Capítulo 27

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Siempre hay espacio para uno más

Para su buena fortuna, Ryan no volvió a mostrar su cara. Por orden de su padre, Liam tramitó una orden de restricción en su contra, si se acercaba a él, a Louis o a sus hijos (a Cameron y a cualquiera que pudieran tener en el futuro), a menos de 50 metros, iría preso por un buen tiempo.

Su vida volvió a la normalidad, Cameron se adaptaba cada vez más rápido a su nueva vida y su matrimonio parecía estar en su mejor momento.

Los síntomas comenzaron cuatro semanas después del celo de Louis.

El primer indicio llegó en forma de cansancio. Comenzó a sentirse fatigado con demasiada rapidez mientras hacía sus actividades, pero lo atribuyó a que ahora tenía que cuidar de Cameron y eso gastaba su energía. Tomaba largas siestas en las tardes con su hijo durmiendo sobre su pecho como un bebé recién nacido y aun así llegaba a sentirse tan cansado como si hubiese pasado la noche en vela.

En consecuencia empezó a descuidar ciertas cosas. Ya no le preparaba elaborados desayunos a Louis, sino que sólo le daba cosas sencillas como yogur con fruta, cereal con leche o pan tostado.

Louis no se quejó, pero si notaba la extrañeza.

Luego vinieron las náuseas y los mareos. Harry comenzó a evitar ciertos olores qué solían gustarle, por ejemplo, tuvo que cambiar el olor de su aromatizante porque la combinación de la canela con la manzana lo asqueó tanto que terminó vomitando en el suelo que acababa de trapear. También eliminó el uso de ciertos ingredientes y especias de su cocina.

En los momentos menos esperados, sentía como el mundo giraba a su alrededor y terminaba en el suelo o recargado en algo para mantener el equilibrio.

Los cambios de humor fueron lo peor. Llegaba a llorar por las cosas más mínimas  (como que el color de las rosas en su jardín eran tan brillantes y hermosas) y se enojaba por igual.

Una vez Louis cometió el error de decirle que a la comida le había hecho falta un poco de sal y sin advertencia se soltó a llorar en la mesa como si un pariente cercano acabara de morir. Cuando notó que Louis y Cameron lo veían desconcertados, se levantó enojado y se fue reclamándoles por su insensibilidad.

Sin embargo, a pesar de las obvias señales, la primera en darse cuenta de la situación fue Hanna.

—Tú tienes un bollo en el horno— dijo sin dudar, sobándole la espalda mientras vaciaba su estómago por tercera vez en el día. Giró la cabeza para verla con molestia—. Puedes mirarme mal todo lo que quieras, pero tengo razón.

—No.

Ella alzó una ceja.

—Sí— sostuvo su postura—. He estado embarazada, sé como es.

—No— puntualizó, bajando la palanca del agua y poniéndose de pie—. Estos son sólo síntomas de que mi celo será pronto.

—¿Y cuándo es? — preguntó ella, con cierta victoria en su voz.

—A mediados de agosto— respondió inseguro.

Hanna aplaudió con tanta fuerza que hasta a él le dolieron las manos. Ella se paró de un brinco.

—¿Si te das cuenta de que estamos a días de iniciar septiembre?— Hanna sonaba tan satisfecha—. Tienes un retraso de casi quince días.

El rostro de Harry perdió todo color cuando hizo sus cuentas. ¿Realmente estaba...? Cortó el pensamiento tan pronto como llegó. No había un bollo en su horno.

Satisfecha, su amiga salió del baño con una sonrisa que rivalizaba con la del gato Cheshire. Terminó comprando un test de embarazo en la farmacia más cercana.

Who got the power? (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora