Nueve

22 5 0
                                    

Elaísa Fernández llevaba semanas sufriendo pesadillas y parálisis del sueño en las noches. Desde que había sucedido el incidente, tal y como ella lo llamaba en su cabeza, su estado del sueño se había visto alterado de forma drástica. No había conocido a su nieta, nunca personalmente, y suponía que su ex nuera tampoco le habría contado a la niña mucho sobre ella, si es que tan siquiera alguna vez la había mencionado. Pero ella sí estaba al tanto de que después de lo de su hijo, que en paz descanse, Berta no se había movido del pueblo. Nunca entendió su repentino cambio de comportamiento hacia ella, y tampoco insistió nunca en saberlo. Había perdido a un hijo y estaba de luto por ello.

Annabeth no había nacido por entonces, así que la anciana decidió mantener las distancias al menos hasta que se acercara la fecha del parto. Y luego, nada, Berta se había vuelto como una loca cuando fue a visitarla aquella tarde lluviosa de octubre, dos meses antes del nacimiento de la pequeña. Le había dicho que no la quería cerca, que su hijo era lo peor de este mundo y que quería mantener las distancias. Le dijo que era una bruja y que al final su hijo había resultado ser igual que ella.

Aquel día sin duda la marcó. De alguna forma todas aquellas sandeces la marcaron psicológicamente y de forma permanente. Pero no desistió, era la hija de su hijo de quien estaban hablando, y ella no iba a renunciar a su nieta por los morros. Volvió un mes después solo para obtener la misma respuesta. Y al siguiente mes igual. Cuando nació Annabeth nada cambió, seguía en pie el mismo comportamiento hostil de siempre, a pesar de que los padres de Berta viviesen lejos y no la pudieran ayudar con el bebé. Poco le importó a la señora Stan, que había bautizado a su hija con su apellido de soltera.

Lo había intentado, y tanto que había intentado mantener el contacto con su nieta. Pero se cansó, asumió que Berta jamás la iba a incluir en la crianza de la pequeña y poco se equivocó. Sin embargo Elaísa había sabido de la niña gracias al tamaño casi ridículo del pueblo. Cuando Annabeth empezó a ir al colegio, Elaísa se aseguró de pasar cada mañana por allí para poder verla. Se sentaba en un banco que había justo delante de la valla que restringía el centro escolar y esperaba a que los niños saliesen al recreo. Entonces la veía, con esos cabellos rojos y esos ojos tan vivos y parecidos a los de su hijo que a veces incluso le hacían creer vivo. Otras veces, cambiaba el recorrido hacia casa solo para topársela al salir del teatro o del cine. No quería admitirlo, porque sonaba muy mal aquello, pero a veces la había perseguido. De forma sutil, claro, de un modo que su presencia fuese imperceptible, pero lo había hecho. No se sentía mal por ello, después de todo era su abuela y no iba a hacerle ningún daño. Quería lo mejor para ella, del mismo modo en que lo había querido para su hijo.

Así que cuando Berta Stan la apuntó a la cara con un cuchillo de carnicero, supo de inmediato que algo muy malo había pasado, y que ese algo tenía que ver con su nieta.

Luego se había enterado, como todos en el pueblo lo hicieron, y notó cómo el alma se le descomponía por segunda vez en su vida.




✈✈✈
¡Hola! Espero que te esté gustando❤ Recuerda darle a la estrellita si realmente es así ❣

Pide un deseo, AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora