33. Inhumanos

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Leon despertó y abrió los ojos con cansancio.

La habitación blanca junto con las luces encendidas le hicieron contraer el semblante. La luz de la habitación era fuerte y le irritó los ojos, e intentó llevar la mano para frotarlos, fue ahí donde notó que llevaba unas vendas sobre la herida que había hecho él mismo.

Antes de analizar lo que había pasado, una voz femenina lo distrajo.

—Hola —dijo una enfermera.

Leon mostró una expresión de disgusto. ¿No podrían haberle asignado a una enfermera más linda?

Estaba indignado. La cara de esa mujer era rechoncha y de estatura baja, con pecas en sus pómulos. Bueno, si lo analizaba bien, se ajustaba a los gustos de Leo, ¿cierto? ¿Podría ser qué...?

Leon sonrió. Al menos ella tenía un bonito color de cabello rojo y unos ojos verdes preciosos.

—¿Le gustaría dar un paseo? —sugirió ella—. Es parte del tratamiento.

Luego, esa enfermera se inclinó brevemente cerca de su oreja con disimulo.

"Es para estimular la circulación, eh"

Leon sonrió.

—No hay que desobedecer las órdenes de los doctores —respondió él.

Al mover las manos, sintió un leve desgarro en esa zona a causa de las suturas bajo las vendas. Realmente no era una herida grave, ¿por qué habían hecho un alboroto? Apenas se trataba de una molestia simple, el piquete de un mosquito le era más preocupante que esa herida en la muñeca; pero el dolor que le propició le era exquisito que podría retorcerse de placer en el suelo.

¿Así sentían las personas que había asesinado?

Leon de pronto sintió envidia. Había mandado a muchas personas al otro lado con semejante sensación placentera y él no lo sabía. Entonces si él moría, ¿sería así de maravilloso?

Sintió que su entrepierna se apretaba de manera repentina. Se sentía ansioso, con el corazón agitado y desbordando de un sentimientos curiosos que no había sentido desde hacia mucho tiempo.

Por fin podía sentirse vivo una vez más.

Leon quería que ese sentimiento fuera más duradero, no deseaba que se acabara ni se le escapara como había estado pasando en los últimos años.

Estaba excitado emocional y físicamente.

Quería ver sangre.

Oh, sangre. No la de otra persona, su propia sangre.

Sus piernas tambalearon cuando se bajó de la camilla, ¿era por la emoción? Seguro que sí.

Leon cada vez más se volvía ansioso, necesitaba algo con qué calmar su agitado corazón y retrasar ese sentimiento delicioso que inundaba su corazón.

—¿A dónde debemos ir?

—Hay un ascensor que conduce al sótano. —Ella hizo una breve pausa, pensando en las posibilidades—. Estoy pensando en un método de cómo distraer a los oficiales.

—Deja que vengan con nosotros.

Ella se mostró insegura.

—¿Si? ¿Eso está bien?

—Por supuesto.

Leon sonreía, eso presagiaba situaciones catastróficas.

—Por cierto, ¿la persona que te mandó está cerca? —preguntó Leon.

Juego carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora