El otoño avanzaba rápido y el clima era cada vez más frío en la casa. Así era como llamaban a aquello, la casa. Estaban todos reunidos en el descampado del bosque, treinta y dos aprendices de mago en total, sin supervisores, pues aquello era su casa, y ellos eran como hermanos. Y bien se sabe que nadie necesita un supervisor para andar por su propia casa. Annabeth fue quien encendió la hoguera haciendo uso de sus energías, cada vez más notorias y potentes. No había pasado desapercibida como una aprendiz más, había algo en ella que todos habían notado, algo diferente, una magia con mayor vibración que la de los demás. No era el centro de atención ni mucho menos, en la casa no creían que nadie fuese superior a los demás, y menos que mereciese mayor atención fuese por el motivo que fuese. Simplemente tenía algo, un halo un tanto distinto y que Tyton había descrito como especial.
Miró a Tyton a través de las llamas. Estaba sentado al lado de Noah y Clay y reía con despreocupación por algo que éstos decían. No pudo evitar sonreír ella también, le gustaba verle feliz, con esa inocente despreocupación que habitaba en él. En cierto modo, era feliz si él lo era. El pelinegro pareció notar su mirada, porque de pronto alzó la vista y sus ojos quedaron sellados en los de ella. Se observaron durante largos segundos, sin apartar ninguno de los dos la mirada, como si ambos intentasen descifrarse mutuamente o a ellos mismos a través del otro. Y había algo en ambas miradas, algo fuerte, una especie de atracción magnética y casi hipnótica. Sonrieron al mismo tiempo, y después Annabeth apartó la mirada, notando de pronto cómo el calor que desprendía la hoguera se hacía más persistente. O tal vez eran solo sus mejillas las que desprendían calor.
Se había vuelto adicta a él. A esa adrenalina que sentía cada vez que sus miradas chocaban, al modo en que su corazón se aceleraba si él estaba cerca, a las sonrisas que se veía forzada a reprimir con cada cosa que él dijese. Ella, que había crecido bajo la agobiante sobreprotección de su madre, notaba libertad por primera vez en su vida. Sentía que era libre de sentir lo que quisiera con quien quisiera sin sentirse mal, sin miedo a reproches o charlas vergonzosas. Se sentía libre y fuerte y valiente. Se sentía bien consigo misma, con sus decisiones y nuevos pensamientos. Porque sí, notaba que su modo de ver algunas cosas estaba cambiando, y esa nueva faceta suya le gustaba más que la anterior. Se estaba descubriendo, y estaba encantada con las piezas que iba encontrando.
Volvió a dirigir sus ojos a través de las llamas para empezar una nueva guerra de miradas, pero se decepcionó al no encontrar al chico donde instantes antes había estado. De alguna forma sintió tristeza, y eso la sorprendió aún más. ¿Tristeza por qué? ¿Qué le estaba pasando? Si era feliz, era feliz con su nueva vida, con aquella libertad y... ¿En medio de tanta felicidad era posible sentir tristeza? Pero sus pensamientos de autocompasión cesaron cuando alguien le tocó la espalda: '¿Me acompañas a un sitio?'
Fue cuando descubrió que era incapaz de negar nada a aquellos ojos.

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Pide un deseo, Annabeth
Short StoryLa familia, el pasado y el presente son tres ejes que se entrelazan entre sí. Annabeth Stan a sus catorce años de edad solo conoce el presente. Pero sabe que hubo un pasado: uno con un padre que se marchó y una abuela de largos cabellos. Sabe que su...