Cuatro

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Annabeth a penas era capaz de recordar la última vez que había comido algo tan delicioso. Desde langostas de medio metro hasta las más jugosas de las frutas mediterraneas abundaban en la mesa. No se sentía mal por Berta, no después de la charla con la señorita Helen.

Cuando ella era una niña había estado en su misma situación, atrapada en un hogar en el que no se la permitía ser. Hasta el día en que las estrellas se alinearon para guiarla. 'Algunas personas no están hechas para estar en un solo lugar', le había explicado la noche anterior, 'Y tú, Annabeth, tienes la magia en ti, y el deber de enseñársela al mundo entero. De enseñarle a todos esos pobres infelices a creer'.

Ella, Annabeth Stan, tenía magia. Desde niña siempre lo había sentido así, pero nunca le había comentado nada a su madre, por temor a incumplir los deseos de ésta.
Algunas noches, cuando Annabeth no pasaba de los ocho años de edad, su madre entraba en su habitación creyendo que su pequeña estaba dormida. 'Que no sea una bruja, que nunca se convierta en una', suplicaba mientras le acariciaba la cabeza con ternura.
Y ella, como buena hija, callaba la magia que se encontraba en su interior.

Pero ahora ya no tenía porqué ocultarlo. Había dejado de tener que hacerlo en cuanto las estrellas la llevaron hasta allí, hasta su nueva casa. 'La magia es algo hermoso', eran las palabras que su nueva familia le decía.

Pide un deseo, AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora