14. Mujer indefensa vale por dos

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En la noche de un día martes, tras salir de trabajar como dependiente de mostrador en una tienda de consumo diario, Sara Echevarría se quitó los zapatos para arrojarlos en algún rincón de su único cuarto. En algún momento de la noche, quedó sumergida en un sueño tan poco profundo. No estaba acostumbrada al trabajo, ni a hacer cosas que no fueran pintarse las uñas o revisar sus redes sociales, pero era necesario incluir en su rutina ese tipo de actividades para sobrevivir.

Sara era una joven consentida acostumbrada a la servidumbre, a los buenos tratos y a tener todo servido. El poco dinero que uno de sus abuelos le dejó a escondidas cubrió una pequeña parte de sus gastos, consiente de haber malgastado una buena suma de dinero por conseguir unos zapatos que llamó su atención unos días atrás. La mala costumbre que tenia de comprar todo lo que requería y quería parecía acompañarle, y sabía que no debía despilfarrar el dinero por su propio bien.

Había perdido el apoyo económico de sus padres por su irresponsabilidad y rebeldía.

Negar que extrañaba la comodidad y protección de su hogar la convertiría en una mentirosa, a sabiendas que añoraba volver a gozar de los bienes que sus padres la privilegiaron desde su infancia.

Era muy tarde para regresar el tiempo y negarse a los deseos carnales producto de un supuesto amor.

Varios días habían transcurrido después de recibir una nota bastante extraña, cuyo contenido optaba por no recordar. Era horrible. Prefería pensar que trataba de una simple casualidad y un error, pues no recordaba haberle hecho algo malo a nadie. Además, recién se mudaba a ese cuarto barato y la gente o sus vecinos, creían que venía de otra ciudad. En conclusión, nadie la conocía.

Aun así, comenzó a ser precavida; pues, a partir de ese momento, comenzaba a tener la sensación de estar a un paso delante de alguien. Tenía motivo suficiente para tener miedo, el peso del mensaje reposaba en sus hombros, recordándole que alguien estaba a su acecho.

No importaba cuánto mirara a los lados para distinguir a alguien entre el gentío, nadie tenía pinta de ser un sospechoso. Todas las personas con quienes se topaba parecían sumirse en su propio mundo, ajeno a la paranoia de la joven. Mientras los días transcurrían sin alguna novedad, terminó por vencerle el miedo a ser atacada por un acosador, y toda la culpa caía en aquella nota que encontró bajo la puerta de su habitación.

Al día siguiente, miércoles, Sara se levantó a regañadientes por el golpe que provenía en la única puerta de la habitación.

—¡Voy! —vociferó hacia la salida, buscó con sus pies sus pantuflas de conejo que tanto adoraba usar en época de frío. Recogió su cabello en una coleta y acomodó su pants alrededor de su cintura antes de salir. Trató de limpiarse el rostro con su blusa para ocultar el hecho que recién se levantaba. No pudo evitar que las pequeñas gotas de lágrimas salieran de sus ojos al bostezar.

Ante el silencio de la habitación y la poca luz que se filtraba en la ventana sin cortina, se preguntó si no fue producto de su imaginación haber escuchado los golpes en la puerta. Los platos sucios arrinconados en un canasto junto a una lata de soda vacía, le recordó el gran desorden de su habitación. El piso cerámico no relucía ni tenía un aspecto agradable debido a la falta de limpieza.

Sara bufó, tenía muy pocas ganas para ordenar y limpiar. Sintió por breves segundos, mientras caminaba hacia la puerta, algo pegajoso en la suela de su pantufla. Se giró y registró el piso si había algún chicle tirado: no encontró nada, pero si vio una taza de café derramada de días pasados.

Siguió su camino hacia la puerta y toda su atención se concentró en quitar el seguro y girar la manija de la puerta. Tiró del metal frio y sacó únicamente la cabeza para ver a su supuesta visita. Al no encontrar a nadie, abrió la puerta por completo con la intención de mirar a los lados y en la puerta de los vecinos, para encontrar el culpable de su despertar repentino.

Malhumorada y somnolienta, decidió volver a cerrar la puerta al no hallar a nadie en los pasillos. Pateó el piso en señal de frustración, y su atención se desvió hacia una caja de cartón situado a escasos centímetros de sus pies; muy cerca del marco como para haberlo notado antes.

Un grupo de jóvenes salieron de la habitación contigua, uno de ellos la observó de pies a cabeza y le guiñó el ojo izquierdo cuando pasó a su lado. El otro parloteaba, molesto, sobre algún tema que ella no entendió.

Sara se apresuró en entrar tras recoger el paquete y aseguró la puerta. Se sentó en su única silla de plástico color azul, colocando la caja sobre las piernas. Sentía curiosidad sobre el remitente, al perder el contacto de todos sus parientes, dudaba que fuera alguno de sus padres, porque ellos juraron jamás volver a dirigirle la palabra ante la deshonra y los actos desvergonzados de ella. Estaban enojados, y Sara no los culpaba.

Comenzó a tirar de las cuerdas y las aberturas que aseguraban el contenido del paquete, y mientras lo hacía, empezó a sentir un líquido mojar la tela de su pijama rosa. Levantó la caja a la altura de sus hombros solo para encontrarse con la parte inferior empapada de un líquido rojo. El goteo era lento e incesante, caía también sobre el piso. Sara soltó el cartón de inmediato, temiendo lo que podría encontrar. La caída permitió que el paquete terminara desparramando su contenido más rápido.

Sara tragó saliva.

Caminó hacia la escoba reposada en la pared cerca de su cama para desplegar las aberturas del cartón. En ningún instante dejó de sentir su corazón bombardear con frenesí contra su caja torácica, tapó su boca con la mano al saber que el líquido era sangre metido en una bolsa plástica, junto a un montón de pelos negros.

Sara, de inmediato, intuyó que al romper los lazos que aseguraba el exterior, debió haberse roto la bolsa, dejando escapar la sangre acumulada. Con el palo de la escoba, siguió escarbando el interior, deseando y a la vez no, saber qué era aquel bulto cubierto de sangre.

Y cuando supo de qué trataba, deseó haber tirado el paquete al instante.

La bola de pelo ocultaba el cuerpo inerte de dos gatos. Sara se apartó con ambas manos en el rostro, se esforzó por no derramar ni una lágrima. Tenía miedo. Sara soltó la escoba, pateó la caja de forma inconsciente y comenzó a dar saltitos en el aire. La desesperación y el pavor empezaron a tomar control de su cuerpo y acciones.

La imagen y posición de los gatos no solo era perturbadora, sino el significado que comenzaba a comprender. Uno de los gatos era apenas un bebé reposando junto a su madre. Sara seguía sumida en un mar de sentimientos confusos que el sonido de su teléfono apenas si fue perceptible a su oído. Se limpió el rostro de inmediato y se apresuró a buscar el teléfono entre las cobijas de su cama.

No sabía qué esperaba de la llamada, ni comprendió la decepción que arribó en su corazón al descubrir el nombre en la pantalla. Muy en el fondo, esperaba recibir alguna llamada de sus padres pidiendo regresar a formar parte de su familia; era un deseo lejano que ansiaba ver cumplido. Sus padres jamás la llamarían, lo habían dicho una y otra vez que terminó por convencerse que su vida de princesa había llegado a su fin.

Sara arrojó su teléfono contra la pared, lo último que necesitaba era hablar con alguien que escapó ante la idea de ser padre.

Se tiró sobre la cama, abrazó sus piernas y lloró.

No comprendía que estaba pasando, primero la nota amenazante, ahora esos gatos muertos. 

A este punto de la historia, ¿esperan algún tipo de romance? 

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A este punto de la historia, ¿esperan algún tipo de romance? 

¿Les gustaría? 

¿Existirá en este mundo alguien capaz de contener a Leon? 

¿Ustedes qué piensan?

Gracias por leerme <3

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