Cautivo

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Keith se tensó al sentir los brazos de alguien sobre sus hombros.

—Grita o llama la atención y te juró que te mataré lentamente —susurró Lance en su oído—. Vamos, iremos a mi casa.
Keith se detuvo. Sudaba a pesar del frío de la mañana. Miró a Lance, éste le mostraba una sonrisa capaz de cortar el metal.
—¿Qué sucede? —preguntó el moreno besándole el cuello—. ¿Acaso no es esto lo que más deseabas? Tú y yo, solitos en mi casa. No es como si no la conocieras, ¿verdad?
Keith tenía náuseas. Lo sabía, Lance sabía sobre... bueno, todo. Tenía la boca seca. Consideró la idea de empujarlo y correr pero Lance era más rápido y sin duda más fuerte que él. Pensó en gritar, en llorar, en patearlo y correr para meterse al baño y llamar a Coran. Pero no lo hizo. Por una simple razón: podía sentir el filo de una navaja contra su costado.
—Sé bueno. Y yo seré mejor —dijo provocándole escalofríos.
Keith miró a su alrededor.
Estaban parados en medio del patio y todas las miradas estaban fijas en ellos. El silencio era antinatural, era como si esperarán algo.
Casi podía escucharlos:
"¿Qué hace Lance con ese fenómeno?"
"Mira, Lance está con el rarito"
"La pinta de ese mocoso es para vomitar, no entiendo que quiere Lance con él."
"Es admirable que Lance no haya vomitado del asco al tocar a ése"
—Nos miran —susurró Keith.
Lance alzó la mirada y se rió. Su risa flotó por el patio increíblemente silencioso, los estudiantes se removieron incómodos, notaban algo extraño en aquella risa, aunque no sabían qué.
—Me debe dinero —dijo a sus compañeros—. Sigan con sus asuntos.
Lance lo miró divertido y aún con su brazo derecho cerrado sobre su cuello lo arrastró hasta una banca solitaria, en la que Keith solía sentarse siempre.
—No era broma —dijo Lance sin soltarlo—. Me debes dinero.
—P-pero, yo...
—Dejaste tan mal a esa chica que tuve que matarla. Del millón que iba a ganar, sólo conseguí diez mil. Te metiste en algo muy grave.
Keith no entendía nada. ¿A qué se refería Lance? ¿Qué dinero? 
—Ven, iremos a casa —lo tomó del brazo y lo obligó a seguirlo hasta su motocicleta.
—Yo... No quiero subir a esa cosa.
—No te estoy preguntando si quieres o no. Lo vas a hacer. Sube.
Keith sintió que la sangre se le congelaba en las venas. Pasó la pierna sobre la moto y rodeó a Lance con sus delgados brazos. Pegó su rostro a la espalda del otro al arrancar.
Cerró los ojos.

¤¤¤


—Vamos.
Lance lo arrastró hasta la alacena. Apartó un par de cajas de la pared descubriendo una puerta alargada.
—No creías que entraba y salía por aquel agujero ¿o sí? —se burló—. Primero tú.
Keith miró con recelo la oscuridad que se condensaba en la puerta abierta. Pero Lance, harto, lo empujó. Cayó por las escaleras y aterrizó sobre la fría piedra del suelo, lastimándose en el acto.
—Oh, sí. Olvidé decirte que tuvieras cuidado con la escalera —la voz de Lance era burlona.
Keith se incorporó lentamente. Le dolía la cabeza por el golpe que se había dado.
Una mano se cerró sobre su brazo y lo arrastró hasta una silla. Lo obligó a sentarse. Sentía un hillillo de sangre correr por su frente, miró a Lance atarlo fuertemente a la silla. No tenía la fuerza suficiente para defenderse.
—Aquí te vas a quedar hasta que vuelva. Es tu castigo por ser un niño muy malo. Abre —Lance le puso un trapo en la boca y un trozo de cinta adhesiva para mantenerlo callado—. Espero que pienses en lo que hiciste. No llegaré hasta mañana así que si quieres orinar puedes hacerlo en tus pantalones. No te castigaré por eso.
Y... es todo. Dulces sueños, Keith. 

¤¤¤

El restaurante estaba lleno de personas.
No les prestó demasiada atención.
Su mirada estaba fija en una sola persona al fondo de la habitación.

—¿Lance? —Shiro lo miraba con el ceño fruncido—. ¿A quién ves?
—Creí reconocer a alguien. Lo siento.
Miró su plato de sopa blanca. No le apetecía en lo absoluto, la probó por mero compromiso y no la escupió sólo por educación. No le gustaban los restaurantes, sí, trabajaba en uno y creía que eso era más que suficiente, pero Shiro se lo había pedido así que más le valía callarse y comer.
Miró distraídamente a la izquierda del lugar. 
El señor D.
Ese gordo idiota estaba ahí. El hombre lo miró sonriendo.
—Lance, esto no es lo que tenía planeado —dijo Shiro de pronto—. No se suponía que te pasarías toda la cena mirando al gobernador, ¿te gusta, acaso?
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no rodar los ojos.
—No Shiro, es sólo que... Me sorprende estar en el mismo lugar que una persona tan importante. Es todo.
—Si tú lo dices.
Perfecto. Shiro se había ofendido. A veces parecía que el niño era el otro.
—Shiro, por favor, no es nada. ¿Qué podría querer con... Eso?, te tengo a ti.
El joven lo miró con ojos radiantes.
Era tan fácil mentirle.
Miró de nuevo al gobernador. Ese asqueroso gordo que compraba cabezas y piernas para... alejó esos pensamientos fuera. Si no quería vomitar en la mesa debía no recordar aquellos videos.
Se obligó a comer.

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