Regalo

699 70 20
                                    

 La segunda fuerza (que buscaba de manera más profunda, más intensa, la total desintegración de mi equilibrio interior) consistía en una ineludible tendencia al suicidio.

—Confesiones de una máscara.

━─━────༺°∘❉∘°༻────━─━

Lo notó de inmediato.

Un olor distinto.
Un olor a viejo, a sudor seco, a piel fría.
No estaba ahí cuando se fueron.
—Alguien entró a la casa —dijo forzando a su olfato y a su cerebro a vislumbrar los lugares por los que el intruso camino.
—¿Quién? —susurró Keith, nervioso al tiempo que alcanzaba un cuchillo de la cocina y lo pegaba a su cuerpo.
—Si lo supiera no habría usado la palabra "alguien" —desde lo sucedido en la carretera estaba cada vez más irritado con la presencia de Keith.
—¿Sigue aquí? —musitó, notando el mal humor de Lance.
—Eso espero, si aún está aquí sera el último lugar al que haya entrado.
Lance comenzó a subir las escaleras captando el olor a jabón rancio, una parte de él agradeció que el sujeto no se hubiera acercado a la alacena bajo las escaleras.
Sonrio.
La adrenalina de una posible lucha le inundó el cuerpo haciéndolo estremecer de un placer oscuro, perverso.
Por su mente rondaron mil diferentes maneras de cortar la carne del visitante no deseado. Y se regocijo en ello.
La muerte de aquella prostituta no había sido suficiente, una vez que su instinto asesino, una vez que sus ansias de sangre despertaban, era muy difícil controlarse.
Camino por el pasillo con el cuchillo en alto y una enorme sonrisa deformando su rostro.
El olor se detenía frente a su habitación.
Deseo que la persona siguiera ahí.

—Se ha ido, ¿cierto? —Keith apareció en el marco de la puerta. Sus ojos muy abiertos y el labio inferior temblando de manera notable.
—Sí, no parece haber robado nada —caminó hacia el closet y tomó uno de sus látigos favoritos, ese que terminaba en una punta de metal—. Pero estoy realmente molesto contigo Keith.
—¿Qué... ?
—Regla número uno —hizo restallar el látigo provocando que Keith diera una paso hacia atrás—, no haces ningún sonido a menos que yo te lo permita.

━─━────༺°∘❉∘°༻────━─━

Todo era un desastre.
Slav arrojo con furia un montón de papeles fuera de la mesa.
¿Qué estaba sucediendo en esa asquerosa ciudad?
Había llegado ahí creyendo que se trataba de un caso rutinario, un caso de asesino serial que no le tomaría más de dos semanas pero ahora... Todo estaba alcanzando niveles tan altos que no se veía capaz de escalar hasta la cima.
Y lo que era aún peor era todo el caos que los preocupados y estúpidos ciudadanos estaban haciendo.
Se froto las sienes intentando calmarse, de nada le serviría alterarse.
Salió de su pequeña oficina arreglándose la corbata ignorando por completo las miradas sorprendidas de todos esos inútiles policías.
—¿Terminaste con tu berrinche? —Honerva le miraba con una ligera sonrisa arrogante —creía que todos los agentes del FBI sabían controlar sus emociones, ahora veo que no.
—No me provoques, suficiente tengo con la maldita prensa sobre mí.
—¿Y ahora qué dijeron? —continuó ella con el mismo tono burlón— ¿Hablaron mal de tu peinado?
—¿Te crees muy graciosa? ¿No ves lo grave que es todo esto? Si esto continúa y esos idiotas del periódico lo sugieren, la gente comenzara a actuar por su cuenta.
—Quizás ayuden, si el asesino cree que somos unos inútiles cometerá un error y podremos atraparlo.
—A veces me pregunto... —No pudo terminar la oración a causa de la entrada tan extraña de Coran. Tenía la piel blanca como un cadáver y miraba nerviosamente a todas partes.
—¿Y ahora qué rayos te pasó? Parece que viste un fantasma o que te viste al espejo.
Coran lo ignoro y se sentó en su escritorio alcanzando su computadora.
Slav rodó los ojos y se acerco a él echando un vistazo por encima de su hombro.
Imágenes de gente esposada a la cama y de látigos aparecieron en la pantalla.
Había una especialmente gráfica que mostraba a una mujer atada a un poste y con marcas sangrantes por toda la espalda.
—Vaya, no sabía que te iba todo eso del BDSM —comentó con ligera irritación.
—¿Sabes cómo se llama eso? —Coran lo miró sorprendido, sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas.
—Por supuesto que lo sé, me sorprende que tú no —sacudió la cabeza— ¿por qué estas buscando eso?
—Yo... —Coran parecía estar en un gran dilema, sus ojos se desviaron hacia las imágenes de nuevo y por la mirada asustada que tenía debía estar imaginando algo terrible.
—¿Coran? —Slav le sacudió el hombro con rudeza—, oye, ¿qué rayos pasa?
—Esto... ¿Por qué lo haría alguien?
—¿Qué?
—Esto, ¿por qué se dejan golpear por otros?
—¿Porque les gusta, quizás? Yo que sé, la gente está loca —Slav no entendía porque era tan importante todo ese asunto.
—Esto es... Malo, muy malo.
—¡¿De qué rayos hablas?! —Slav ya había llegado a su límite y estaba a punto de tomar a Coran de los hombros y zarandearlo.
—Nada, nada. Sólo que... Vi en el camino una tienda donde vendían látigos y... Quise saber por qué. Es todo.
Slav rodó los ojos.
Esa ciudad iba a enloquecerlo.

Lados Ocultos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora