Josep Sertbauth era un niño inteligente, obediente y tenaz. Sus profesores le elogiaban constantemente por su actitud decidida y buenos modales, y sus tías se desvivían por apretujarle los mofletes cuando por la boca dejaba salir alguna palabra de esas que aprendía en sus libros nuevos. Era el corazón entero de su madre y las esperanzas de su padre. Era alguien bueno, y algún día iba a ser alguien grande, alguien importante que aportase algo bueno al mundo.
Pero sobre todas esas cosas, Josep era magia. Era polvo en espera de renacer como estrella. Era de otro mundo, como a menudo decían quienes le conocían. Y un día, exactamente seis primaveras antes del accidente, había desaparecido. Por entonces él también había sido conocido como "el niño del accidente", hasta el día en que volvió sólo para anunciar a sus padres que se tenía que marchar, y esta vez con permanencia. No hubo reproches ni intentos desesperados por impedir su ida. En lugar de ello hubo muchas palabras bonitas, flores y una misa de por medio. A estas las acompañaron lágrimas y lamentos, pero sobretodo paz. Paz porque Josep volvía a ser el niño que su madre siempre había guardado consigo, volvía a ser recordado como un ser noble y bueno y no como alguien débil que era visto casi como un bien tácito de Phewk's River Town, como un nombre en boca de todos.
Cuando Adeline llamó a la puerta de Berta Stan un soleado día de noviembre nadie abrió. No se escucharon voces, ni pasos ni sonidos de platos chocando. Nada. Pronto lo tuvo claro; aquella mujer había huido. Sintió la sangre correr en sus venas con un toque distinto, casi rabioso, y el acelerado palpitar de su corazón. ¿Cómo podía? ¿Cómo era posible que alguien tuviese tan poca alma y coraje como para olvidarse de su propia hija? El párpado derecho se le cerró por la mitad, víctima de un tic nervioso. Ella había esperado a Josep cinco años antes de su vuelta. Cinco años que habían parecido tres vidas juntas y el proceso de una cuarta reencarnación. Había tenido que pasar noches oscuras y frías llorando en silencio, agarrada a una camiseta de su hijo y rezando porque volviese. Su vida había sido lo más parecido al infierno al que alguien vivo se puede enfrentar.
Estaba enfadada por muchas cosas, por su sufrimiento contrastado con la pasividad de su vecina, por no haber llegado a entender jamás porque su hijo hizo lo que hizo y porqué ella no pudo más que perdonarle y seguir amándolo. Le hervía el cuerpo entero de tener que soportar lo mismo que otros dejaban atrás sin más, mientras que ella no podía hacer más que aguantar.
Berta era una cobarde, y la cobardía era pecado a ojos de Adeline. No serviría con echarle agua bendita y decir cuatro palabrejas para arrancarle un mal como aquél de encima. Pero fuese como fuese, ella se iba a encargar poco a poco de quitar el mal de entre aquellas calles. Ella era la indicada para acabar con todos los demonios de Phewk's River Town, ella era la elegida para combatir aquella epidemia de pecadores.
Y así iba a hacerlo.
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Pide un deseo, Annabeth
Short StoryLa familia, el pasado y el presente son tres ejes que se entrelazan entre sí. Annabeth Stan a sus catorce años de edad solo conoce el presente. Pero sabe que hubo un pasado: uno con un padre que se marchó y una abuela de largos cabellos. Sabe que su...