrente.
Pero Keith conocía bien aquellos ruidos y definitivamente no eran causados por la cincuentona.
Caminó lentamente tratando de averiguar el origen de los sonidos.
Se detuvo frente a la alacena bajo las escaleras. Giró el picaporte.
No se abrió.
Nunca le había causado curiosidad ese espacio, pero ¿por qué estaba cerrado con llave?
Se hincó y echó un vistazo por la cerradura.
Como pensó, no se veía nada.
Sacó su ganzúa y forzó la puerta.
Ésta se abrió fácilmente.
Entró y prendió la luz.
No había nada interesante ahí. Había cajas llenas de ropa y nada mas.
Pero lo ruidos eran más audibles ahí.
Dio un golpe al suelo con su zapato pero la alfombra amortiguó el sonido.

Un momento.
¿Por qué había una alfombra en un lugar que obviamente no lo necesitaba?
Un sudor frío le recorrió el cuerpo.
Salió y levantó la alfombra. El piso de madera se veía viejo y sucio pero no era tan raro. Dio un golpe a la madera con el puño.
Estaba hueco.
Y lo que fue aún peor: los gemidos respondieron al golpe.
Hizo a un lado la alfombra.
La madera estaba astillada y pudo observar que se podía levantar.
Tomó uno de los tablones y lo levantó con facilidad. Un agujero negro apareció ante él. Trató de mirar algo pero la oscuridad era demasiado densa.
Quitó otros cinco tablones y la silueta de unas rudimentarias escaleras surgió ante sus ojos.
Tomó una linterna que estaba encima de una de las cajas y bajó con cuidado. Tocó la fría piedra y llevó el haz de luz por el lugar.
Era una especie de sótano, las paredes eran de piedra al igual que el suelo.
No había mucho que ver. Un montón de harapos en un esquina, una silla vieja.
El grito brotó de su garganta y dejó caer la linterna. Su corazón latió rápidamente y sintió que todo daba vueltas.
Temblando, levantó su única provisión de luz y la dirigió de nuevo al montón de harapos. Sólo que en realidad, no eran tal.
Aquello que él había tachado de inservible era en realidad una persona.
Una que desgraciadamente conocía gracias a una hoja de papel.
Se acercó.
Si la chica había sido realmente gorda, bueno, pues ya no lo era.
El rostro redondo y pecoso estaba consumido, los ojos hundidos y sin vida.
Los labios cuarteados y la piel  se le pegaba a los huesos de forma grotesca.
La chica estaba desnuda y la visión de aquel cuerpo casi muerto y femenino le provocaron náuseas.
Deseó que muriera.
Y de inmediato se arrepintió de aquel pensamiento.
La chica lo miraba con desesperación, podía casi sentir los gritos internos que ella le dirigía. Un solo mensaje: ayúdame.

Sintió pánico.
Miró la hora en su reloj. Eran casi las cinco con cuarenta. Debía salir de ahí antes de que Lance llegará.
Con una mueca de asco para la joven, subió de nuevo.
Colocó a toda prisa los tablones, puso encima la alfombra, dejó en su lugar la linterna y cerró la puerta tras sí. Se quedó un momento en blanco.
Las seis menos diez marcaba su reloj.
Lance era puntual.
Corrió hacia la puerta trasera por la que había entrado y cerró. Respiró profundamente y cruzó la cerca aterrizando en el jardín de al lado. Caminó por la acera fingiendo tranquilidad. Y al llegar al cruce, echó a correr.






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Keith es un pervertido.
¿No les dije que hoy estaba inspirada?

Y sí, vale, se parece a KS pero no pienso llevarlo por ahí, ya verán más adelante.
Gracias por leer. ;)

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