Día #3.

644 89 6
                                    

°

°

Frunció el ceño.

Habían salido del acuario hacia rato y poco tiempo después eso Hibari había cubierto sus ojos y le guiaba hacia algún lugar, sólo deseaba que no fuera al infierno por lo que había planeado para coronar la noche.

Sólo deseaba que Chrome se hubiera equivocado.

Escuchó ruidos a su alrededor y sintió al azabache alejarse de él, se quedó inmóvil.

Empezaba a impacientarse y chasqueó la lengua molesto.

—¿Ya puedo...?

—No, impaciente, aún no.

Bufó. Se cruzó de brazos y empezó a darle repetitivos golpes al suelo con uno de sus pies, suspiró dos veces y frunció más el ceño.

—¿Aún no?

—No han pasado ni dos minutos Tsunayoshi —bufo el guardián—. Sólo dame un poco más de...

—¡Me estoy aburriendo, Kyōya! —exclamó haciendo un mohín—. ¡¿Qué te toma tanto...?!

—Va, ya puedes ver, impaciente.

No dudó un segundo en quitarse la venda de los ojos y le miró mal durante a penas unos segundos, luego de eso quedó atónito.

La mitad del camino lo habían hecho con él discutiendo y sin prestarle atención a donde se dirigían, el otro tramo del trayecto había sido en completa oscuridad y sólo había reconocido el chirrido de puertas y las molestas escaleras.

Sin embargo, no sabía si sorprenderse o no de lo que la nube había logrado hacer en la azote de Nami-chū.

—Eres un adicto a la escuela —fue lo primero que alcanzó a decir—. No entiendo porque te gusta tanto, la verdad.

El azabache rodó los ojos tomando su mano y llevándole medio arrastrado hacia la improvisada mesa que Kusakabe había colocado en medio del lugar.

Tendría que hablar con él y Adelheid, no se podía ser tan cursi por Dios.

La mesa era rodeada por pétalos de rosa –que él no limpiaría, pero esperaba no ver allí en unas horas–, y pequeñas lámparas que iluminaban la oscura noche.

Sobre ella habían dos copas –aunque no iban a beber alcohol porque eran menores de edad y Tsuna borracho daba más miedo que enojado–, sin contar con los cubiertos y una cena francesa servida.

Aquello era rarísimo para ambos, no eran muy dados al romance pero una vez al año no hace daño, ¿no?

Aunque hacía dudar a Tsuna sobre la cereza que había preparado para aquel pastel.

—No es que esté obsesionado —bufo cuando estuvieron sentados—. Es que este es el lugar más pacífico de toda Namimori...

La mirada escéptica que Sawada le dedicó le hizo rodar los ojos.

—¿En serio?

30 días de infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora