Esperanza en Nankín

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Para concurso: Carrot Crew Awards

Akemi siempre se sintió orgulloso cuando lo nombraron Sargento Primero. Un sentimiento que fue en aumento al lograr la invasión de Nankín.

Ver al ejército chino escabullirse como ratas para salvar sus asquerosos cuellos fue algo que aún lo llenaba de diversión.

Caminó entre las calles del mencionado lugar admirando el paisaje mientras notaba aquellos ojos llenos de miedo entre los chinos que se llegó a encontrar. Ese temor que expresaban lo hacía sentirse un dios.

Tener el poder de la vida y la muerte no era algo de lo que cualquier mortal se podía jactar, sin embargo, tan solo con una señal de sus dedos podía otorgar o arrebatar.

¡Vaya que era bueno en lo que hacía!

A lo lejos pudo escuchar gemidos y clamores de misericordia, estaban comenzando a limpiar el lugar, a eliminar esas asquerosas ratas.

Giró en una esquina y encontró a varios soldados formando mujeres en una pared, las veían con diversión y lascivia.

Akemi giró y les dio la espalda; se sentía asqueado por aquellos que dejaban que sus bajos instintos los dominaran. Años en la guerra sin una fémina que los complaciera podía convertir hasta al más serio de los generales en una bestia.

Y aunque la situación le incomodaba, no haría algo para detenerlos, los soldados de vez en cuando necesitaban esa descarga de adrenalina para mantenerse cuerdos.

Caminó en dirección al río Yangtse. Con la huida del ejército chino debían esperar nuevas órdenes, aunque estaba seguro que éstas incluirían buscar y aniquilar a aquellos que quedaron atrás.

Esperaba que no tuvieran que permanecer mucho ahí.

De pronto, una pequeña de cabello negro pasó corriendo; su vestido estaba rasgado y sucio, se encontraba descalza y huía como si la misma muerte estuviera detrás de ella.

La observó meterse en un callejón,  para luego notar con molestia, a dos soldados japoneses siguiéndola con enormes sonrisas.

Akemi frunció el ceño y caminó en la misma dirección. Sus pasos y su corazón resonaban en sus oídos.

Al llegar al lugar vio a la pequeña arrodillada junto a una pared suplicando a los soldados que la dejaran en paz, sus lágrimas corrían con libertad sobre sus mejillas.

Los hombres reían y se hacían ademanes para que el otro iniciara. Akemi se llenó de furia, una cosa era complacer sus deseos carnales con jovencitas... Pero, ¿con una niña?

—¡Ey! —exclamó en voz alta, ambos hombres voltearon y lo vieron con sorpresa—. Deberían estar buscando soldados, no niñas —les recordó.

Los soldados intercambiaron miradas antes de ver de nuevo a la pequeña que temblaba frente a ellos.

—Se nos dijo que podríamos tomar y hacer como quisiéramos —alegó uno de ellos.

Akemi apretó sus manos haciéndolas puños, sí, esa era la recompensa.

—Y yo les estoy ordenando cumplir con su trabajo, si quieren revolcarse con escoria china lo harán en su tiempo libre.

Los hombres lo vieron con molestia, pero ambos hicieron una ligera reverencia y se fueron a cumplir con las órdenes.

Akemi los vio alejarse con asco, habiendo tantas mujeres chinas habían optado por meterse con una niña.

Sacudió la cabeza y miró a la pequeña, seguía arrodillada y veía al suelo, su pequeño cuerpo temblaba por las lágrimas y el miedo.

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