Para actividad: #HazTuyaLaHistoria
Miré hacia arriba con asombro, el cielo se veía rojo debajo de esa ligera capa de humo gris que empezaba a inundar la atmósfera.
Escuchaba a mi alrededor gritos de guerra y uno que otro gemido de dolor.
Me agaché cuando escuché un rugido, puse mis manos sobre mi cabeza tratando de protegerla, la tierra bajo mi cuerpo era húmeda, fría y resbalosa.
Escuché un grito a mi izquierda, uno de mis compañeros fue alcanzado por la gran pezuña de la bestia.
A cualquier lado donde volteara podía ver gente muerta, fuego y destrucción; era una escena terrible, los gemidos y gritos inundaban mis oídos.
Giré boca arriba alistando mi arma, pero la gran bestia voló hacia arriba y se escondió entre la espesa nube de humo.
Me levanté con dificultad y corrí hacia mi caído compañero, sangre brotaba de su pecho como si de una fuente se tratara.
No sabía qué hacer, no tenía nada con que detener tan terrible hemorragia, abrí su camisa y vi con asombro tres profundas rasgaduras en su piel, hasta podía ver algo como hueso.
—Mátame —me pidió entre jadeos.
Me levanté y lo miré con pesadez, saqué una daga de mi costado y la enterré en su corazón, sus ojos se hicieron grandes antes de soltar un último suspiro.
No era algo nuevo, la mayoría prefería morir al instante que pasar horas de agonía.
Se escuchó de nuevo el rugido, volteé rápidamente hacia el bosque a mi izquierda, algunos árboles estaban en llamas, ellos estaban sirviendo para aumentar la incertidumbre, pues ocultaban perfectamente bien a la bestia.
Un intenso fuego salió del lugar, quemando todo a su paso, gritos resonaron en mis oídos mientras veía con impotencia a mis compañeros ser consumidos por el.
—¡Retirada! —el único superior que quedaba gritó levantando su espada.
Todos comenzaron a correr, algunos resbalaban por el lodo, pero todos trataron de huir de la escena.
Miré a mi derecha, el antes magnífico castillo ahora no era más que ruinas envueltas en humo y llamas.
El suelo vibró bajo mis pies, troncos se escuchaban ser quebrados y tirados, entonces la bestia asomó su cabeza entre los pocos árboles que aún permanecían de pie.
Era morada, llena de escamas con unos cuernos que completaban la teoría de que el animal había salido de las entrañas del mismo infierno.
En su largo hocico se podían ver unos dientes filosos, pero eso no era lo peligroso de aquella bestia, era lo que salía del mismo lugar.
Soltó otro rugido y de nuevo dejó salir fuego, incendiando las casas que hasta hace unas horas, habían rodeado el castillo del benévolo rey.
Corrí hacia el lugar, me era difícil por el lodo, levanté mi arma y una flecha logró llegar a su objetivo, que era la pierna de aquel majestuoso y terrible animal.
Corrí cuando la bestia giró soltando un horrible sonido de dolor, no me imaginé que una pequeña flecha le pudiera causar tal agonía.
—¡Al corazón, hay que darle al corazón! —uno de los pocos sobrevivientes me gritó.
Era más fácil pedirlo que hacerlo, pues para lograr tal hazaña debía meterme debajo de la bestia y esperar que la misma no me aplastara con sus grandes patas.
Corrí entre casas incendiadas, evitando que la bestia me pudiera encontrar, me detuve en la pared de una de ellas y esperé.
Todo se puso muy silencioso, era algo perturbador, solo podía escuchar las llamas consumir lo que estaba a mi alrededor.
Y lo escuché, el fuerte aleteo de la bestia pasando por arriba de mi, volteé con mi arco apuntado hacia el cielo.
Su color ocasionaba que de pronto se perdiera entre el cielo rojizo, pero logre apuntar a lo que suponía era la cavidad de su corazón.
El animal aleteó con fuerza y se dejó ir sobre mí, solté una, dos, tres flechas al mismo lugar.
La bestia soltó un estruendoso rugido y se irguió de manera que pude ver que mis flechas habían alcanzado su objetivo.
Vi con asombro como el majestuoso animal dejó escapar una última bocanada de fuego antes de empezar a caer.
—Corran —una voz gritó a mi derecha, la poca gente que había sobrevivido el ataque comenzó a correr de manera desesperada.
Pero yo me mantuve en mi lugar, esperando a que la bestia tocara tierra.
El lugar retumbó y un gran estruendo se escuchó, después de eso el silencio reinó.
Caminé con precaución a donde la bestia yacía, su cuerpo tan grande como el castillo que el fuego consumió, sus ojos tan rojos como el cielo que invadió.
Y su piel de un color tan hermoso que era increíble pensar que de ahí solo salió dolor y destrucción.
Sus ojos se fijaron en mí; cazador y presa se miraron por última vez.
Años persiguiendo al último dragón han llegado a su fin.