Amenaza

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Coran se frotó los ojos.
Llevaba más de media hora visitando páginas web por la red profunda y no estaba seguro de poder soportar otro minuto de eso.
Si alguien le hubiera dicho que en el mundo había ese tipo de personas habría contestado que era ridículo.
¿Caníbales en pleno siglo XXI? ¿Fetichistas de la muerte? ¿Personas que disfrutaban de aplastar animales? Todo eso parecía sacado de alguna película de bajo presupuesto.
Pero la realidad era cruda y estar frente a frente con ella era mucho para procesar.
-Parece que quieres vomitar -comentó Honerva desde el otro lado de la habitación.
-Esto es demasiado para mí. ¿Cómo puede haber gente así? -se quejó.
-Eres policía desde hace treinta años, creí que nada te sorprendía. Además nadie te pidió que vieras ese tipo de cosas -le recordó Honerva-. Matt lo hace muy bien por su cuenta.
-Lo sé, es sólo que quería saber que es lo que veía, saber si eran demasiado fuertes para él.
Honerva suspiró. Coran sabía que el resto de la policía veía a Matt de manera muy distinta a él y que preocuparse por ese tipo de cosas era absurdo, pero no podía evitarlo, Matt podría ser un verdadero monstruo y aún así le preocuparía que le pasará algo en una cárcel. Suponía que era su instinto paterno, aquel que nunca pudo usar pero que nunca lo abandonó.
-¿Por qué Matt entró a la policía? Debes saberlo ya que lo conoces desde hace bastante, ¿no? -dijo Honerva interrumpiendo sus pensamientos.
Coran se removió en la silla. Si bien era cierto que había pasado mucho tiempo con Matt nunca se molestó en preguntarle las razones por las que entró a la fuerza. Supuso en su momento, que era por la misma razón que él, salvar personas, encerrar a los delincuentes... Pero ahora se daba cuenta de que no era así. Sus intenciones eran completamente desconocidas. Y eso le preocupaba un poco.
-No tengo idea -confesó finalmente rascándose la cabeza-, pero debe ser una razón muy similar a la nuestra.
Honerva negó con la cabeza.
-Dudo mucho que Matt y yo tengamos los mismos objetivos. Y estoy segura que el suyo no es igual al tuyo. Tú realmente crees que puedes a cambiar el mundo.
-¿Eso es malo?
-No puedes cambiarlo, Coran, por mucho que lo desees no puedes esperar que cambie -de pronto Honerva parecía vulnerable. Coran no pudo evitar pensar en que era muy joven para ser detective.
-¿Por qué entraste a la policía? -le preguntó, consciente de que ella podía molestarse. Pero ella se enojaba por todo así que no importaba realmente.
-Por mi hermano. Haría lo que fuera por él -Honerva apretaba un bolígrafo con demasiado fuerza, sus ojos estaban brillantes-. Ya vuelvo.
Se levantó rápidamente casi derramando el café sobre la computadora.
Coran la vio entrar a los baños con la mano en boca, no supo decir si reprimía las ganas de llorar o de vomitar.
Se recargó contra el asiento. Se preguntó cuál era la relación entre su hermano y su incorporación a la policía. Debía estar vivo por la manera en que habló de él, pero con Honerva era difícil saberlo.
De hecho, aquella mujer era un completo misterio, no sabía nada sobre ella aunque... Tampoco era como si fuera a preguntarle Honerva era capaz de hacerlo andar en muletas por un mes. Suspiró. De nada servía hacer teorías locas sobre ella.
Fijó la mirada en la pantalla de la computadora. Había pausado un vídeo desagradable de un adolescente siendo azotado.
El muchacho del vídeo era pálido, delgado y pequeño. No parecía tener más de quince años y llevaba el cabello negro largo hasta los hombros. Su rostro estaba oculto tras unos vendajes ensangrentados, sus ojos eran los únicos que se veían.
Sintió un nudo en el estómago.
Los ojos, el cuerpo delgado y el cabello... se parecían mucho a Keith.
Tomó el teléfono. Faltaban cuarenta minutos para las ocho de la noche y suponía que Keith ya debía estar en casa. Con todo ese ajetreo de los asesinatos y con Slav respirando en su nuca todo el tiempo no había tenido tiempo de verlo. Y estaba preocupado.
El timbre sonó cinco veces antes de que lo descolgaran. Una voz pastosa y grave contestó al otro lado de la línea con irritación.
-¿Qué quieres?
-Steven, hola -Coran se rascó la oreja, detestaba a ese hombre con pasión y evitaba siempre hablar con él, si hubieran sido otras circunstancias le habría colgado de inmediato-. ¿Está Keith? ¿Puedo hablar con él?
-Ese bastardo no está. Hace días que no se ha parado aquí -Coran se imaginó ahorcándolo con el cable del teléfono.
-¿Cómo qué no está? ¿A dónde fue?
-No lo sé y me importa un carajo. Esa pequeña basura puede estar muerto y me da igual.
-¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡Es tu hijo!
Steven se rió.
-Mi hijo, claro. Su madre era una puta, ve tú a saber con cuantos se acostó, por lo que sé tal vez ni sea mi hijo.
-Eres un... -Coran respiró hondo, si quería saber dónde estaba Keith no podía pelearse con ese idiota-. ¿No dejó ninguna nota? ¿Algo que pudiera decir en dónde está? -se levantó y tomó las llaves de su auto-. ¿Tiene un amigo con el que podría quedarse?
-Ese marica no tiene amigos.
Coran apretó las llaves contra su palma haciéndose daño. Realmente detestaba a ese tipo.
-Voy para allá.
Colgó. Echó un vistazo detrás de él. A pesar de que la pantalla estaba fuera de su vista y apagada, Coran podía ver aún a aquel chico del vídeo. Apretó los labios. Era imposible que fuera él.
Pero... ¿Y si lo era? Ahora sabía que había grupos que secuestraban personas para hacer vídeos de ese tipo. Vídeos donde la violencia era el tema principal, ¿y si habían secuestrado a Keith? ¿Y si alguien, viéndolo tan indefenso, había decidido llevárselo y matarlo?
No podía aceptarlo. Keith estaba bien, debía... Apoyó la frente en la puerta. Era cierto lo que había dicho Steven. Keith no tenía amigos, si lo pensaba no tenía a nadie más que a él. Y le había fallado. Había prometido estar siempre con él y ahora estaba desaparecido.
No.
Debía dejar de pensar de esa manera.
Keith era listo. Si no había ido a casa era porque no soportaba ya a su padre. Era un buen chico y era listo, debió haber ido a algún albergue o era incluso posible que tuviera un amigo y se quedara con él.
Sí. Eso era.
Keith estaba bien.
Debía estarlo.

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