—Mata a alguien, te sentirás mejor.
Esa voz áspera era insistente, imperativa y obstinada. Con solo veinte años, estaba más asustado de lo que había estado en su corta y hasta entonces relativamente monótona vida. Cada sonido, cada sensación parecía indicarle algo más aterrador y amenazador. Hasta el sonido de su respiración trabajosa parecía resonar en la vacía casa.
Entonces, un rostro que mostraba una amplia sonrisa apareció sobre él.
—Supongo que no será posible —volvió a hablar. Su comentario no poseía una connotación burlona ni sarcástica. Era solo una observación clara que él conocía y entendía bien, y tenía razón, no iba a ser posible, al menos no en su condición actual.
—Duele —gimió Leon, adolorido.
Mantenía la mirada sobre un punto muerto en el techo. Estaba acostado en el suelo, sintiendo la gelidez de la cerámica en su cuerpo, reconfortando su malestar a unos grados. De vez en cuando, él posaba la mirada sobre el rostro marchito de su acompañante. Mientras lo hacía, siempre se pregunta lo mismo:
¿Luzco tan miserable? ¿Así de demacrado me veo?
Nada había cambiado. Leon apretó los ojos e intentó ignorar el dolor que calaba desde sus entrañas. El dolor no solo parecía real, se sentía real. Quizá había sido demasiado ingenuo y realmente estaba sucediendo aquello. El sufrimiento era real, tan intenso y molesto, tan placentero e inmerecido.
Del mismo modo, quería seguir buscando, deseaba encontrar qué partes de la realidad podía distinguirse entre el caos de su mente y de su entorno; podía ser real, pero podría ser falso también.
Después de todo, no se podía confiar en su totalidad en la mente de quien apenas conseguía distinguir la realidad de los hechos. De sus propios hechos.
Todo resultaba tan poco creíble. El asunto se resumía en un tal vez, pero jamás en la seguridad que ofrecía una afirmación; e incluso, ese instante podría tratarse de una aterradora pesadilla, no sería extraño, él lo tenía todo el tiempo. Era normal... tal vez. De nuevo, ese tal vez volvía a inmiscuirse en sus pensamientos.
No lo sabía, él no conseguía entender nada. ¿Qué era real? ¿Era real lo que estaba viviendo o solo era algo más que debía ignorar? ¿Qué estaba viviendo y sintiendo?
Sin embargo, algo estaba claro.
—Quiero salir —dijo con la voz apenas perceptible. Sus palabras eran suplicantes, cargados de emociones dolorosas. Con la mirada entristecida, Leon prosiguió—: ¿Has tenido la sensación de querer hacer algo y no poder? ¿No te han picado las manos por desear algo con intensidad? ¿Nunca te has sentido asfixiado al privarte de experimentar tu mayor placer?
—En verdad estás mal, Leon. —Escuchó que le decían, no era reproche ni angustia, se trataba de una afirmación cariñosa y gentil.
— ¿Y tú? ¿No lo estás?
Ante esa extraña escena y esa rara emoción instalándose en su corazón, le pareció que algo iba terriblemente mal. Algo faltaba y algo comenzaba a sentir. ¿Acaso era tristeza? ¿Soledad? ¿Arrepentimiento? ¿Desconsuelo? ¿Qué era?
Sus emociones no se definían con exactitud. Ante el colapso de sentimientos a su alrededor, sintió que se burlaban de él en silencio, como si le susurraran al oído cuán miserable y solo había estado por mucho tiempo. Su propia consternación hacía de su entorno un sitio gris y vacío, que poco a poco se perdía en el espacio, como si todo se redujera a una posible causa.
Leon había olvidado muchas cosas, perdió partes importantes de su memoria; sin embargo, con el pecho inflado y una sonrisa en el rostro le gustaba admitir que en su cuerpo y en su corazón tenía tallado a las mujeres.
Oh, las bellas mujeres...
Todo lo hermoso en el mundo permanecía en las mujeres. Ellas eran preciosas, delicadas, elegantes y esbeltas. Cualquiera que no lo fuera... eran simples flores que necesitaban convertirse en bellas rosas rojas.
Recordarlas era uno de los mejores placeres de Leon. No podía olvidar algo tan exquisito como el acto de repasar la piel suave de una fémina, recorrer las curvas de su cuerpo... sentir su respiración agitada, oler el delicioso aroma de su piel, escuchar sus gemidos...
A las mujeres les gustaban las caricias suaves y las palabras bonitas, y Leon encontraba fascinante encantarlas con las cosas que a ellas gozaban escuchar; porque al final, sus conquistas encontraban justo y merecedor compensar a Leon por sus buenas acciones: por ser un niño bueno.
¡Qué simples eran las mujeres!
¡Qué fácil era manipularlas!
A Leon le gustaba colocarse detrás de las mujeres, trenzarlas, tocarles el cuello con movimientos suaves en zonas sensibles, susurrarles palabras... Leon les cantaba al oído las cosas que podría hacerles. Prometía ser delicado y gentil, él se aseguraba de decir que ambos lo disfrutarían.
Oh, sí.
Pero él no entendía por qué ellas acababan llorando y suplicando que no siguiera... que ellas no esperaban eso precisamente.
¿Por qué será?
Leon nunca pensó en otra cosa.
Leon sonrió. ¿Cómo iba a olvidar todo eso? Cada recuerdo con las mujeres era preciado para él. Realmente las adoraba.
—¿Qué tan dañado estamos? —le preguntaron de pronto.
Su momento de placer instantáneo se vio interrumpido por esa pregunta. No pudo responder a causa del malestar que lo hacía retorcerse en el suelo.
—¿Quién está más dañado? —prosiguió esa misma voz sin verse afectado por su sufrimiento—. ¿Serás tú porque me dejaste solo o yo porque permití que me dejaras?"
"¿Quién?" se cuestionó a sí mismo ante esas interrogaciones. Él jamás había pensado en ello hasta ahora. Esbozó una sonrisa que terminó en una mueca de dolor.
Antes de caer inconsciente, tres preguntas finales dejaron a Leon fascinado:
—¿Quién gana en tu juego, Leon? ¿El que muere o el que vive? ¿El que tiñe todo de carmesí o el que es teñido de sangre?
Otra vez, el silencio se hizo presente. Un velo invisible se cernió sobre ese momento para engullir todo a su paso.
Esta es la introducción, lo que pasa aquí tendrá sentido más adelante.
¿Les comienza a gustar la historia?
Me disculpo por adelante por los errores que encontrarán a lo largo del desarrollo de la historia.
Gracias por leerme <3
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Juego carmesí
Mystery / ThrillerLeon se siente atraído por las mujeres que visten de rojo. Es un asesino sádico. Un demente que maquilla a sus víctimas y les pinta los labios de carmesí. ...