A Leon le propiciaron un fuerte golpe en la cabeza.
Malhumorado, se giró para ver a su agresiva compañera con un cuaderno levantado al aire, dispuesta a golpearlo de nuevo.
―¿Por qué tan agresiva? ―inquirió él, disgustado.
―Creí haber sido muy clara cuando te dije que tú harías el cartel para la exposición.
―Y ya te dije que olvidé hacerla.
Estaban en la clase de laboratorio de biología, a solo unos minutos de iniciar la exposición del que hablaba su chillante compañera.
―Déjalo, Majo ―intervino otra joven, de apariencia descuidada―. No tiene caso discutir con un necio.
Aquellas palabras estaban cargadas de fastidio, odio; Leon solo pudo reír ante la escena, actuando despreocupado. Con un gesto de la mano, despidió a sus compañeras con arrogancia. Y de nuevo, como ya era de costumbre, la sensación sofocante volvía a sorprenderlo de la peor manera. Se había tomado las pastillas en la mañana, pero el efecto parecía durar solo unas horas, la ansiedad volvía a arrematar en su pecho.
Había algo distinto.
Leon tenía la impresión de que las cosas no podían seguir así. La obligación a la cual debía responder estaba perdiendo claridad cada vez más y más. Solo poseía los sentimientos de incertidumbre y el deseo de darle un giro a su vida.
Mientras más meditaba sobre sus acciones, se veía a sí mismo como el demente que todos despreciaban. Tal vez un cambio de carrera le permitiría encontrar ese algo que tanto anhelaba. La ansiedad lo atacaba en el momento menos esperado, desgarrándolo por dentro. Su mente incitaba a su cuerpo a hacer barbaridades indeseadas, bueno, quizá no tan indeseadas, tal vez anheladas.
Acudir a la universidad no saciaba nada, porque el aburrimiento comenzaba a aumentar a cada segundo. Sus deseos por graduarse se perdían, tanto que las clases se volvían monótonas para él. El gran interés por convertirse en un médico se veía limitado, una tarea exhaustiva y sin sentido. Los cursos no representaban dificultad, ni parecía ser un obstáculo para pasar el año.
En algunas ocasiones, envidiaba a sus compañeros por esforzarse, por luchar y mantener esa necesidad de conseguir sueños difíciles. Leon había perdido muchas cosas, como sus propias aspiraciones.
Pocos minutos después de la pequeña discusión con una de sus compañeras, se había encaminado hacia la salida con la clara intención de irse, pero tan dio su primer paso hacia la salida fue retenido por —quizá— su único amigo, Mateo.
—Ten. —Le tendió un rollo de cartulina antes de irse corriendo en el interior del salón.
Leon comenzó a despegar el pequeño ligamento que impedía que el cartel se desenlazara. Al extenderlo, lo primero que vio fue unos cuadros de colores neutrales y varios dibujos.
Era el cartel que su coordinadora de grupo tanto le había exigido apenas un instante, la causa por el que había armado un buen espectáculo en el laboratorio de biología. Aunque, ahora que lo recordaba, le había pedido a Mateo que le hiciera el cartel el día anterior a modo de broma. Había sido eso, una simple broma. No creía posible que su amigo lo tomara en serio.
Bueno, si consideraba lo amenazante que había sido la sugerencia de Leon respecto a no volver a instruir a Mateo en los ejercicios de física fundamental y química... era muy probable que no viera otra salida más que obedecerlo.
Volvió a enrollar el papel, disgustado. Con sus planes frustrados, volvió a entrar al salón nuevamente, captando la atención de algunos de sus compañeros. A juzgar por las miradas que tenían, el chisme por el pleito con María José se había extendido, seguramente por no mantener la boca cerrada, como era costumbre. O tal vez se debía a su poca presentación al no vestir ropa formal, lo que era muy poco probable.
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Juego carmesí
Tajemnica / ThrillerLeon se siente atraído por las mujeres que visten de rojo. Es un asesino sádico. Un demente que maquilla a sus víctimas y les pinta los labios de carmesí. ...