Oscuridad

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Se encontraba en la deriva, un mar de oscuridad con olas de dolor y recuerdos, le pedían morir, desaparecer para jamás volver, oscuridad sin fin. La oscuridad transformándose en luz, alejándolo del dolor y la pena. Que mejor que la Luz para alejar a la oscuridad. Más si esa luz venía con una sexy sonrisa.

Kuroko caminaba con una pequeña sonrisa en su rostro, quería ver al moreno, quería comenzar el plan para desaparecer al padre de Aomine. Como le gustaba los juegos de poder, el sería la reina y su moreno él rey, ambos dominarían ese juego de poder. Sería se ambos, solo ellos dos.

Aomine Daiki era un hijo queriendo poder, él como su padre lo sabía porque eso le gustaba a él, el poder, la manipulación, el controlar todo y quería tener controlado todos los movimientos de su hijo. Pero últimamente este se encontraba fuera de su radar, no sabía dónde estaba, ni cuáles eran sus planes y eso lo tenía en una encrucijada, hacer un movimiento o dejarlo hacer un movimiento. Quería controlarlo de nuevo, enseñarle obediencia, porque no estaba haciendo ninguna de sus órdenes, una de ellas era deshacerse de su novio, pero siempre recibe una negativa y lo desafiaba con hacerlo caer. Y dejar de lado que era su padre. El día que escucho su desafío, lo golpeó hasta dejarlo inconsciente, eso le enseño que el era superior y que estaba bajo su yugo. Pero no dio ningún paso atrás, su relación con ese chico inservible, modelo de pacotilla siguió. Lo dejo fuera de su testamento y lo hecho de la empresa por ello. Pero sabía que no se quedaría de brazos cruzados, haría su movimiento en cualquier momento y el lo esperaría. Miro hacia la cuidad que lo rodeaba, miro su reflejo en el vidrio y sonrió, todo eso le pertenecería, tendría a su hijo a su lado para controlar todo lo qué siempre quiso. Su esposa sería el siguiente obstáculo que quitaría de su camino a la cima.

Los días pasaron Haizaki no encontró ninguna pista de su querido novio, tres días desde la última vez que lo vio y ya estaba en una cuerda floja de locura, estaba cayendo, la oscuridad cada vez más lo tragaba sin dejarle chance a respirar, esos días los pasó en el apartamento, solo esperando las noticias de su perro de caza, pero nada no había encontrado nada. La ira crecía poco a poco, quería su rubio embarazado con él. Lo necesitaba con desesperó, necesitaba dejar salir un poco su rabia, pero no quería aún usar a Kuroko como su bolsa de boxeo, lo necesitaba, pero cuando terminará que no le haría al más bajo, el sabía que fue a ver a Haizaki y lo que le había propuesto. Lo haría sufrir por querer la muerte del amor de su vida. Haizaki era fiel a él, por ello le había comentado todo lo sucedido hasta lo mucho que disfrutó usarlo. Como ambos habían disfrutado el chisme morboso de someter al peli celeste, lo dejaría creer que su perro de caza le obedecía y cumpliría el trato que pactaron. En su cama cómodo olió las prendas de su novio, como le gustaba ese olor característico de rubio, miel y girasoles. Era único. Era únicamente suyo.

Calidez lo rodeaba, se sentía tan bien esa sensación cálida, no quería despertar porque cuando lo hiciera solo dolor lo esperaba, sin querer sus párpados se abrieron, piel morena lo rodeaba, brazos fuertes lo mantenían cerca, seguro, desorientado levanto su mirada sin moverse, sus ojos se encontraron con la persona que había conocido ese día, dormido todavía lo mantenía en sus brazos, su respiración pausada y relajada, las cejas borgoña igual que el cabello del chico ya no se encontraban fruncidas, paz en cada parte de su cara. Lo miro por un largo rato sin saber el porque, solo se sentía bien, hasta correcto. El sueño se adueñó de él de nuevo, con una pequeña sonrisa en su cara regreso a los brazos de morfeo.

El tiempo pasó, los minutos pasaban sin dar tregua, dos horas exactas habían pasado y no había reacción de parte de su esposo, terror de que no despertara lo embargo. Quería ver esos hermoso ojos grises azulados únicos de amado, viéndolo con adoración, como si él fuera el único hombre en el universo, quería verlo hacer reír a su hija. Las pestañas de su esposo revoloteaban dando aviso de su despertar.
Los ojos grises azulados lo miraron con miedo e incertidumbre, pensó lo peor al ver eso escrito en ellos, hasta que hablo.

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