Jugador

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Lance salió de la cama, el frío de la mañana le acarició la piel desnuda haciéndolo estremecerse.
Corrió las pesadas cortinas y miró hacia afuera.
—¿Sabes que eres la mejor vista que alguien pudiera tener? —dijo una voz detrás de él.
Lance se giró.
—¿Ah sí? —rió el moreno.
—Ven aquí.
Obedeció y se metió entre las sábanas.
—¿Te duelen? —preguntó Shiro señalando los mordiscos en su cuello.
—Sólo un poco.
Lance apoyó la cabeza en el pecho de Shiro.
—¿Supiste que encontraron el cadáver de esa niña que iba en tu escuela?
—Oh, sí. Lo oí ayer en la tarde.
Pensar en la chica le hacía recordar a Keith, ese chiquillo desnutrido y sucio que la había mordido.
Había intentado curarla, pero había perdido demasiada sangre y algunas de las heridas ya se le habían infectado gracias a las mordidas.
Por eso había decidido que era mejor que muriera.
Le rompió el cuello con un solo movimiento y se había puesto en acción. Cubrió el piso de su sótano con una lona y con ayuda de un hacha pequeña la había descuartizado.
Fue un proceso lento y sucio pero valía la pena sólo para darle una lección a Keith.
Había metido el cuerpo en una maleta vieja y conducido hasta llegar al puente de Fox Hill.
En la noche ese lugar usualmente estaba solo, la mayoría de las personas creían que el espíritu de una mujer asesinada por una aborto mal practicado, vagaba por el puente.
Lance no creía en fantasmas.
¿Cómo podría considerando su hobby?
Había depositado el cuerpo a lo largo de la húmeda tierra y se había ido a dormir.
De eso habían pasado dos días.
—Pobre chica —comentó Shiro consternado—. ¿Qué clase de monstruo haría algo así?
Lance se encogió de hombros.
—Ni idea.
Miró a Shiro. Él también tenía la extraña costumbre de morder, recordó la primer vez que lo llevó a su apartamento, tenía quince años y aún era virgen. Shiro lo había arrojado a la cama, le había arrancado la ropa brutalmente y lo había mordido en el cuello hasta hacerlo sangrar.
Había sido de lo más excitante y desde entonces Lance siempre le pedía que lo mordiera. Se imaginó a Keith sobre él mordiendolo con fiereza y se estremeció. Realmente quería eso.
—Oye estaba pensando... bueno, llevamos casi un año saliendo y... nunca hemos tenido una cita —Lance lo miró divertido—. Una cita de verdad, quiero decir.
—¿Ajá...?
—Y realmente quiero hacerlo, ¿qué dices? Tú y yo, en un restaurante caro, cenando.
—Las personas hablarían.
—¿Y? Si preguntan diremos que eres mi sobrino.
Lance se rió.
—¿Tu sobrino? —se señaló a sí mismo.
–Oh, por favor. Mírame, tengo sangre inglesa y japonesa corriendo por mis venas. Diremos que eres hijo de mi hermana.
—No tienes hermanas.
—Ellos no tienen porqué saberlo.
No. Por supuesto que no.
Pero lo hacían. Todos en el restaurante sabían que Shiro se lo follaba desde los quince años pero nadie decía nada.
Shiro pagaba muy bien y si iba a la cárcel no tendrían empleo. Simple.
A veces las personas eran sumamente mezquinas.
En más de una ocasión pensó en ir a la policía y denunciarlo, no habría sido ningún problema, era un adolescente carismático que tenía a varios testigos que lo ayudarían.
Pero no lo hacía por una simple razón: necesitaba el empleo, no por el dinero, tenía bastante, sino porque con un trabajo decente la gente no hablaba y él prefería que fuera así.
—De acuerdo —concedió después de unos segundos, se montó sobre él -. Aunque será raro llamarte "tío" cuándo en realidad te llamo "papi"
Lance comenzó a masturbarlo.
—Sabes que me encanta que me llames así...
—Lo sé —se inclinó para besarlo.

¤¤¤

—No lo entiendo, ¿qué es tan importante? —Shiro lo tenía retenido en la puerta lamiendo los moretones del cuello del moreno.
—No puedo decírtelo —repitió Lance.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Acabas de hacerlo.
—¿Por qué no aceptas mudarte conmigo? Te lo he pedido muchas veces.
—Porque es un paso muy grande y... No me siento listo para eso.
—Ya. ¿Vendrás más tarde?
—No lo creo. Iré mi casa. Tengo mucho que lavar.
—¿Lavas tu ropa? —Shiro estaba sorprendido.
—En realidad lo hace la lavadora.
—Sabes a lo que me refiero.
—No veo porqué es tan sorprendente. Y se me hace tarde.
—Aghh, de acuerdo. ¿Pero te veré mañana?
—Claro.
Se besaron intensamente, Shiro lo mordió delicadamente en la oreja.
—Ya, ya —lo separó Lance—. Estás en ropa interior.
—¿Y? Nadie me ve.
—No que tú sepas. Sólo yo tengo derecho a verte así. Anda entra.
Shiro desapareció en el interior del departamento.
Lance sonrió, Shiro era tan fácil de manipular.
Revisó su reloj, eran casi las seis de la tarde y todavía tenía mucho trabajo que hacer.

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