El hombre se le abalanzó tirándolo al suelo. Thomas intentó quitárselo de encima pero el otro era más fuerte por no decir que era mucho más joven. Lo sabía por los ojos vivos y crueles tras el pasamontañas.
Se removió violentamente pero el otro no aflojó su agarre. Sintió la punta de un cuchillo en su cuello y dejo de moverse al instante.
De pronto sintió miedo.
Llevaba más de cuarenta años enfrentando a criminales sin tener ni un ápice de miedo y no fue hasta ese momento que supo que no volvería a levantarse.
¿Eso era todo?
¿Iba a morir en su propio cuarto con sólo una bata puesta sobre su cuerpo desnudo, con los pies descalzos y el cabello aún chorreando agua por su ducha reciente?
¿Moriría con tan poca dignidad?
No fue una buen persona, eso lo sabía; había cometido varios actos reprobables pero aun así no creía que era justo morir de esa manera.
—¿No me reconoces? —dijo el hombre tras la tela, sus ojos sonreían con crueldad.
Thomas conocía esa voz, la había oído antes pero ¿dónde? ¿Cuándo? ¿Quién se ocultaba detrás?
—¿Qué sucede? —continuó el hombre empujando con suavidad el cuchillo en su cuello, estaba sentado sobre él, con las piernas inmovilizando sus brazos y sonriendo, sabía que estaba sonriendo—, ¿no me digas que lo olvidaste? Me dolería que no me recordarás
Thomas intentó ubicar esa voz en la maraña que era su memoria, si lo recordará quizás podría salvarse, quizás podría ganar otra batalla a la muerte. Pero lo malo del miedo era que te paralizaba, en ese momento era incapaz de decir incluso de que color era la bata que traía puesta.
—Comienzo a perder la paciencia y nunca he tenido mucha —era joven, una voz joven, no mayor de treinta años ni menor a dieciocho, aunque no podía asegurarlo por completo, grave y profunda, el tipo de voz que todos los hombres quieren. Alto y de cuerpo atlético, ojos oscuros (aunque claro bajo una luz pobre todos los ojos eran oscuros), hablaba con calma y cierta diversión por lo que no era la primera vez que hacia algo así, había conocido a varios tipos de criminales pero nunca a alguien que era claramente un psicópata y saber eso no lo tranquilizó precisamente. Agradeció que estuviera solo en la casa, que su hija y esposa estuvieran lejos, que no fueran víctimas de aquel hombre.
—¿Y bien?
—¿Qué es lo que quieres? —dijo recordado un viejo curso al que asistió años atrás sobre el comportamiento de los psicópatas. Tenía que hacerlo hablar, si algo tenían en común era la vanidad, les encantaba dejar en claro a sus víctimas que tenían el control sobre su vida o muerte y prolongaban los asesinatos por simple narcisismo.
—Matarte, por supuesto. ¿Creías que vine aquí sólo para verte todo mojado y desnudo?
—¿Y qué es lo que esperas, entonces? —tenía que hacerlo hablar, tenía que prolongar lo más que pudiera ese juego hasta que supiera como ganar.
—Vaya, nunca me había tocado alguien que me contestara de esa manera, normalmente se hacen encima y ruegan que no los mate.
—Yo no soy de ese tipo, me he enfrentado a tipos como tú toda mi vida —“deben apelar a su vanidad, detestan que les consideren iguales al resto”, recordó.
—Yo no soy como el resto—ladeó la cabeza con curiosidad y soltó una carcajada—. Oh, ya veo. Intentas distraerme para poder encontrar una manera de zafarte, ¿crees que esos trucos barato de psicología funcionan conmigo? Contrario a ti, yo sí he lidiado con tipos como tú. Y todos terminan muertos.
—Yo sigo vivo —dijo
—Ya no —dijo el hombre clavando el cuchillo en su cuello abriéndole la arteria.
Thomas, el sheriff del Condado de Essex, que vivía en Lynn desde hacia quince años; con una esposa maravillosa y una hija hermosa e inteligente que también era policía, con una creciente calva y un cuerpo que vio mejores años; que aceptó sobornos a cambio de ignorar crímenes menores, que encubrió asesinatos, que hizo la vista gorda ante muchas cosas; sentía como su sangre fluía fuera de su cuerpo mientras el hombre se levantaba el pasamontañas del rostro sólo por un segundo para mostrar su perfecta sonrisa, sólo lo suficiente para que Thomas lo reconociera y sintiera el más profundo terror, no por él sino por su hija. Intentó balbucear pero le fue imposible, el cansancio era demasiado, ¿cómo es que no lo había reconocido antes? ¡Si había hablado con él horas atrás! ¡Si había reído junto a él y hablado sobre la cita que su hija y él tendrían la siguiente semana! ¡Si le había dicho que no podía haber mejor hombre para su hija! ¡Si le dicho que deseaba que se casaran y fueran felices!
—No te preocupes, Thomas. Cuidaré bien de tu hija. Muy bien.
Thomas, el sheriff, el hombre que donaba dinero a los orfanatos, que rescataba perros, que lloró en su boda al ver a su esposa en vestido de novia, que lloró al saber que sería padre, que lloró al ver a su única hija graduarse y que ya no vería más; exhaló su último suspiro en su casa, bajo un charco de su propia sangre, con una bata de baño blanca y los pies fríos. Con el olor de jabón desapareciendo de su cuerpo a medida que la muerte, siempre hambrienta y siempre sonriendo, lo acogía en su pecho, dejando su fuerte y olor en la habitación.
El hombre del pasamontañas se levantó sonriendo. Sacó su celular, el segundo, el que usaba sólo para sus negocios turbios y tomó cinco fotografías de Thomas, le abrió la bata mostrando el cuerpo fofo y arrugado y tomó otras cinco. Sacó un picahielo de su maletín y comenzó a meterlo y sacarlo por todo el rostro de Thomas. Le sacó los ojos sin ninguna delicadeza para aplastarlos en sus manos enguantadas.
Tomó otras cinco fotografías sólo al rostro deformado de Thomas y las guardó.
El hombre sonrió, le parecía increíble que el mismísimo sheriff no hubiera protegido su casa mejor. Había sido tan fácil entrar que casi podía decirse que le dejaron la puerta abierta (lo que en teoría era cierto).
Recorrió la casa cerrando todas las ventanas y cubriéndolas con cinta por si era necesario. Esparció gasolina por cada cuarto (por mera costumbre) y bajó hasta la cocina.
Abrió las llaves del gas y dejó una esponja (seca) en el microondas encendiéndolo al punto más alto. Tomó su maletín y salió rápidamente, cubriendo de cinta la puerta trasera por donde había entrado y salido.
Rodeó la casa manteniéndose oculto por la oscuridad y llegó hasta la motocicleta aparcada a metros de ahí. La empujó alejándose lentamente, esperando.
No había nadie cerca o asomado por lo que sabía, miró hacia atrás para ver la casa.
Dentro de la casa, la esponja comenzó a expulsar humo, hubo una chispa y de pronto el fuego nació en medio del gas haciendo un gran evento de ello, gritando con fuerza, hizo explotar las ventanas por envidiosas que intentaban detenerlo y se propagó por la casa serpenteando con alegría, tocó la gasolina y bailó sobre ella celebrando su nacimiento.
Se asomó por las ventanas y saludó al cielo agradeciendo al hombre, que se alejaba rápidamente del lugar a bordo de una motocicleta, que le hubiera dado la vida.
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Lados Ocultos
FanfictionLance hace vídeos para la web profunda. Keith es un inadaptado con ansias de sangre. Dos chicos. Un juego peligroso. Perder es sinónimo de muerte. Advertencia: Esta historia contiene escenas gráficas de sexo y tortura. Si eres una persona...