Capítulo 12

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Era la tarde del partido. Y yo me sentía como una auténtica mierda.

Me había pasado toda la noche del día anterior, y la mañana de este, deambulando como una poseída por la casa. Digamos... que me volví un poco loca. Busqué en internet a la familia Kools como veinte veces, y todas me salía lo mismo:

"Mujer casada y con un hijo se suicida. La señora Elisabeth Kools, mujer del exitoso abogado, David Kools, se quita la vida meses después de que se le diagnosticara depresión crónica."

¿Cómo no me había enterado? Mi padre tenía que saberlo... pero no me dijo nada. Aunque claro, tampoco es que tuviese mucho tiempo para hablar conmigo.

Y Carter... Dios, la había cagado con él. No... no lo entendía ¿Cómo era posible que hubiese sufrido tanto, tan solo unos cuantos meses después de que me fuera? Supongo que fue el Karma. Es verdad que era un capullo, pero me había pasado, y mucho. Estuve todo el día con una morriña del quince, y sintiéndome muy mal. Tenía que disculparme. ¿Iba a venir al partido? Me dijo que sí, pero... no me garantizó que fuese a hablar conmigo.

Que quede muy claro: seguía viéndolo como antes. Simplemente, sentía la necesidad de redimirme por haberlo tratado de esa manera. Sólo eso. Carter no había cambiado casi nada, si lo hubiera hecho, ¿Por qué se habría acercado al grupo de populares el aquel día?

No sentía pena ni compasión por él.

Para nada.

Dios, ¿De verdad mentía tan mal?

***

Me miré en el espejo del baño de la escuela por enésima vez. Lo que vi me seguía resultando extraño; Llevaba puesto el uniforme de las animadoras, la camiseta era de barriga, decorada con la mascota oficial (una pantera negra) y pintada de verde y rojo. ¿De verdad? ¿Verde y rojo? ¿No podía ir vestida con algo que me recordara menos a Carter? Parece que no. Suspiré.

La falda era extremadamente corta, y sabía que a la mínima que me moviera se me vería medio culo. Las chicas la habían comprado pequeña, estaba convencida. Suspiré de nuevo y me apreté la cola de caballo. Le sonreí al espejo e incliné la cabeza, adoptando una postura coqueta.

Solo vi una cosa.

Una máscara, una máscara de diamante que ocultaba algo vacío y roto. Feo, triste, una cara que la gente no querría conocer. Sonreír era lo que más me costaba, lo que más practiqué al llegar, y lo que seguía entrenando cada día. Es increíble lo difícil que es componer una sonrisa, como te duelen los labios y las mejillas, como te tiemblan. ¿Nunca habéis intentado sonreír durante mucho rato? ¿Nunca habéis tenido que sonreír durante mucho rato? Supongo que no, pero ese no es el tema.

El partido estaba a punto de empezar.

Mis amigas me estarían buscando.

Mierda.

Tras un último vistazo a mi reflejo, salí del baño corriendo y me reuní con el resto de animadoras, que agitaban sus pompones animadamente. Odiaba los pompones, me parecía ridículo agitar bolas de pelo gigantes en el aire.

El ruido de las gradas me abrumó por completo, estaban llenas de gente que animaba a pesar de no haber siquiera empezado. El campo era extremadamente grande, y dos... ¿Porterías? (Se me daba de pena el futbol...) delimitaban los extremos. Cuatro focos se elevaban en el oscuro cielo nocturno como centinelas, iluminando al estudiante disfrazado de pantera que entretenía al público.

Busqué una cabeza roja entre el gentío, pero sorprendentemente había más de una, y me pregunté si su familia también habría venido... Oh, mierda. Estaba segura de que sus padres no tendrían alzheimer.

Máscara de diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora