CAPÍTULO XIX

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Regresé a casa pasada la medianoche, mis padres ya dormían profundamente, como de costumbre.
Me recosté sobre toda la ropa que había dejado desordenada antes de salir, no tenía ánimos para acomodar tremendo desastre. Apenas apoyé mi cabeza en la almohada me dormí, deseando que la escena con Andrea fuera sólo parte mal sueño.
A partir del siguiente día, todos fueron iguales. No habían nuevas experiencias, tampoco momentos románticos inolvidables. Solo abundaba la soledad en mi vida misma, nada más.
Durante los pocos días que me quedaban de licencia rechace todas las salidas propuestas por Mauricio y Nicolás, necesitaba aislarme y resurgir una vez más, transformar las cenizas en un nuevo comienzo como el ave Fénix.

Llegó el día de mi viaje, la provincia de Salta era mi oportunidad para dejar el pasado atrás y comenzar mi nueva vida como oficial de la fuerza aérea. Esa mañana organicé una pequeña despedida en mi casa, sólo con mis dos amigos de mal alma, nadie más. Por primera vez fui yo quien hizo el asado, jamás había ni siquiera intentando hacerlo, pero aprender era una de las metas en esta nueva etapa.

-Bastante bien para ser la primera vez.- dijo Mauricio.- Mucho mejor que el asado de Nicolás.

-Es cierto, mucho mejor que el último asado hice.- dijo Nicolás entre risas.- Muy bien, oficial.

-Gracias, haber observado durante años sirvió de algo.- respondí.

-Brindemos.- dijo Mauricio.

Nos levantamos, alzamos las copas mientras las miradas entre los tres buscaban que alguien diga unas palabras.

-Anda, Tobías, debes pedir algo antes del brindis.- insistió Nicolás.- ¿Qué pedirás?.

-Pido por muchos años más de amistad, por muchos asados entre amigos.- respondí con una sonrisa.- Brindo por nosotros, eso si es amor para toda la vida.

-Yo brindó por ti, amigo.- dijo Mauricio.- Todo lo mejor para esta nueva etapa en tu vida, éxitos totales oficial.

-Salud, amigos míos, ¡salud!.- contestó Nicolás.- Que Dios nos acompañé.

Esa fue nuestra última conversación a solas antes de mi viaje. Tomé mis maletas y me dirigí junto a mis padres hacia la terminal de Jujuy, sólo nosotros tres en el auto de papá. Mauricio y Nicolás iban con Luján y Esteban en la camioneta, justo detrás de nosotros.
Apenas llegamos bajé mis cosas y me senté a esperar en la plataforma. El colectivo partía a las cinco, antes de las diez seguramente ya estaría en salta junto a Zavala. Nuevo departamento, nuevo clima, nuevos camaradas, nueva vida.

-¿Cómo estas?.- preguntó mi padre.

-Bien, papá.- respondí.- No estaré sólo, por lo menos Zavala y mi ex oficial instructor estarán conmigo.

-Algunas caras viejas, eso es bueno.

-Te veremos más seguido, hijo.- dijo mi madre.- Iremos siempre que podamos, lo prometo.

-Tranquila, mamá.- dije abrazándola.- Yo también vendré a verlos con mayor frecuencia, no te preocupes.

Faltaban sólo diez minutos para que el colectivo marchara, la despedida se volvía eterna. De repente, entre tantos saludos y abrazos oí una voz bastante familiar que decía mi nombre.

-Tobías, ¡Tobías!.

Voltee a mirar, entre la multitud de turistas que partían, estaba Andrea, con un vestido rosado de verano y su pelo recogido.

-¿Andrea?.- dije confundido.

-Si, soy yo.- respondió con una sonrisa.- ¿Podemos hablar?.

-Tengo menos de diez minutos.- le dije.

MIRADAS EN LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora