31. Astuto mentiroso

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Saliendo del entierro de su hermana, el inspector Maldonado decidió pasar a la estación para ver a Leon. No sabía la razón exacta o ese impulso irrefrenable de hablar con Leon, no podía ignorar el extraño sentimiento de mantener a ese chico bajo su constante escrutinio. Sentía que si lo descuidaba un rato, algo realmente grande podía suceder. Esa sensación angustiante no debía ser ignorada.

Cuando el inspector entró a la celda que ocupaba Leon sintió que sus peores temores se cumplieron bajo la nariz. El miedo ascendió por su espalda baja, haciéndolo temblar sin razón aparente.

La escena que tenía a unos pasos era escalofriante.

El rostro tranquilo de Leon al ver el líquido que salía de sus muñecas era muy perturbador. Leon tenía las manos en sus piernas, con la mirada perdida en ese charco de sangre, casi se le veía sonreír y gozar una situación placentera. Ignoraba al mundo, andaba absorto en el dolor delicioso que apretaba y agitaba su corazón de placer.

En todo este tiempo de confinamiento, Leon jamás tuvo una expresión tan sincera como la de ahora. Leon disfrutaba de su propio dolor y la sangre que no dejaba de borbotear con lentitud de sus manos.

—¿Qué fue lo que sucedió? —Entró el inspector en la oscura y húmeda celda con su traje negro de luto arrugado. Se había aflojado la corbata de camino a la estación, por lo que se veía un poco desaliñado.

Al ver el charco de sangre disperso en el suelo, el inspector se alarmó de inmediato. Leon no morirá, ¿cierto? ¿Cuánto llevaba sangrando? ¿Por qué nadie lo mantenía vigilando?

—¡Llamen a una ambulancia! —vociferó, llamando la atención de los guardias de turno al otro lado de la habitación.

—¿Por qué? —preguntó Leon sin comprender.

La celda que no había sido abierta chirriaron ante el movimiento repentino.

—¿Por qué hiciste eso? ¿Qué tienes en la mente?

—Solo es un rasguño pequeño, ¿por qué tanto alboroto? —Leon apenas hizo un gesto vago con la mano derecha, restando importancia al asunto.

—Resiste, eh, tienes que vivir.

¿Vivir?

¿Eso tenía sentido? Leon quería burlarse. ¿Por qué ese oficial lucía tan preocupado?

—¿Son los inspectores tan devotos a sus trabajos? —preguntó él—. ¿No fue hoy el funeral de tu hermana?

—Quería hablar contigo.

—¿Conmigo?

Leon sonrió. Eso era curioso, raras veces las personas querían hacerlo.

—¿Quieres morir? —inquirió el inspector para su sorpresa.

—¿Puede pasar algo como eso por esto? —Leon miró el charco de sangre bajo sus pies, que empapaba su ropa—. Es un simple corte horizontal en las muñecas, si quisiera morir, habría pensando de otro modo.

Leon respondió con naturalidad, seguía sin darle demasiada importancia al suceso, porque él sabía perfectamente que él no planeaba morir en un lugar tan miserable como en una celda apestosa.

Leon elegiría como morir, dónde y cuándo hacerlo. Él se había encargado de darle muertes dignas a otras personas, por supuesto que él también debería tener una.

—No moriré —agregó.

El inspector Maldonado sacó el único pañuelos que cargaba en el bolsillo del traje para apretar sobre la herida abierta y detener la hemorragia; ante esa acción, Leon arrugó el rostro y su mirada calmada de repente se volvió aguda, fría y tan feroces que parecían capaces de perforar el concreto.

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